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Un baile de máscaras y disparos: así es la tercera temporada de "La casa de papel"

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La casa de papel 3. Foto: Netflix

RESEÑA CON SPOILERS

La serie española más popular de la actualidad volvió con todo a Netflix, y te contamos los detalles

La casa de papel está de vuelta y es más grande y mejor. Eso es lo primero que hay que decir de una serie que generó impacto a nivel mundial con una historia llamativa, sí, pero que no ofrecía demasiada novedad para el público —de ahí que se la haya cuestionado con insistencia— y cuya mayor virtud era una dosis de entretenimiento contundente. Retomar una narración que había quedado cerrada con el fin del atraco a la Fábrica Nacional de Timbre y Moneda era todo un desafío para Alex Pina, el creador, y su equipo, encima habiendo perdido a una de sus fichas fundamentales, el personaje de Berlín. Y más de uno nos cuestionamos si era necesario, en este presente de abundancia de series y consumo compulsivo.

Si era necesario o no, esa es una pregunta de respuesta demasiado subjetiva. Ahora, si la interrogante es si el desafío se superó, la respuesta es más que positiva después de haber devorado estos ocho nuevos episodios que, va el aviso, no son aptos para cardíacos. El ritmo que se le imprimió a esta temporada es todavía más vertiginoso que el de las anteriores, y los creativos se guardaron algunos golpes de impacto para el final, dignos de los cerebritos de Game of Thrones.

Esta reseña, antes de seguir, contiene spoilers: va el aviso para que puedan interrumpir la lectura al debido tiempo.

Dicho esto, la temporada arranca dos años y pico después del final del atraco, con una secuencia forzada pero ingeniosa que usa a Arturo Román (Enrique Arce), el rehén más fastidioso de las primeras temporadas, para introducir los felices presentes de todos los maleantes. Cada pareja está viviendo la buena vida en algún lugar, hasta que una decisión de Tokio (Úrsula Corberó), a quien ni el dinero ni la felicidad le dieron estabilidad emocional, arruina todo.

Un impulso suyo —después se le intentará quitar la culpa, pero para ese entonces, el espectador ya habrá hecho su propio juicio— es el detonante que termina con la captura de Rio (Miguel Herrán) por parte de la Europol. Entonces Tokio va al encuentro de El Profesor (Álvaro Morte), que sin cuestionarse mucho, resuelve que hay que liberar al detenido.

Lo primero es convocar a la banda; lo segundo, llevar a cabo un atraco que es un golpe al sistema, y una forma de vengar la muerte de Berlín (Pedro Alonso). ¿Cómo? Con justicia poética: aplicando un viejo plan suyo de robar la reserva de oro del Banco de España, plan que diseñó nada menos que con el personaje que interpreta Rodrigo de la Serna: Martín, o sea el ingeniero, o sea Palermo.

Berlín sigue siendo fundamental. Es quien narra en detalle el plan; es el disparador de algunos de los momentos más dramáticos de la temporada —uno termina al ritmo de “Who Can It Be Now?” de los Men at Work, y es
precioso—, y es el protagonista de algunas de las escenas más fuertes. Una de esas es con “Guantanamera”, cantando unos versos que funcionan como autorreferenciales: “No me pongan en lo oscuro a morir como un traidor. Yo soy bueno y como bueno, moriré de cara al sol”. El final de Berlín en La casa de papel no podía ser en la negritud de aquella bóveda.

De la mano con eso, la entrada de De la Serna es un arrebato de energía que revitaliza a una pandilla que la tiene peor que nunca. Los otros dos ingresos en la banda (Bogotá y Marsella) son intrascendentes y apenas si se los introduce. Es uno de los puntos flojos de la temporada, sumado a alguna cosa innecesaria (la entrada de Arturito al banco; más de una reacción de Tokio; ciertas actitudes de Palermo durante el atraco, que son copiadas de algunas de Berlín, y así).

En el otro bando, el fichaje de Najwa Nimri como la nueva inspectora es un acierto, sobre todo porque su personaje tiene la sangre helada y el cinismo por las nubes, lo que le aporta sabor a la trama. Entra en acción un poco tarde y eso deja cierto gusto a poco, pero hay que suponer que se lucirá en lo que está por venir. Además, su personaje potencia el feminismo de esta ficción, en una temporada en la que Estocolmo, Tokio, Nairobi y la inspectora Murillo que ahora atiende como Lisboa (Itziar Ituño) también tienen sus momentos de empoderamiento.

Después, todo es más espectacular que antes, seguramente por la ampliación de presupuesto. Hay más locaciones, mayor uso de exteriores, más escenas de acción, más despliegue de efectos especiales, un buen manejo de la música (de Belle and Sebastian a Primal Scream, pasando por Vetusta Morla y los Black Keys) más y más y más de todo, mucho de eso reservado para un buenísimo último capítulo que golpea fuerte, pero enseguida deja con ganas de más.

La casa de papel volvió para demostrar que podía hacerlo mejor, y que ahora está más adulta y recargada. Pero sobre todo, volvió para probar que lo que quiere hacer no es reinventar la rueda, sino entretener a lo grande, para que el mundo siga hablando de ella.

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