Crítica

Los cantantes argentinos estuvieron el jueves en el Auditorio Nacional del Sodre

El jueves, mientras Uruguay enfrentaba a Japón por la Copa América, en la Sala Balzo del Auditorio del Sodre se reunieron un par de cientos de personas, para profesar por otra fe, que no era futbolística y mucho menos religiosa, sino la cancionística. O en específico, la de la canción que hace Gabo Ferro, que en este caso sirvió como puerta de entrada al universo Luciana Jury, que nunca había tocado acá.

La dupla vino a presentar, a guitarra y voz, El veneno de los milagros (2014), y completó el repertorio con temas de los discos solistas de cada uno, manteniendo siempre una tensión que acapara el espacio y cautiva.

La combinación de Jury y Ferro es infalible, y si eso había quedado claro en el álbum de estudio, en vivo solo creció. Sus impredecibles formas de cantar se encontraron entre un drama medio arrabalero (en Jury parece más flamenco) y un desgarro propio del rock —la versión de “Post crucifixión” de Pescado Rabioso fue tremenda—, mientras que las guitarras dialogaron con una fuerza arrolladora. Se complementaron con arpegios más milongueros, o fueron soltando notas al aire en plan experimental, o rasguearon con violencia en simultáneo, casi que bebiendo de todas las formas de la canción popular latinoamericana.

Esa magnitud instrumental atravesó sus cuerpos, que fueron el atractivo central del recital, por la forma en que cada acorde y cada letra repercutía en ellos y desde ahí, en el público que estaba adelante. La experiencia fue completa y rotunda, y una vez más dejó esa sensación de no entender muy bien qué acaba de suceder, pero sí saber que fue algo enorme.