Crítica: Apagón

El comunicador se presenta todos los jueves junto a Jimmy Castilhos en un divertido show a oscuras

Continuamente el teatro local va buscando nuevas formas, con el objetivo de sorprender al público. Y unas veces lo hace a través de experimentar sobre el lenguaje escénico, y otras simplemente haciendo cosas que causan extrañeza, que asombran por raras. Entre estas últimas está Apagón, un espectáculo a oscuras que están protagonizando todos los jueves Kairo Herrera y Jimmy Castilhos.

La obra, aunque muy sencilla, despierta en el público gran complicidad, y una especie de sobreexcitación, ya desde el hall de la sala de espectáculos, un lugar pequeño y bien arreglado, en un barrio algo alejado del circuito teatral tradicional. En el hall, el autor y director de la obra, Raphael Dufort y Álvarez, recibe al público con una sonrisa. Mientras las copas de vino blanco van animando a los espectadores, el director explica algunas de las reglas de juego. Y justamente, esta experiencia tiene mucho de juego.

Ya tomarse de la mano de un desconocido, y entrar por un corredor a oscuras, es una experiencia inusual, felisbertiana. Y luego sentarse a una mesa, sin poder ver quienes son los demás comensales. La comida, sencilla, frugal, causa sorpresa porque hasta que no llega a la boca uno no sabe qué es. Y ese es solo uno de los juegos de este Agapón, hecho con más audacia que talento, con más frescura que creatividad. 

Es que una parte importante del espectáculo la protagoniza el propio público, que al quedar reunido pero sin verse, comienzan los chistes, las frases de doble sentido, las anécdotas, las presentaciones, los comentarios, las confesiones, las ocurrencias. Realmente, la gente puede llegar a comportarse de modo muy original cuando no se ven a los ojos unos a otros.

Luego los dos protagonistas entran en acción, y comienzan a desplegar una historia sobre los entretelones de un espectáculo, y lo hacen desde una dinámica de los opuestos: Kairo Herrera desde su actitud más aplomada, y Jimmy Castilhos desde un estallido de palabras y risas. El público participa, habla con los actores. El sonido está fuerte, y puede aturdir, pero la velada a oscuras vale la pena, para los que les gusta probar cosas nuevas. Porque se puede discutir si es o no teatro, pero es indudable que divierte.