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Lo mejor del teatro nacional en 2017

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Rabiosa melancolía

teatro

Cuenta regresiva de lo más destacado que se vio este año en los escenarios teatrales

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"Rabiosa melancolía"

Ser innovador tiene su precio. Rabiosa melancolía no ganó ningún Premio Florencio este año, y sí lo ganaron otros espectáculos de mucho menos riesgo artístico. El montaje de Marianella Morena manejó un lenguaje escénico muy propio, en el que el texto fue solo un elemento más del total.

Los saltos temporales, el juego entre el tiempo y la percepción sobre él, la brecha entre la realidad y la memoria, son algunos de los asuntos que la gran artista plantea en escena. Pero lo más interesante es cómo logra plantear eso desde una dramaturgia singular, en la que implementó una dinámica que tiene pilares propios, que van desde el uso del especio escénico, hasta la voz de los actores y el canto como elemento dramático. Un grupo de hermanos recuerda a su madre, cada uno a su modo. Surge desde allí una reflexión escénica sobre los recuerdos, las emociones y los traumas, muy bien respaldada por un elenco integrado por Malena Muyala, Mané Pérez, Lucía Trentini y Agustín Urrutia. La obra se presentó en la Sala Atahualpa, de El Galpón, y lógicamente no todas las butacas estuvieron ocupadas a lo largo de las funciones. Es que no es un espectáculo que un amplio rango de espectadores pueda disfrutar.

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"El delirio"

"El Delirio" en el Centenario. Foto: Ariel Colmegna
"El Delirio" en el Centenario. Foto: Ariel Colmegna

El delirio, el gran musical que se presentó el 25 de noviembre en el Centenario, está entre lo mejor de la temporada. No fue considerada para el premio Florencio, porque el jurado exige que el espectáculo dé un mínimo de cuatro funciones. Sin embargo la vieron 18 mil espectadores, y la aprobación fue unánime. El megamontaje dirigido por Andrés Varela tuvo muchos elementos atractivos, y entre lo más destacable está la idea general y la compaginación del conjunto.

Porque no es fácil (y menos en Uruguay) ofrecer casi dos horas de espectáculo perfectamente sincronizado, en donde se conjugó el trabajo de 120 artistas en el escenario, y se los puso a trabajar bajo un argumento de notable solidez. Bailarines, coreógrafos, cantantes, cuerda de tambores, muñecos, acróbatas y músicos, actuaron en armonía para este homenaje a La Cumparsita, a 100 años de su nacimiento. Y lo más notable fue cómo todos esos artistas de distintas disciplinas y generaciones, fueron alimentando una trama que tuvo un sentido cerrado en sí misma. Y esa trama, además, pudo ser comunicada si parlamentos, con la sola sucesión de cine y arte escénico.

Además del valor del espectáculo en sí, abre un camino que ofrece todo campo para seguir trabajando, con otros temas, con otras concepciones escénicas y con otras estéticas. El delirio se merecía un premio Florencio. O más de uno.

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"Otelo"

Otelo
Otelo. Foto: María Fernández Russomagno

Sorprendió escuchar quejas sobre el audaz montaje que el director inglés Dan Jemmett hizo sobre Otelo, de Shakespeare, en la sala principal del Solís. Se comentó que a los clásicos había que tratarlos con más respeto, y cosas por el estilo. Y en realidad, la hermosa puesta en escena fue un ejemplo de cómo traer un texto brillante y de otra época, y ofrecerlo con la fuerza del original, la belleza de una buena traducción, y una estética anclada en el presente. La escenografía fue monumental, pero sin derroches visuales y con un ingenioso juego de tramoya.

El director dejó caer guiños que marcan la diferencia entre el Renacimiento y hoy, jugando por momentos a rozar la parodia. El registro actoral, marcado por Jemmett, dio vigor a la puesta, y a la vez la alejó de los tonos declamatorios. Y el desempeño de Diego Arbelo, en el rol de Yago, redondeó una gran faena escénica.

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"La sospechosa puntualidad de la casualidad"

La sospechosa puntualidad de la casualidad
"La sospechosa puntualidad de la casualidad". Foto: Difusión

Quizá no sea un espectáculo impecable, ni tampoco para todos los públicos. Pero La sospechosa puntualidad de la casualidad tiene méritos como para figurar en el número cuatro de lo mejor del año teatral. Antes que nada, por su originalidad. Originalidad que no nace de una vanguardia rabiosa, sino de un modo delicado de concebir el hecho escénico.

Jimena Márquez está detrás de esta obra, que tiene un texto en verso que da la palabra a un grupo de pájaros, que cuentan sus desventuras amorosas. Sin ser una maravilla, el texto crea ambiente, transitando por una fábula bien puesta en escena desde los rubros técnicos y desde el equipo de actores. La música y el canto (no podía faltar tratándose de pájaros) completaron esta rara avis que se vio en la Zavala Muniz, hecha por la Comedia Nacional. Que vengan más sorpresas así para la temporada 2018.

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"Tarascones", por la Comedia Nacional

Tarascones
"Tarascones". Foto: Alejandro Persichetti

Tarascones no es un espectáculo que innove demasiado en los aspectos formales. De hecho, la comedia de Gonzalo Demaría, que este año la Comedia Nacional hizo en la Sala Zavala Muniz, tiene la forma de una obra de género, sin mayores sorpresas estéticas en el montaje. Sin embargo, tiene varios ingredientes que la ubican entre lo mejor de la temporada.

Para empezar, el humor sostenido, e inteligente. Su autor, argentino, apeló al verso para tejer esta historia colmada de ironía y sarcasmo, sobre un conjunto de mujeres pitucas que se ensañan con la empleada doméstica. El elenco redondeó una faena teatral impresionante: Alejandra Wolff, Andrea Davidovics, Isabel Legarra y Claudia Rossi, dirigidas por Alfredo Goldstein, hicieron reír al público sin parar, y no con golpes bajos ni chistes manidos, sino con ingenio del autor, y eficacia y técnica de los intérpretes.

La escenografía, y sobre todo el vestuario, de Hugo Millán, enmarcaron una obra que es ejemplo de cómo divertir con agudeza. Algo como del viejo espíritu under pareció renacer con esta obra en filas del elenco oficial.

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