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"En Uruguay uno recupera abrazos"

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Liliana Herrero

LILIANA HERRERO

La cantante argentina charla con El País antes de su concierto de esta noche en la Sala Hugo Balzo.

Liliana Herrero
Liliana Herrero. Foto: Archivo El País

La cantora argentina Liliana Herrero siempre ha tenido una relación muy cercana con Uruguay: con sus músicos y con el público. De alguna de esas cosas probablemente hable hoy con el periodista Diego Barnabé en el ciclo Rueda de conversaciones y canciones en la Hugo Balzo del Auditorio Adela Reta (a las 21.00 con entradas a 500 pesos). Esta entrerriana que reparte versos desde la década de 1960, ha sido desde siempre una de las voces más fermentales del folklore argentino, al que ha expandido hacia otros territorios.

—¡Qué buen vínculo que tiene con Uruguay! ¿Cuándo empezó a generarse?

—El encuentro con Uruguay más intenso fue por los 70 cuando conocí a Daniel Viglietti. Después pasó la dictadura y no regresé. Empecé a ir en los principios de los 90. Ahí conocí muchos músicos que admiro, quiero y extraño. Ahí hice amistad con Osvaldo Fattoruso y además conocí muchos otros músicos. Con Fernando Cabrera nos escuchábamos mutuamente sin conocernos y cuando lo invité a cantar conmigo, empezamos una relación muy duradera. ¡Tantos amigos queridos! Cuando uno va a Uruguay recupera abrazos.

—Y también con el público...

—Y sí. Ustedes tienen teatros tan hermosos. Toqué en el Solís, en la Zitarrosa, en El Galpón y ahora por primera vez en el Sodre. Me dicen que es muy bonito.

—Lo es. Y en el Auditorio no solo va a cantar sino también a charlar. ¿Le gusta hablar de música?

—A mi sí. Me gustar contar cómo pienso los temas, cómo los armo. Al no ser una compositora, contar cómo hago para apropiarme de una canción.

Liliana Herrero
Liliana Herrero haciendo "Oración del remanso"

—¿Qué tiene que tener una canción para que usted se la apropie?

—Fundamentalmente que haya una línea melódica que me interese, que me estimule para cantar. Y después, la poesía es importante.Soy una cantora y por eso tengo que sostener una frase y eso también me estimula. Y después está lo que quiero y lo que puedo hacer con ese tema, qué le pide a mi oído y a mi corazón. Yo hago, como decía Luis (Alberto Spinetta) lo que mi corazón me dicta. Y eso no sé cómo ocurre, es un momento fantástico y enigmático.

—Debe estar bueno el momento en que ocurre eso. Darle una magia nueva a una canción.

—Claro porque puedo conversar con ella. Si no tendría que hacer un cover y eso difícilmente lo haría. El desafío máximo es hacer algo nuevo y por eso me cuesta tanto hacer un disco. Hay temas que son preciosos pero no sé qué hacer con ellos. Todo eso lleva un tiempo largo pero no tengo apuro más que las ganas de hacer música. Me gusta tomarme mi tiempo que determina el encuentro con la canción y con los músicos.

—¿Cómo era la música que sonaba en Villaguay, su pueblo?

—Escuchaba mucha música clásica porque mi padre era un coleccionista, pero también folklore y tango. Ese fue mi horizonte auditivo. Después empecé a tocar el piano aunque no lo toco en vivo ni a palos: soy muy mala. Y cuando me voy a Rosario a estudiar a la facultad empecé a tener un diálogo con otras músicas, el jazz, la música uruguaya, la latinoamericana. Eran épocas muy convulsionadas. Era un compromiso político, social, estético. Conocer la obra de Violeta Parra, Zitarrosa, escuchar con mucha intensidad a Yupanqui y aun más al Cuchi Leguizamón. Y Juan Falú, Mercedes Sosa, Charly García y mi encuentro con Fito (Páez) en los 80 fue muy importante.

—Su música no es folklore tradicional. ¿Lo suyo es un sincretismo de todas esas influencias?

—Yo diría préstamos culturales. No se puede cantar como si la Joplin o la Mitchell no hubieran cantado. Y tampoco sin Mercedes Sosa, o Spinetta o García. Y Troilo, son muchos. Ahí hay un cóctel muy estimulante para la creación.

—Sería muy pobre calificar a su música de folklore porque esos préstamos culturales le dan una impronta distinta. ¿Cree que ese tipo de influencias está presente en otros artistas folklóricos?

—En mi y en muchos músicos aunque no son lo que están más ligados al mercado. De hecho, esos están más vinculados a la balada.

—Hacen otros préstamos culturales...

—Sí, más cercanos a una cierta estandarización de la música. Ese préstamo a mi no me estimula auditivamente para nada. Pero si tengo un tema como “Austral” del Negro Rada, bueno me invento otra versión de lo que hizo él porque Rada es el cantor y junto con Milton cantores que admiro profundamente. Tampoco se trata de cantar como Rada, pero es interesante cuando algo es tan bueno que te estimula a buscar un nuevo sendero. Qué hubiera sido de mi si me hubiera pasado la vida imitando a Mercedes Sosa.

—Hablaba recién del compromiso artístico, estético y también político. ¿Aún tiene ese compromiso?

—Sí, pero no transformo un concierto en una tribuna político. Mi tarea y mi deber es encontrar el acorde precioso. Puedo hacer un comentario pero el escenario no es una tribuna política. La música tiene una especificidad y hay que sostenerla. Sí tengo posiciones tomadas, por ejemplo, con eso de la world music. No me interesa, los territorios existen y una voz al cantar piensa un territorio, piensa un combate dormido de las culturas. Mi cantar es un pensamiento sobre la patria: canto sosteniendo una memoria musical y poética que tiene este continente. De estas cosas, supongo, charlaremos en el Auditorio. Es lindo cantar y contar.

—Y sí, ¿habrá algo más lindo que eso?

—Creo que no. Ahí soy feliz, el mundo se suspende y me dejo llevar por los recuerdos y la alegría del sonido.

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