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Problemas de familia que hacen emocionar

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"Mi hijo solo camina un poco más lento". Foto: Alejandro Persichetti
{Alejandro Persichetti}

Los sábados y domingos en una de las salas pequeñas de teatro El Galpón se puede ver Mi hijo solo camina un poco más lento, del croata Ivor Martinic, con la dirección de Gerardo Begérez.

Al ingresar a la Sala Atahualpa, tres actores —ya en la piel de sus personajes, por supuesto— dan la bienvenida "al cumpleaños" de Branko, cortan las entradas, se presentan, saludan, abrazan y ubican a los espectadores en sus asientos, contándoles casi en intimidad aspectos de la obra.

Esto es solo un recurso más de los tantos que utiliza Begérez a lo largo de toda la obra para crear una atmósfera de hiperrealismo e intimidad entre actores y espectadores. Así, los límites convencionales del pacto teatral son quebrados en varios momentos del espectáculo: después de recibir al público, algunos actores se sientan en la platea, como un espectador más y narran las didascalias del texto acompañando la acción en escena; al terminar, algunos personajes se despiden de los espectadores y les agradecen por haber ido al cumpleaños de Branko.

De esta forma, en la intimidad que solo una sala pequeña puede brindar, se desarrolla este texto que centra su argumento en torno a Branko, un joven de 25 años que quedó paralítico. Así, se van contando los avatares cotidianos de una familia que proyecta todos sus problemas en el joven y que no acepta su incapacidad para caminar. Branko, en tanto, es un joven tímido e introspectivo, que intenta pasar desapercibido y se transforma, en cierta medida, en apoyo para el resto de la familia.

Es un texto sencillo y con una trama sin demasiadas complicaciones, pero que toca temas delicados, sensibles, universales pero actuales: el paso del tiempo y sus consecuencias, la búsqueda de amor, el temor a la soledad, las redes sociales como construcción de un mundo virtual en el cual estamos menos solos. "Ojalá nos enamoráramos", es una constante entre los parlamentos de varias personas.

Las actuaciones, en general buenas, también están dotadas de un realismo absoluto, lo que hace que la catarsis —es decir, la identidad del espectador con los personajes— sea inevitable. Cristian Amacoria logra tal grado de sensibilidad en la piel de Branko que, en momentos de risa del espectáculo, basta con mirarle la cara para emocionarse. La química en escena con Alicia Alfonso (que interpreta a Mia, su madre), es tremenda. Así como también es excelente la actuación de la actriz. Soledad Frugone interpretando con gracia a Sara, una joven enamorada de Branko y que le aporta varios momentos de humor y frescura al espectáculo.

En síntesis: al igual que lo hizo con En la laguna dorada, Begérez logró un espectáculo que mantiene de principio a fin las emociones del espectador a flor de piel, haciéndolo reír y emocionar, quizás, hasta las lágrimas.

Ya con las luces encendidas, al terminar el espectáculo, los personajes se despiden del público mientras salen de la sala. Una chica pregunta en voz baja si el actor que interpretó a Branko es paralítico de verdad, mientras dos señoras lo saludan y le dicen "gracias". Cuesta asimilar que la obra terminó. Cuesta volver a la realidad.

Mi hijo solo camina un poco más lento [****]

Autor: Ivor Martinic. Traducción: Nikolina Zidek.Dirección y selección musical: Gerardo Begérez. Elenco: Alicia Alfonso, Cristian Amacoria, Solange Tenreiro, Anael Bazterrica, Soledad Frugone, Estefanía Acosta, Dardo Delgado, Rodolfo da Costa, Marcos Flack y Claudio Lachowicz. Escenografía: Rodolfo da Costa. Vestuario: Soledad Capurro. Luces: Leonardo Hualde. Producción: Teatro El Galpón. Sala: Atahualpa. Funciones: sábados a las 20.30 y domingos a las 19.30. Entradas: $ 300.

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"Mi hijo solo camina un poco más lento". Foto: Alejandro Persichetti

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