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Juan Carlos López: "En Uruguay hay mil realidades diferentes"

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Juan Carlos López

Entrevista

Celebrando los 30 años de Americando, El País aprovechó para charlar con su conductor, sobre su filiación política, la hegemonía cultural de la izquierda y cómo ha cambiado el Interior

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Echenle la culpa a Capilla Farruco. Fue allí que el montevideano Juan Carlos López, el periodista y conductor que todo un país conoce como “Lopecito”, descubrió un universo que marcaría su vida. Y lo metió en un mundo vinculado a los medios de comunicación a los que llegó, como dice “por liga”, o, mejor, “porque había un camino trazado”.

Servía copas, por ejemplo, en el bar de su padre en la Ciudad Vieja cuando terminó en Radio Nacional. Trabajaba en la Librería Universitaria cuando el gerente de Canal 4 (que entonces estaba en 18 de julio y Eduardo Acevedo) lo invitó a participar en Guitarreada, uno de los éxitos de la historia de la televisión uruguaya. Pasaba música folclórica a comienzos de la década de 1970 cuando una oyente (Carmelina Moreno de Ferrando, porque aún recuerda el nombre), lo conminó a pasar música uruguaya y así lo viene haciendo desde entonces.

Y fue en Capilla Farruco donde descubrió el interior, su cultura y sus encantos. Y hace 30 años que nos lo muestra en televisión a través de Americando, un programa que empezó, también medio por casualidad, en Radio Rural a mediados de la década de 1960, donde había llegado a hacer Españavisión porque dice, “soy bien gallego”.

Desde entonces se ha convertido en una figura popular, gracias a un estilo afable, campechano y que sabe dónde están esas historias mínimas que, en general, otros dejan de lado. “La televisión me ha dado la devolución de la gente que siempre me muestra su cariño”, dice López. “Si me muero hoy, me voy feliz porque, más allá de los premios que uno ha recibido tengo el cariño de la gente”.

“Me pego cada abrazo”, dice. “El otro día iba por la calle y apareció un muchacho medio pasado. ‘Vos sos el loco de los caballos de las vacas, dejame darte un abrazo’. Y se me puso adelante y me abrazó. ¡Qué Covid, ni ocho cuartos! Si va a venir vendrá pero negarte a un abrazo, eso no se puede”.

Sobre su papel en la cultura nacional, los cambios en el interior del país y de qué boliches fue parroquiano, López charló con El País.

—A pesar de sus modos del interior, usted es montevideano. ¿Cuándo descubrió ese mundo rural?

—Era un veinteañero y la viuda de Nardone quería donar unos libros la biblioteca de Capilla Farruco. Me dijo ‘¿usted López podrá llevarlos?’. Yo tenía una Mehari y le dije que sí sin tener idea de dónde quedaba Capilla Farruco (queda en Durazno). Cuando llegué había una cantidad de gente a caballo de un lado y de otro y yo no entendía qué era todo eso. Y el intendente Iturria me invita a volver porque la semana siguiente iban a inaugurar la piscina de Sarandí del Yi y desde ahí siempre marché para el interior. Capilla Farruco me cambió la vida. Yo no había visto dos caballos juntos en toda mi vida.

—Desde entonces ha recorrido cada rincón del país. ¿Cómo ha cambiado el interior en todo ese tiempo?

—La pauperización en todo sentido —no solo lo económico, sino también en el marcado descenso en lo cultural— ha germinado en todo el país. Aquel fenómeno al que antes, por humor negro, se le llamaba cantegril y que se veía solo en las grandes urbes (Canelones, Montevideo, Maldonado), ahora está en muchos pueblos del interior. Y eso no puede ser, porque hoy en el interior si sos un tipo de bien y tenés ganas de trabajar y no morirte de hambre hay opciones. Las ciudades son más hurañas pero eso en un pueblo, si se quiere salir adelante, el pedazo de pan siempre iba a estar. Había un entramado social que, si te portabas bien, te iba a proteger.

—¿Cuándo empezó a cambiar eso?

—La droga o el robarle a una señora y darle un palo, eso ya llegó a todo el país. Y aun a los pequeños pueblos. Es un tema de degradación moral y de la cabeza de la gente. Siempre hay dos opciones: o tomas el atajo o el camino del laburo. Para no tomar el atajo, tenés que saber que el otro es más largo pero es tu camino porque fue el de tus padres, tus abuelos, lo viste y te lo enseñaron y sabes que te habrán faltado cosas pero te sobró cariño y compañía.

—¿Y esa situación la ve pareja en todo el Interior?

—Depende. Si vas a pueblos de Colonia, no tiene nada que ver con un pueblo de Cerro Largo. Tenemos esa maldita idea de que somos un país pequeño pero Suiza u Holanda entran en Tacuarembó y no se les ocurre decirle la “Suicita” u “Holandita” pero nosotros decimos "el paisito". Pero hay mil realidades en Uruguay porque el germen de cada lugar, de cada comunidad es propio.

—Usted fue una figura del panorama cultural de la década de 1970. ¿Cómo recuerda esos tiempos?

—La primera vez que me subí a un tablado fue en 1975 y pico en Villa Ansina, Paso del Borracho. De esa época hay una foto en la que estamos Santiago Chalar con un caballo bayo de cabos negros, Carlos Benavidez, yo, Eduardo Larbanois, Eduardo Lagos, Washington Carrasco y mi hijo Pablo que entonces tenía cuatro años. Y el otro día en el homenajea Ruben Lena en el Palacio Legislativo recordaba lo fermentales que eran aquellos tiempos y cómo todos nos preocupábamos por saber más. Eran los tiempos de la larga tertulia en los boliches. Los boliches no tenían mala prensa, y nos juntábamos ahí a debatir, charlar, y, claro, a tomar.

—¿De qué boliche era parroquiano?

—Del Outes ahí en Mercedes y Yaguarón donde se tomaba caña curada. Y después me pasé al Arocena.

—Del Outes al Arocena, fue un cambio, ¿no?

—Bueno, el Arocena era muy folklórico también. Era otra cosa pero era lo mismo. Una vez en el Arocena, una discusión se puso acalorada y yo no entendía qué pasaba y uno me dice que el hombre estaba discutiendo un problema con el jardinero. “¿Y quién es el hombre?”, pregunté. Y era Darraq, el ministro de Cultura de la época. ¡Los dos eran parroquianos del mismo boliche! Y en el Outes había que ver las charlas que se armaban. Ahí se ponían a hablar Juan Capagorry con Rufino Mario García, por ejemplo, y era para quedarse quieto y escuchar. Todos leìamos todo lo que llegaba a tus manos, porque si no de qué ibas a hablar en ese ambiente. Y había una tolerancia y un respeto que quizás tuviera que ver con que teníamos un enemigo común, la dictadura.

—¿Y cuando se terminó esa comunión y esa tolerancia cultural y política?

—Cuando empiezan a funcionar los partidos políticos y cada uno se va a hacer rancho aparte. Hasta entonces, había mil lugares y nadie le preguntaba al otro qué bandera política tenía. Me acuerdo, el día que Carlos Julio Pereyra vuelve de la cárcel de hablar con Wilson. Estábamos Julio Frade y yo y Carlos Julio apoyó la mano en mi pierna y nos dijo “la fórmula va a ser Zumarán-Aguirre y si no es con ellos juntos, él prefiere que sea otro”. Salgo para el Trouville, con aquello de que “con Wilson todo, sin Wilson, nada” y allí ya empezó la cosa: hubo unos que aceptaron esa salida y otros no. Ese puede ser un mojón del comienzo de una diferencia grande.

—Esa vinculación tan directa con el Partido Nacional, ¿le ha hecho pagar un precio?

—Sí, se paga. Desde mi visión actual de la vida, uno tiene que estar por encima de determinadas cosas: cuando era joven me peleaba con todo el mundo pero después la vida me llevó a tratar de tejer mucho más que a destejer. El aparato artístico cultural está como más vinculado a la izquierda uruguaya pero cuando hablábamos de política, hablábamos de la libertad y todo estaba muy convulsionado, había que aferrarse a la unidad y la libertad. Pero cuando todo empieza a funcionar por sus carriles, ahí hubo un trabajo de la llamada izquierda por la primacía cultural. En mi caso, si vas a buscar el nombre "Americando" de los registros del Ministerio de Turismo, seguro que no va a estar. A mi no me llamaron en 15 años del Ministerio de Turismo. No figuro en la lista de invitados a las jineteadas del Prado, por ejemplo.

—¿Y eso le parece que tiene un tinte político?

—(se sonríe) Yo digo lo que es y es que no estoy. Sí soy políticamente blanco y me gusta estar en una estructura -porque es donde podés incidir- y que esa estructura sea culturamente abierta. En los festivales de folklore, por ejemplo, no se le pide carné político a nadie. Se ha llevado a la murga, al rock nacional, a la cumbia, al tango. Decime cuándo el carnaval, el rock o la murga han llevado al folklore. Yo soy del tiempo en que los payadores hacían unos pesitos como teloneros del carnaval. Y hoy el cantor folklórico en Montevideo es un bicho raro, como si la capital hubiera generado otra cultura.

—Es que, quizás, el folklore ha quedado visto como una propiedad cultural de la derecha.

—Es así pero dentro del folklore siempre estuvo el canto de protesta desde el Martín Fierro o Los tres gauchos orientales de Lussich para acá. Eso siempre existió pero no te encasillaba en una cuadro político partidario o ideológico. El folklore es abarcativo. Me acuerdo de la primera vez que llevé a Niquel a Paso de los Toros. Cantaron después de Chalar y me decían que estaba loco y no pasó nada. Ese espacio de reunión de dos estilos, lo aportaron los festivales folklóricos, hechos, todas, por intendencias blancas. Y es que a mi el Partido Nacional me deja tranquilo en la libertad. Si vos tocás el violín, hacés rock, folklore y te comportas con respeto, vamos a ir juntos. Sin embargo, yo veo que otras barras se juntan entre ellos. Para mi el espacio cultural más inclusivo lo aporta el Partido Nacional que ahora tiene un gran desafío al tener la responsabilidad de mostrarlo desde el gobierno.

Programa

Un clásico dominical

En el programa de hoy, a las 11.30 en La Tele, habrá una entrevista con Luis Landriscina, un informe sobre la tararira y la vieja del agua en la dieta de INDA a partir de la Coooerativa de Pescadores de Andresito y un encuentro con una familia de pescadores en Esteros de Bellaco que viven en el monte hace mas de 50 años y tiene un parentesco con el futbolista Giorgian De Arrascaeta. O sea la clase de historias que solo cuenta Americando.

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