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Testamento artístico de dos grandes

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Estela Medina cautivó a un público numeroso. Foto: Gustavo Castagnello

Ante un público numeroso, silencioso y lleno de expectativa estrenó el pasado jueves en San Sebastián la actriz uruguaya Estela Medina un interesante monólogo sobre ella y su relación con su maestra, la gran trágica catalana Margarita Xirgu.

En entretelones de este espectáculo hay un trabajo de producción, que echó a andar una idea notable: que la intérprete realice sobre el escenario una especie de memoria de vida, transitando aspectos de su propia biografía unidos a los de la histórica directora y actriz española.

China Zorrilla ya había contado desde el escenario fragmentos de su biografía, en un montaje que, como este, tenía esa escenografía mínima que es una mesa, unos asientos y una copa con agua. Las diferencias, sin embargo, entre Había una vez y Sólo una actriz de teatro, son abismales. Medina actúa, no hace relato oral. Salta de un papel a otro, rememora personajes, situaciones, autores, todo desde esa actriz a la vez firme y frágil, titubeante y poderosa.

El trabajo actoral de Medina es altamente gratificante para la platea, pero la obra da más. Porque este documento escénico sobre su vida y la de Xirgu ofrece testimonios únicos sobre la relación entre ambas, secretos que dos mujeres reservadas nunca contaron al detalle, y que ahora afloran desde un trabajo de dramaturgia de Gabriel Calderón.

Con sus formas a veces temblorosa, pero siempre con su porte de actriz de mucho oficio y sensibilidad, Medina recrea desde el primer día que vio a Xirgu. Evoca la proverbial disciplina de su maestra, y también sus facetas más personales. Y transita, con picos de dramatismo y otros de ingeniosa comicidad, por otros temas más amplios, que tienen que ver con el oficio del actor, las rivalidades entre la gente de teatro, la hipocresía, la mala intención, la ética.

Medina sume a la platea en un silencio lleno de atención, como pocas veces se da en el teatro. Desafiante, juega con su público. Cuenta episodios públicos y privados que ilustran su rica relación con aquella actriz catalana, de la que fue su discípula dilecta y de algún modo la mayor continuadora de su legado. Repasa algunos mitos que se tejieron en torno a la trágica española, los analiza, cuenta verdades y puntos de vista. Ironiza sobre el rechazo que luego produjo aquella época.

El montaje, pese a su sencillez, luce perfecto. La mano de Levón como director, complementada por el oficio de la iluminadora Claudia Sánchez, realza un escenario grande y despojado, con poco apoyo, pero acertado, de algunas proyecciones. La luz, y la ubicación del mobiliario escénico, crean un marco de conjunto que aporta belleza visual, desde lo austero. Austeridad que tan bien describe a estas dos divas, la uruguaya y la catalana, de perfil tan bajo y tanta entrega al oficio.

Calderón, desde el texto, aportó no poco. Supo concentra las acciones en algunos episodios fundamentales, sorteando el riesgo de querer contar todo y no contar más que generalidades. Hilvanó con sutileza los distintos personajes, épocas y situaciones, para que todos quedaran bien presentados. Aportó también una reflexión sobre los juegos de la memoria, e incluyó los pasajes más jugosos de la biografía de Xirgu (y su relación con García Lorca) para que el espectáculo fuera altamente atractivo.

La obra, que en abril se verá en la sala Hugo Balzo del Auditorio Adela Reta, tiene un punto débil y es el final. Temáticamente se aleja del compacto recorrido para hablar de los llamados "cuatro últimos charrúas", golpe de efecto del libro que sin embargo no encaja con el conjunto de tan único y exquisito espectáculo. Hay además allí errores históricos, como afirmar que los indígenas llevados desde Uruguay a Francia a poco de conquistada la Independencia, fueron expuestos en el Museo del Hombre, institución que se creó un siglo después. En ese sentido Calderón se vale más de su capacidad para seducir como dramaturgo, que de un estudio en profundidad sobre los temas que lleva a escena. Y en una obra de tipo testimonial como esta, esos desajustes no resultan justificables.

Obviamente, lo que al espectador le queda luego de esta travesía emocional va por otros carriles. La obra brinda tramos brillantes, que tienen que ver con la interpretación, los temas expuestos desde el escenario, y la sensibilidad con que está armada la puesta. Hay pasajes magníficos y complejos en términos de actuación, como cuando la actriz pasa por tres papeles circularmente, recreando un ensayo, donde interpreta a La Xirgu, a ella misma y al personaje que estaba armando. Mucho de testamento artístico tiene este valioso espectáculo, que desde una voz evoca la carrera de dos grandes del teatro hablado en español.

Sólo una actriz de teatro [****]

Texto: Gabriel Calderón. Dirección: Levón. Intérprete: Estela Medina. Escenografía y luces: Claudia Sánchez. Banda sonora: Fernando Condon. Dónde: Teatro Victoria Eugenia, San Sebastián, España. Cuándo: 9 de marzo.

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