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Amigos que aprendieron juntos a crecer

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Friends. Foto: difusión

Friends

Una defensa de una serie que los millennials critican pero que sigue generando pasiones

Friends. Foto: difusión
Friends. Foto: difusión

El apartamento de Mónica estaba vacío. Solo quedaban un mueble y aquel perro blanco que había llevado Joey y que tantos problemas les dio a estos seis amigos. Era 2004, Rachel y Ross por fin estaban juntos, Phoebe era feliz con Mike, Mónica y Chandler habían logrado ser padres y Joey con su característica reacción lenta se daba cuenta, después de 10 temporadas, que el apartamento de sus vecinos era púrpura. En fin, se fueron por un café y hubo una última toma del marco amarillo sobre la puerta cerrada del apartamento en el que todos vivieron. Hace 13 años esto habría sido spoiler, pero hoy es sabido que así terminó Friends, la serie que marcó la televisión estadounidense en la década de 1990 y que, por lo visto, sigue generando debate, amores y odios.

Un posible debate es de qué se habla cuando se dice “el público de Friends”. Podríamos quedarnos con la generación X (la post babyboom) o con el promedio de 24,8 millones de audiencia por capítulo que tuvo la primera temporada en Estados Unidos o los 52,5 millones que vieron ese último capítulo. Y eso solo en la época de la televisión en familia y el capítulo por semana.

Ahora, además de estar en la grilla de Warner Channel en el cable local, desde 2016 se pueden ver todas las temporadas en Netflix, toda una invitación para nuevas generaciones. En ese sentido hay una nueva teoría sobre una serie que hasta no hace mucho tiempo parecía gustarle a todos: los millennials no solo no quieren ver Friends, sino que la consideran homófobica y sexista.

La noticia salió en el periódico británico The Independent hace unos días y aseguraba que los jóvenes de hoy se sienten incómodos con la forma en la que los guiones tratan los temas relacionados a la comunidad LGTB o el sexismo que abunda en ellos. Un ejemplo es la reacción de Chandler cuando todos creen que es gay, la actitud hacia su padre transexual o el empecinamiento de Ross para que su hijo Ben no juegue con una Barbie.

Pero por un momento cambiemos la perspectiva y apuntemos a la generación que vio la serie más de una vez, o a los millennials que la descubrieron tarde pero igual se engancharon.

La revista New York publicó en marzo de 2016 un artículo que preguntaba por qué los veinteañeros estaban enganchados con una serie así de vieja. Entre las conclusiones estaban las eternas aspiraciones personales: un apartamento en la gran ciudad y ser joven y vivir con amigos. Nada que no estuviera en otras sitcoms como The Big Bang Theory o Senfield.

Pero con Friends pasó algo distinto -aunque no al nivel de lo que sucede con Los Simpsons-, y varias situaciones o actitudes de la serie se reflejan en la vida real. Muchas cosas que nos pasan en lo cotidiano, parecen tomadas de Ross, Rachel o cualquiera de estos amigos neoyorquinos.

Es que Friends, con toda la liviandad de una serie pensada para ser de fácil digestión, maneja un espectro tan amplio de la imperfección humana como para que sea difícil no sentirse identificado, además, muestra gente creciendo que a la larga terminan descubriendo que los sueños no siempre se cumplen.

Hay que tener en cuenta, en todo caso, que la serie transcurre en la década de 1990 cuando muchos temas recién empezaban a cambiar su paradigma.

Cierto es que a partir de los ejemplos que daba la nota de Independent, se puede hablar de un Ross machista con tendencia a lo insoportable, a quien no perdonaremos jamás haber hecho despedir a Sandy (el niñero) y haberlo acusado de ser demasiado sensible para ser hombre.

Con esa evidencia, Ross parece no tener salvación. Pero con todos sus defectos, habría que ver lo que debe haber sido para la época que el mismo Ross entendiera que iba a criar a su hijo junto a Carol (su exesposa) y Susan, la nueva pareja de Carol. O cómo, despojado de todo humor, la apoya y aconseja para que no se arrepienta de casarse, aunque sus padres no acepten que sea con otra mujer, y le asegure que va a estar ahí. Y sí, le molestó la muñeca, pero todos a su alrededor trataron de hacerlo comprender que no tenía nada de malo que un niño eligiera una Barbie y no una figura de acción o un auto.

Y está Chandler, otro chico criado con una cabeza que hoy cuesta aceptar, pero que con ayuda de Mónica supera sus propios prejuicios para entender que su padre lo quiere. Porque después de todo ellos bien saben que se trata de eso, de prejuicios a derribar.

¿Que Friends tendría que cambiar mucha cosa si se hiciera en esta época? Sí. Pero tal vez el tono de humor de sitcom no permitió ver que, bien o mal, la serie tocó temas que la televisión de aquel momento no atendía -no hay que olvidar el embarazo subrogado de Phoebe cuando decide ayudar a su hermano a tener hijos -, y que hoy están el centro del debate. 

Una reunión esperada que no llegará

El final de Friends fue redondo, pocas series terminaron en el momento preciso. Aun así hay fanáticos que sueñan con una reunión - más en estas épocas en las que el streaming trajo continuaciones para Gilmore Girls o Full House y prepara Sabrina, la bruja adolescente. Y aunque la serie no volverá ni tendrá continuación -Matt LeBlanc probó con un spin-off que no funcionó- no faltaron reencuentros. Uno memorable fue el de las tres actrices en el programa de Jimmy Kimmel con un sketch en un escenario igual al apartamento de Mónica.

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