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Gabo Ferro y Luciana Jury presentan hoy un disco que se volvió revolucionario

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Gabo Ferro y Luciana Jury. Foto: Alejandra López

Entrevista

Los cantautores argentinos tocan en la Balzo el álbum El veneno de los milagros, y antes charlan de eso

Gabo Ferro —cantautor, poeta, performer e historiador argentino— empezó una historia de amor con Montevideo que desde la edición de su primer disco solista, Canciones que un hombre no debería cantar, de 2005, sólo ha ido intensificándose. Y es por ese compromiso que, dice en charla telefónica con El País, sentía que le debía a los montevideanos una presentación propiamente dicha de El veneno de los milagros, el disco que hace cinco años lanzó junto a Luciana Jury. Saldará esa deuda esta noche en la Sala Balzo del Auditorio del Sodre, y quedan entradas en Tickantel a $ 1.000.

La historia de El veneno de los milagros es curiosa. Ferro y Jury tienen una cantidad de puntos de contacto en lo artístico, dos voces y formas de decir muy singulares y decididamente rupturistas, y un arraigo a la canción popular y a la raíz folclórica, que nunca pierde la intensidad rockera. Lo reconocieron de inmediato cuando se conocieron, aunque de eso no han pasado muchos años, y entonces Ferro, que tiene un cancionero exquisito, quiso regalarle a Jury unas composiciones para que ella grabara.

Al final, esa intención devino en la conformación de un dúo, y en la grabación de este disco, que les llevó unos siete días en el sur argentino. “Cuando me asocio con alguien, es porque encuentro algo diferente en el otro, y quiero experimentar cómo es”, cuenta Ferro al otro lado del teléfono. “Pero con Luciana fue al revés: cuando la escuché, sentí a alguien familiar, que cantaba desde el mismo lugar que yo, un lugar que no puedo explicar y que tiene que ver con lo esotérico, en el sentido más puro del término: con algo que no está en este mundo. Tuve una sensación de que estaba volviendo a ver a alguien conocido”.

En otra llamada, Jury asegura que “es la primera vez que me sucede de conectar a este nivel, ya que por cosas de la vida, Gabo terminó muy fuertemente vinculado a mi familia, y es completa la amistad en el sentido de que no sólo compartimos el arte, sino que eso se pone en evidencia en las cosas reales”.

El encuentro tuvo como intermediario divino a Lisandro Aristimuño, la química fue inmediata, la amistad se dio rápido y entonces, lo que vino después fue un disco hermoso: un disco de guitarras acústicas y voces, de una fuerza bestial, y de una poesía que interpela y remueve fibras íntimas.

“El juego eran dos guitarras, dos voces, y tratar de poner en crisis esta cuestión de la cultura de qué se esperaba de mí y qué se esperaba de ella”, cuenta Ferro. “Y en el disco, las partes que culturalmente se entenderían como de lo femenino, están de mi lado de la cancha, y las partes que se entienden con lo masculino, las cosas más jugadas de guitarra y de voces en medios y graves, están del lado de Lu. Y creo que se entendió, porque es un disco muy difícil, con mucho subtexto, de cosas como estas que están ahí, veladas”. “Esto es como un pozo que sigue haciendo hondura, que se sigue haciendo profundo. Este disco no es una flecha, sino algo que va calando”, dice más adelante en la conversación, y tiene razón.

Acá, parte de la charla con Ferro.

El veneno de los milagros es un disco que, en el concepto, cuestiona los vínculos humanos desde un lugar poético, pero crudo y transgeneracional, porque parece hablar mucho de las relaciones en tiempos de redes, pero que tal vez fue pensado desde otro lugar.

—Mirá, en el disco que estoy terminando de escribir ahora y entro a grabar en breve, ese es el nervio de la cosa: cómo pensamos este neohumanismo en tiempos donde el cuerpo está ausente, y si está ausente el cuerpo, está ausente la historia. En el caso de El veneno… es eso, el cuerpo de la persona en el medio de su devenir, su coyuntura y su problema. “No fuimos dos cuerpos, fuimos otro mundo”, dice, por ejemplo. Estamos tan inmersos en lo digital, que tiene su cuota fabulosa, pero no es todo, porque tenemos que seguir mirando lo importante, y lo importante seguimos siendo nosotros como colectivo humano, y no con pura ortopedia invisible, informática, fantasmal, que es un instrumento y nada más.

—Además, le quita en un punto el romanticismo al amor y la felicidad como construcciones sociales, y plantea cosas como: “El amor es catástrofe”, “La felicidad (...) es violencia y es renuncia”…

—Tal cual, está quitado el romanticismo, y está presente en primer plano el amor. Porque el romanticismo es el adorno, y eso es lo que nos viene dañando: ese romanticismo de siglo XIX y principios del siglo XX, San Valentín, la cajita de los bombones y las flores. El decorado del amor es lo que sobra; si alguien que te ama te regala una flor, es hermoso, pero la flor en sí misma no constituye el amor. Es un disco que retira el romanticismo, lo pone a un costado, y pone al amor en el centro. Y ataca el problema del amor en este momento, y en estos lugares nuestros, donde no dejamos de ser periferia, pero estamos en teoría, atravesados por cierta cosa primermundista con esto “democratizante” que tiene la digitalia. Pero somos periferia, y debemos amar encontrarnos como esto que somos.

—Pero en plena crisis social, se puede tender más a lo primermundista desde lo aspiracional, que a amigarse con la identidad de la periferia.

—Si tenemos tan a tiro esa imagen, por favor. Todo el tiempo estamos viendo lo que saca Miley Cyrus, que está buenísimo…

—Yo la adoro.

—Por supuesto, es muy fácil de amar, y conozco muchos uruguayos que la aman. A mí lo que hace Miley Cyrus no me toca en absoluto, porque nosotros somos como bestias que nos metamorfoseamos para la supervivencia, y no podemos darnos ese lujo de pasar por El Club de Mickey Mouse. Nosotros venimos de tocar en los clubes de barrio, en pelotas, borrachos y empastillados. Entonces hay derroteros que nosotros no tenemos, afortunada o lamentablemente.

Opiniones

La preferida de "El veneno de los milagros"

Luciana Jury: "'El extrañante', porque es un sentimiento que a todos nos cuesta, pensar en aquellos seres queridos que en algún momento no van a estar, y es una angustia permanente el no saber qué va a ser de la vida de uno cuando esas personas no estén. Trabajar sobre esta sensación de extrañar también va a ser algo que me va a servir en un futuro, para cuando ya no tenga a esos que uno quiere que queden perpetuos".

Gabo Ferro: "'Estamos, estarás', porque son momentos de tomar conciencia, de respirar y saber que uno está y que va a estar para el otro, que va a conformar un colectivo y después el otro va a quedar, y uno ya no va a estar. Necesitamos tomar conciencia del tránsito, no para irnos, sino para disfrutar mucho más el quedarse. Yo soy bastante, mi madre diría, tranquilo y reposado, y de relaciones afectivas muy largas. Y ahora todo dura poco, tiende a la duración brevísima. Yo creo que 'Estamos, estarás' habla de eso".

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