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Ana Durán: "Estar trabajando a los 77 años y poder hacer lo que me gusta es un milagro"

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Ana Durán. Foto: Leonardo Mainé.

ENTREVISTA

Desde Mandarino, Ana Durán, la experta en economía doméstica, habló con El País sobre su trabajo en televisión y la importancia del intercambio con su público

Sentada en una de las mesas de Mandarino, la casa de comidas que fundó junto a dos socios en 2012, Ana Durán recibe a El País. El local, ubicado en Lorenzo Carnelli y Maldonado, transmite un ambiente hogareño y eso se nota en la amabilidad de los trabajadores del lugar.

Es viernes y son las 15.30. De a poco van llegando algunos clientes para tomar algún café o hacer un almuerzo tardío, y Durán los recibe con una sonrisa. “ Los clientes son intocables”, dirá unos minutos más tarde. “Si me dicen que algo no les gustó, siempre buscamos por qué no quedaron conformes;y si te dicen que les gustó, es una alegría. No es cuestión de dar de comer, sino darle lo mejor al cliente algo con amor. Es como si estuvieras en tu casa y tu abuela te estuviera mimando”.

Esa calidez con la que recibe a sus clientes es bastante similar a la que suele transmitir frente a cámara en cada uno de sus segmentos de La mañana en casa, el magazine matinal del Canal 10. Ya sea con sus recetas de croquetas de boniato o de pascualina casera, o sus clásicos consejos para quitar manchas —“Cuando piensan en sacar manchas, ya lo asocian conmigo”, dirá con una sonrisa—, Durán logra transmitir una cercanía con el público.

Y, como le dice a El País, “estar trabajando a los 77 años y poder hacer lo que me gusta es un milagro”. Más allá de que mantenga su lugar en la televisión y que su público le envíe numerosas consultas por día a su cuenta de Instagram, las actividades y el intercambio con el público es lo que la mantiene motivada. “El trabajo ha sido fundamental para mí porque tuve la enorme pena de perder a una hija hace dos años”

Sobre su lugar en la televisión, la importancia de mantenerse activa y su diálogo con el público, Ana Durán charló con El País.

—Cuando veo tus segmentos en televisión, noto una calidez al momento de dar una receta u ofrecer consejos para quitar manchas. ¿Estás de acuerdo?¿Qué imagen pensás que le transmitís al público?

—La gente confía en las personas que no mienten. Yo no puedo darte una receta inventada para que, en vez de sacar la mancha le hagas un agujero a tu suéter; no podría dormir del remordimiento (se ríe). Yo, que ya he transitado por la vida, para mí esto es un regalo. Estar trabajando a los 77 años y poder hacer lo que me gusta es un milagro. Hay gente que me pregunta cómo sacar manchas y yo les digo: “No lo sé, pero dame tu teléfono que lo vamos a solucionar”. No es que sea calidez, sino que es honradez y eso es lo que el público siente que le doy. Nunca he sentido que atrás de la cámara hay cientos o miles de personas; siempre pienso que hay una persona a la que estoy ayudando y eso me da la tranquilidad de alguien le va a servir lo que hago. Siempre miro la cámara y digo: “Esto es una solución para alguien”, y eso es lo que me da fuerza para seguir. Me gusta ayudar con las manchas, que son pequeños desafíos. La gente podrá pensar: “Qué idiota esta señora que le parecen desafíos estas cosas tan simples”, pero en realidad en la simpleza va la vida. La vida es mucho más simple de lo que uno cree, los que la complicamos somos nosotros.

—¿Cómo recordás tu entrada a la televisión?

—Fue en Canal 4 gracias a Hugo Brugnini, que fue un gran inventor del magazine de la mañana. Éramos muy amigos y me buscó. Yo me había ido de una sociedad donde hacíamos catering, y Hugo quería que diera las recetas. Para mí no era justo porque allí todavía estaban trabajando, entonces le quise buscar la vuelta. “¿Y si te limpio? Puedo sacar manchas”, le dije. Fui al canal con manchas, algo para limpiar y al día siguiente estaba trabajando. Nunca tuve miedo de estar frente a una cámara porque me pareció que era honesta, así que nunca sentí que alguien me estuviera juzgando. Si una persona te es útil, te demuestra afecto y te sirve, entonces la seguís mirando; sino hacés zapping. No es tan difícil. Pero siempre sentí afecto.

—Entonces, el ingreso a la televisión no era algo que habías buscado.

—No. Después me llamaron de Utilísima, que iba una vez por mes a Argentina y grababa todo. Allá se trabaja muy diferente y pude absorber lo que hacían. Estuve en el canal 4, en el 12, volví al 4 y ahora estoy en el 10. En todos los lugares donde trabajé me sentí súper bien y la gente siempre fue amorosa y muy profesional, los camarógrafos siempre me ayudaron. Me siento bien, porque para mi edad ser productiva y útil es muy bueno.

—También estás trabajando en la casa de comidas Mandarino. ¿Cómo es la experiencia?

—Esto significó algo muy importante para mí porque era una de las asignaturas pendientes que tenía. Siempre cociné, pero el hecho de trabajar en la televisión me limitó lo que siempre quise hacer: tener un lugarcito para mí, ya sea un restaurante o un lugar de té. Entonces cuando me lo propusieron no lo dudé. Pensé que me iba a servir y va a ser mi jubilación, porque no puedo pretender que toda la vida la televisión esté con ganas de recibirme. Pero yo me siento muy cómoda y tengo un público muy cariñoso que me sigue desde hace más de 20 años. Cuando piensan en sacar una mancha ya lo asocian conmigo (se ríe). Además, el trabajo ha sido fundamental para mí porque tuvimos la enorme pena de perder a una hija hace dos años. Sin mi trabajo, esta hubiera sido una pena muy penosa. No deja de serlo, pero tener la cabeza ocupada y poder brindarte a los demás, saber que sos útil y que la gente te necesita, de alguna manera hace que tengas todos los días ganas de seguir. Lo he tomado de esa manera, pero obviamente el sufrimiento está. No es que sea menor, sino que te ayuda a llevarlo de una manera que no sea triste y lúgubre. Trato de demostrarle a la gente que la vida es linda y que todos tenemos penas grandes. Una vez que te pasan las cosas, empezás a pensar y, a través de la fe, darle un sentido a esa pena que estás sintiendo.

—Entonces, el intercambio con el público fue fundamental en ese momento.

—Lo que sentís no cambia, pero sí es muy importante el cariño de la gente. Nuestra hija murió un martes, el entierro fue un miércoles y yo fui el viernes a trabajar. No podía estar en casa porque sentía que me estaba muriendo;necesitaba salir a darle a la gente lo que siempre le di. Tenía la necesidad de ese intercambio, que es lo que me dio fuerza.

—Está bueno porque, por más de que no conozcas al público, lograste generar una cercanía.

—Claro. A veces me dicen:“Ana, tú no me conocés pero yo sí”, y yo respondo:“Ya sé, pero mirá que yo también te conozco” (se ríe). Es que yo las siento a través de la cámara porque les interesa lo que yo estoy diciendo. Está buenísimo porque, algo tan simple como la economía doméstica, se terminó conviertiendo en lo que me gusta hacer y a lo que me dedico.

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