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La Biblia, más allá de lo que dice

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"Mi teatro tomó un camino más paciente", afirmó. Foto: C. Podlesker.

El notable escritor y director argentino trae al Solís “Terrenal”.

Pocos dramaturgos argentinos (y uruguayos) han aportado obras para los escenarios durante tantos años, sin perder la capacidad de innovar. Mauricio Kartun, cuyos textos se presentan en Montevideo desde hace décadas, ha sabido incorporarse a las formas y contenidos de las nuevas tendencias, como lo probaron El niño argentino y Ala de criados, que se vieron en el Solís, en 2008 y 2010 respectivamente, y cuyo impacto aún perdura entre la gente de teatro.

El martes 15 y miércoles 16 de marzo a las 21:00, el escenario mayor del Solís vuelve a recibir un trabajo de este notable hombre de teatro: se trata de Terrenal. Pequeño misterio ácrata, obra que comparte puntos en común con los títulos recién citados: puesta en escena del propio autor, largos ensayos de investigación escénica, una extensa permanencia en la cartelera y premios y festivales a granel.

"Son obras que encontraron un nicho de público que entendió que, además de hablarles del pasado, les hablaban del presente. Y también tienen algo de interpretación de la historia, vinculándola con lo actual", explica el dramaturgo argentino, quien ha recibido en Argentina una larguísima cantidad de premios.

"Quizá el reconocimiento que más me conmovió fue el profesorado Honoris Causa de la Universidad de Buenos Aires. Mi relación con el aprendizaje fue siempre controvertida: me costó muchísimo terminar el colegio secundario, de hecho, me quedaron unas materias. En mi juventud no me podía imaginar maestro de nada: si no podía ser buen alumno, ¿cómo podía ser buen maestro? Y terminó siendo mi profesión. Yo vivo de mis clases: ocasionalmente, cuando una obra anda bien, como Terrenal, uno puede disfrutar de tener unos mangos más", confiesa con brutal honestidad.

—¿Qué lugar ocupa el anarquismo en esta obra?

—Me gustó la idea de jugar con el viejo género del misterio, género doctrinario, muy usado durante siglos por la Iglesia. Pero quise hacer la lectura de la Biblia buscando nuevos significados que aporten algo por fuera de la Iglesia, que vayan más allá de lo que la Iglesia quiere que la Biblia diga. Por eso misterio ácrata: un sistema teatral de difusión de una idea, que toma ideas de la Biblia para hablar del pensamiento anarquista, de cierto grado cero de pureza en el pensamiento político.

—¿A qué documentos recurrió?

—En principio a una vieja Biblia, que me acompaña desde el día en que nací; siempre estuvo en mi casa, en la mesa de luz de mi madre, o en la de mi padre. Mi padre era judío y mi madre católica. La Biblia en mi infancia siempre estuvo a mano: me acuerdo de chico pasar esas gripes o esas bronquitis en la cama de mis padres, buscando algo para leer, y manotear esa Biblia para entrarle por algún lado. Luego la heredé, y en los últimos años le estoy entrando mucho: creo mucho en el valor de los mitos, de las parábolas, como inteligencia narrativa. Una forma de transmitir a través de un relato, un acto de comprender algo.

—¿Cómo cambió su manera de escribir desde la década de 1970?

—No cambió en lo ideológico, sí en lo práctico. En la década de 1970 estaba convencido, de manera algo ingenua, de la posibilidad de producir, con el teatro y con la militancia, el cambio en un país que yo habitaría cambiado. Pensaba en un cambio rotundo, drástico, y que el teatro aportaba a que se diese de un día para el otro. Con los años uno entiende que ese cambio es gradual, que es armar una montaña de arena en la que uno aporta un granito. Perdidas esas urgencias, mi dramaturgia tomó un camino más paciente, a veces de temas políticos, otras no. Y sumergirme en los temas a través de la escritura: entender que esto de escribir es una forma de pensar, la única que tenemos los escritores. No pensamos y luego lo ponemos en palabras. Escribiendo producimos el acto inteligente.

—Su teatro se presta mucho para encontrar segundos sentidos. En el caso de Terrenal, ¿por dónde irían?

—Terrenal, desde cierto punto de vista, es extremadamente sencilla. Toma el mito base del enfrentamiento entre dos grandes posturas, que desde el origen de la civilización hasta hoy, divide a los hombres: el solidario y el solitario. La tribu nómade y la sedentaria. La nómade, viviendo la delicia de una vida en la que no hay nada que cuidar, no acumula, no existe el concepto de propiedad. Y el que necesita marcar el terreno, y cuando acumula, necesita invertir calorías en proteger lo que acumuló. Caín y Abel son dos arquetipos. Caín, el acumulador. De hecho, Caín, en hebreo antiguo, significa algo así como propiedad. Y Abel significa la nada. La vieja dialéctica entre el hacer y el ser. El viejo enfrentamiento de la colonia española en América: un territorio en el que predominaba el pensamiento del ser y del estar, y tratar de convencerlo de las virtudes del hacer. Hoy está presente el mito, con la idea de que el americano natural es perezoso.

—¿Cómo fue que convocó al actor Mike Amigorena para El niño argentino?

—Yo a Mike lo conocí cuando él hacía publicidad de esos avisos de Llame ya, y su carrera fue de una velocidad meteórica: saltó de El niño argentino a hacer una película con Francis Ford Coppola y a protagonizar una tira. Cuando pasó a tener tanta popularidad, tuvimos que bajar la obra, por la cantidad de trabajo que él tenía. Pero siempre que nos sentamos a tomar una cerveza nos ronda la idea de volver a hacer El niño argentino: han pasado 10 años.

—¿Se rompió la línea entre el off y la calle Corrientes?

—No, ocasionalmente lo que sucede es que algunos espectáculos del off, por una hermosa circunstancia, tienen tanto éxito que las salas les quedan pequeñas, y pasan a salas de la calle Corrientes. Pero se puede contar con los dedos de una mano las veces que eso se ha producido en los últimos años. Cuando sucede, lo extraordinario es que un teatro sin figuras y sin gran inversión en publicidad, la gente lo empiece a demandar.

—Cuénteme sobre su hijo Julián. Artísticamente, ¿siente que se parecen?

—Julián ha tomado un camino para mí entrañable, que de alguna manera es el actor de variedades. Él tomó el camino de la canción, del humor, género que siempre he sentido como propio. Me da muchísimo orgullo que tome para ese lado. No es el camino más convencional del actor de televisión o de cine, pero en todo caso, es el que a él más lo expresa.

—Usted es coleccionista, ¿qué le gusta juntar?

—Fotografías, sobre todo. Mi pasión es la fotografía de Carnaval. Tengo unas siete, ocho mil fotografías, del Carnaval porteño. Cuando voy a Montevideo, trato de ver carnaval, y aprovecho a hacerme de alguna fotografía: tengo bastantes del Carnaval uruguayo.

—Para su dramaturgia, echa mano a documentos de época que le aportan expresiones de clase, cosas de ese tipo.

—Sí. La búsqueda de lenguaje siempre obliga a hacer un poco de arqueología del lenguaje, si quiero abordar asuntos del pasado. Busco desde libros técnicos hasta obras de teatro, con las que uno se empapa de ese lenguaje. Es como cuando uno va a un país donde se habla otra idioma, y al mes uno no habla el idioma, pero ya tiene la música de esa lengua en el oído. Yo tengo que escribir algo y salgo a buscar como esa música. En Ala de criados, cómo era ese lenguaje de elite en 1919. Aceptando que uno solo pone la música, y como no se ha vivido en esa época, no se puede comparar. No se busca la verdad, solo una verosimilitud.

Una puesta en escena premiada, un taller y el mundo como un teatro de varieté.

Caín y Abel, en una versión conurbana ubicada en los años 50, en el marco de un fracasado loteo de terrenos. Caín, quintero, productor de reputados pimientos, y Abel, vagabundo, fuera de la cadena de producción. Los dos hermanos en pugna, mientras comparten un mismo terreno. De pronto, la misteriosa aparición de Tatita, el abuelo folclorista que los abandonara años atrás, completará los pasos de esta glosa del relato bíblico: el primer asesinato, el triunfo del propietario sobre el desposeído.

En líneas generales ese es el guión argumental de Terrenal, que interpretan Claudio Martínez Bel (Caín), Claudio Da Passano (Abel), y Claudio Rissi (Tatita), en un marco escenográfico de Gabriela A. Fernández. En cuanto al montaje, la obra juega con el concepto barroco del mundo como un teatro, en el que Dios es espectador, y el mundo es como un tablado de varieté.

La puesta en escena ganó el Premio de la Crítica al Mejor libro argentino de la creación literaria 2014, así como los Premios Teatro del Mundo en Dramaturgia y en Actor Protagónico para Claudio Rissi.

En esta visita a Montevideo, Kartun dará también un seminario, denominado "Desmontaje de un proceso creador", que irá el miércoles 16 y jueves 17 de marzo, a las 16:00. Para asistir hay que haber visto la función del martes 15, e inscribirse en la web del Solís. Cupos limitados.

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"Mi teatro tomó un camino más paciente", afirmó. Foto: C. Podlesker.

Mauricio KartunCARLOS REYES

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