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"Soy porteño, pero de los buenos"

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Diego Peretti. Foto: Ariel Colmegna
Nota a Diego Peretti, actor y psiquiatra argentino, en Canal 10, Mvdeo., ND 20160831, foto Ariel Colmegna
Archivo El Pais

Es la primera vez que subirá a un escenario montevideano, y lo hará con Paola Krum y en una comedia de probada eficacia, La chica del adiós. Diego Peretti llega luego de muchos años de idilio televisivo y cinematográfico con el público uruguayo, que lo ha seguido en éxitos tan diversos como Los simuladores,

En terapia No sos vos, soy yo". Ahora desde el viernes 14 de octubre se lo podrá ver en el escenario de El Galpón, y bajo dirección de Claudio Tolcachir, otro artista argentino muy aplaudido de este lado del Río de la Plata.

—¿Va a ser tu primera vez en un escenario uruguayo?

—Es la primera vez, casi vengo con El placard, que es otra obra que anduvo muy bien, e hicimos gira, y casi venimos a Uruguay pero no sé por qué motivo, de derechos, no pudimos venir. Era una adaptación de una película francesa, y ahora con La chica del adiós también hubo un problemita ahí: como son películas que tuvieron mucho éxito y de autores muy conocidos, siempre hay problemas con los derechos. En este caso se pudo solucionar, y acá estamos. Hace tiempo que tenía ganas de venir con una obra de teatro.

—¿Si estos dos personajes, el tuyo y el de Paola Krum, los tenés que llevar al diván...

—Creo que el personaje masculino es una personalidad menos neurótica: el personaje de ella es el más conflictivo, el que tiene más dilema existencial. Así que la llevaría más al diván a ella, quien es la que a través de sus problemas para formar una pareja, fundamentalmente de sus miedos, lleva el motor de la obra.

—Los dirige nada menos que Claudio Tolcachir. ¿En qué les hizo énfasis como director?

—En que vivamos cada situación. Lo que nos pide, y lo que actores como Paola y yo, que tenemos ya cierta trayectoria, nos damos cuenta, es que la efectividad de una obra pasa no por estar pendientes de gags y de los recursos de la comicidad, sino de estar pendiente del otro, y que la risa te sorprenda. En las primeras funciones ya te das cuenta que el público es un actor más, porque interrumpe la musicalidad que vos lográs en los ensayos. Algunas risas podés prevenirlas, pero la mayoría no. Pero luego de un año y siete meses haciéndola, eso lo tenemos bastante calibrado.

Humor: la comedia de Neil Simon dará tres funciones en El Galpón. Foto: Difusión
Humor: la comedia de Neil Simon dará tres funciones en El Galpón. Foto: Difusión

—Tu protagonizaste En terapia, una propuesta audaz para televisión, por la cantidad de primeros planos y los pocos exteriores.

—Sí, fue una forma completamente distinta de televisión: dos personas hablando y que el atractivo pase por lo que dicen. Y por lo reprimido, por la procesión interna que tengan los personajes. Estaba muy bien escrita: eso no se podía hacer con cualquier argumento. La adaptación buscó además que fuera atravesada por Buenos Aires, que es una cuna del psicoanálisis en América del Sur. Y los pacientes fueron adaptados, de la versión israelí, en la primera temporada, y en la segunda, más de la versión estadounidense. Algunos pacientes quedaron bien argentinos, como el que hizo Darío Grandinetti en la tercera temporada.

—¿Entre el actor y el analista ves puntos en común?

—Sí, el objeto de estudio es el mismo: los padecimientos humanos, la angustia, los conflictos. Pero el objetivo, es distinto. En uno es terapéutico, trabajar sobre la angustia, que no lo deja desarrollarse. Y del actor, interpretarla artísticamente. Yo trabajé como médico, como psiquiatra, y también trabajé como actor: casi no dormía. Cuando se me dio la posibilidad de elegir, me di cuenta que construir un personaje, poner el cuerpo, me resultaba más placentero que la racionalidad del analista.

—¿Las herramientas de la psiquiatría te sirvieron para el teatro?

—Pocas. Cuando encaro un personaje, ahora utilizo la experiencia, pero al principio trabajaba sobre el ABC que me enseñaron en la escuela de teatro. No era una escuela de teatro que se quedaba en hacer obras, o escenas, que eran laboratorios cerrados al circuito y al sistema. Apenas me empezaron a llamar, yo sabía con qué armas contaba para realizar los personajes.

—Los simuladores fue un salto en tu carrera, ¿cómo se asignaron los cuatro roles?

—No nos los asignaron, nos los pusimos entre nosotros, un grupo de amigos: es cierto que Damián Szifrón es el cerebro y el guionista, pero hubo en eso un acuerdo generalizado antes de empezar a grabar. Y el rol que yo tenía era el de la creatividad, la inventiva, el que podía trastocarse en cualquier personaje. Además era el personaje que no tenía ningún conflicto, que siempre está bien. Fue un programa que pegó mucho: iba en taxi y me decían, me podés matar a mi suegra. Y si no me equivoco, hubo en la vida real, algunos "simuladores" en Buenos Aires.

—¿De Los simuladores a En terapia está todo el rango, desde la televisión de acción, a lo más introspectivo. ¿Cómo compararías esas dos formas de actuación?

—En Los simuladores estaba mucho más protegido: podía ser un tanto exagerado, el espectador no te pedía una verosimilitud absoluta. Cuando tenía que hacer de mexicano que cantaba, el espectador sabía que estaba jugando con eso. En terapia es una forma de actuación completamente distinta: tenía que ser mucho más riguroso, sin tanta destreza corporal, y bien afinado el aparato emocional. Es cierto: es un extremo y otro de la actuación. La comedia del arte por un lado, y el método Strasberg por otro.

—Cuando ejerciste la psiquiatría, ¿qué área te fascinaba más?

—Me fascinaba estar ante un nuevo paciente, y esas cuatro o cinco entrevistas que uno hace, en las que ves el discurso del paciente como desde un lugar detectivesco, para encontrar bien cuál es el motivo de consulta. En psiquiatría, como en análisis, el paciente puede decir que el motivo de la consulta es uno determinado, pero a lo largo de las entrevistas, te vas dando cuenta, con él, cuál es el motivo de consulta verdadero. Eso me entretenía. Después, el tratamiento de largo plazo, yo lo veía medio con reojo: no estoy en contra, pero tampoco absolutamente a favor de esos tratamientos anuales.

—Es más fácil deshacerse de un personaje que de un paciente.

—Sí. Bueno, de un paciente uno no se deshace: si se va el paciente, o le das el alta, sí te deshacés fácil. Aunque te podés quedar afectado por algún personaje que te pegó fuerte por algún motivo. Pero no como yo siendo el personaje: me tendrían que meter en un manicomio si me pasa eso, no podría seguir trabajando de actor.

—¿Del carácter de tus padres, qué tenés?

—Mi viejo era muy noble, buena persona, inteligente. Sacá inteligente y me quedo con lo demás, sobre todo noble, bien ubicado. Y mi vieja era muy tierna, muy amorosa, y creo que heredé eso de ella.

—Vos tenés sangre española e italiana, ¿cuál sentís más presente?

—Mezcla, la mezcla porteña. Yo nací en Buenos Aires, soy bien porteño. Pero de los buenos, no de los que se creen más de lo que son. Ni de los que quieren sacar ventaja. Aborrezco de esa porteñada, del porteño barbita candado. Y está que el porteño que parece así, pero es bueno, y noble. Pero yo no tengo nada de piola, ni de canchero. A veces, cuando me veo en entrevistas, me noto soberbio. Y digo, ¿cómo, si estaba como con miedo, tratando de describir lo que me preguntaban?. Pero sin embargo, tengo como un semblante medio aporteñado de canchero. Pero odio todo eso.

Una historia de amor con todos los condimentos.

La chica del adiós fue una exitosa comedia romántica estadounidense de 1977, dirigida por Herbert Ross, que le dio un Oscar a Richard Dreyfuss como Mejor Actor. El guión de Neil Simon habla de un hombre bastante egoísta, que alquila un apartamento a un amigo, y la actual inquilina es la antigua novia de su amigo y su hija preadolescente. Basada en aquella película que recibió cinco nominaciones al Oscar, la puesta que llega a Montevideo tiene versión de Fernando Masllorens y Federico González del Pino, y dirección de Claudio Tolcachir, y promete concretar sobre el escenario una historia de amor con todos los condimentos. "Tolcachir, además de sus obras en el circuito independiente, y como director suele tener puestas más comerciales, y en este caso, para llevar la obra a escena, hizo un trabajo maestro, con una puesta en la que no hay ningún tipo de parate, todo continuado, aún habiendo elipsis y pasos de tiempo, que se entienden perfectamente", señala Peretti sobre el montaje, en el que también participan Gipsy Bonafina y Lucia Palacios en premiadas labores de reparto. Va en El Galpón viernes 14 y sábado 15 a las 21.00 y domingo 16 a las 18.00. Entradas en Red UTS, a $ 1310, $ 1560 y $ 1810.

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Diego Peretti. Foto: Ariel Colmegna

DIEGO PERETTICARLOS REYES

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