crítica: El Ilustrador

En la Sala Zavala Muniz, un montaje para niños que mezcla tecnología digital y actuación en vivo

No es poco lo que Damián Barrera y su equipo lograron con El ilustrador, no solamente en el terreno del teatro para niños, sino como aporte al arte escénico local. Compaginar cine de animación y actores en vivo implica mucho trabajo en varias disciplinas complementarias (texto, dirección, trabajo actoral, diseño de escenografía, animación, ilustraciones y más), y el resultado en ese aspecto es satisfactorio.

El director y su equipo lograron una interacción por momentos precisa entre la imagen digital y el actor de carne y hueso. Y eso significa un gran paso, en un camino que seguramente tiene mucho más por delante de lo ya andado. La obra tiene algunas ideas en las que se aprovechan muy bien las posibilidades del cine y las del arte en vivo. Ahora, como experiencia prácticamente pionera en la escena local, El ilustrador todavía presenta un aire algo primitivo en la materia. No es fácil, por ejemplo, combinar las luces que necesitan los actores, con la iluminación de la proyección digital. Y el resultado en este caso produce un ambiente muy oscuro, en el que los niños más chicos a veces sienten miedo.

Más allá del uso de la tecnología, el espectáculo tiene algunas carencias. Visualmente hay escenas de poco interés estético, y quizá no muy acertadas para la educación artística del niño. El ilustrador presenta además un énfasis en lo oscuro, y cierta ridiculización de la vejez, que quizá tuvo que ver con que algunos espectadores abandonaran la sala. La platea, además, pareció desconcentrada.