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Sobre el universo mágico de Storm

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Juan Storm ( Montevideo 1927-1995) es un artista que se inscribe con relieve propio en esa gran tradición del arte uruguayo, que ha sabido revivir nuestras identidades desde el lenguaje universal de las corrientes de cada tiempo.

En la misma perspectiva de Figari, exalta el paisaje uruguayo, con dominantes cielos, que ocupan dos tercios del espacio, en que silenciosos criollos calladamente meditan. Desde otra mirada metodológica y opuesta, construye unas naturalezas muertas de sólido estilo constructivo en que el manejo sobrio de una paleta propia (rosados, azules, morados, ocres) añade a la geometría la sensibilidad del color.

Es curioso como este singular artista, que reconocía la influencia que en él había tenido la visión del campo de Figari y la lección del maestro Torres García, logra unir dos tendencias tan disimiles. Están Don Pedro y Don Joaquín, como lo están Modigliani en sus retratos y De Chirico, en misteriosas escenografías surrealistas en que la figura humana dialoga con la eternidad de las líneas fugadas y el silencio de los atardeceres.

Lo notable es que esos afluentes, desembocan en una obra de unidad avasallante. La mirada crítica, que usualmente busca parentescos, en este caso los halla fácilmente, porque el propio artista los expresaba. Se impone, sin embargo, la originalidad de un estilo, de un lenguaje tan propio que le da armonía a un conjunto tan variado de motivos. A la distancia, nadie dudaría que está ante un Storm.

La realidad se transfigura en las telas. El enorme espacio del campo, envuelve lunas, jinetes y caballos. Los caudillos blancos o los oficiales colorados nos hablan de una historia algo primitiva en que el culto del coraje es el mismo código de virtudes que deslumbraba a Borges, tan sofisticado europeo pero tan entrañable rioplatense.

Hasta la muerte de Anacleto Medina, evocada en dos obras, nos aproxima al gran poeta que rememoraba a su abuelo, militar que sucumbió ante las agrestes montoneras. Nostálgicas estaciones de ferrocarril, con trenes siempre alejándose, sugieren esa soledad que respira en cada cuadro. Los retratos y desnudos se expresan en formas limpias, puras, con miradas a veces curiosas, en ocasiones misteriosas. Una suave sensación poética, sugiere sentimientos, denuncia esa actitud meditativa de un ser humano en constante diálogo consigo mismo.

Un centenar de cuadros, en la Galería Taz Art, de Luis Ignacio Gomensoro, nos regalaron la invalorable ocasión de revivir la fuerte personalidad de un artista cuya obra ofrece tanto el goce visual de los sentidos como la exigencia de una meditación existencial.

JULIO MARÍA SANGUINETTI | COLUMNISTA INVITADO

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