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El regreso de un Maquiavelo moderno

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Kevin Spacey

"No nos rendimos ante el terror. Nosotros creamos al terror." Con esta frase, entre escalofriante y poética —tan típica de Frank Underwood —, termina la cuarta temporada de House of Cards, que el viernes pasado se estrenó por Netflix. Y está muy buena.

La nueva temporada empieza donde nos dejó la última: Underwood es un no muy popular presidente de Estados Unidos que lucha por su segundo mandato y ha caído a lo más bajo, al menos en su particular código de valores. Lo hemos visto manipular, traicionar, extorsionar y asesinar, pero nunca lo habíamos visto humillar a Claire, su esposa y aliada en la conquista del poder.

Gran parte de la serie se basa en la química entre ambos, y la nueva temporada no decepciona. Como siempre, Kevin Spacey y Robin Wright están notables. Por primera vez, la alianza del matrimonio Underwood está rota. Y eso es un peligro, porque Claire conoce demasiados trapos sucios como para destruir la candidatura de Underwood. Y los va a usar.

A medida que pasan los capítulos, House of Cards se vuelve adictiva. No sé bien qué es lo que tiene. Los guionistas tienen el buen gusto de no recurrir al gancho barato al final de cada capítulo, pero la acción y los problemas colocan a los personajes en tales situaciones y diálogos que se hace difícil resistir el impulso de conocer cuál será la próxima crisis. Dentro de su exageración, House of Cards da una buena impresión de lo agobiante que debe ser ejercer la presidencia de Estados Unidos. Al ver a Underwood trabajando todo el día y cargando el peso del mundo en sus hombros, uno no pude dejar de preguntarse: ¿quién estaría tan loco de querer ese puesto?.

Otra explicación son los personajes. La serie tiene banca, y eso le ha dado a los escritores tranquilidad para esculpir con delicadeza personalidades tan complejas como perturbadas. Como en todas las buenas series, en algunas escenas uno piensa: "¿para qué están mostrando esto?". Pero a la larga las historias cobran sentido, o al menos ayudan a entender un poco mejor qué es lo que pasa por la cabeza de los personajes. En House of Cards casi no hay buenos, y hasta a los peores malos se les concede alguna escena para mostrar una dosis de humanidad. Incluso el propio Underwood, un Maquiavelo moderno, parece sincero cuando sermonea y da discursos sobre la importancia del trabajo duro y la lealtad.

Los nuevos personajes renuevan la serie y encajan bien en la trama. Leann Harvey (Neve Campbell), la asesora política de Claire, se convertirá en un contrapunto interesante para el fiel y obsesivo Doug Stamper. Elizabeth Hayes (la prestigiosa Ellen Burstyn), la madre de Claire, aparece como una señora de alta alcurnia de Texas que, resentida y solitaria, nos abre otra faceta más de su ambiciosa hija. Y, finalmente, aparece el candidato a presi- dente por los republicanos: Will Cornway, el gobernador de Nueva York. Joven, alto, popular y familiero, Cornway representa lo opuesto a Underwood ante el electorado, pero aunque igual de hipócrita, no le llega a los talones en cuanto a cinismo y manipulación; igual le da una buena pelea. El ida y vuelta entre ambos es de lo mejor de esta nueva temporada y por momentos uno no sabe por quién hinchar.

Otro acierto: vuelven viejos personajes. No como un recurso desesperado para atraer audiencia, sino porque a varios les quedan cuentas por cobrar. Esto le da a la serie cierta estructura circular que funciona. El primer capítulo abre con Lucas Goodwin —el periodista que tuvo el tupé de investigar a Underwood— en la cárcel, que tendrá un papel importante. Y como era de esperarse, los fantasmas de Peter Russo y Zoe Barnes volverán para atormentar a Underwood.

Otro punto alto es la producción, un sello de House of Cards. Las convenciones de los partidos, los detrás de escena, las reuniones de gabinete, la preocupación por los sondeos y la campaña en redes sociales están representados en forma impecable. Se ha escrito demasiado sobre los esfuerzos de los escritores para representar fielmente la vida en Washington, por lo que no tiene sentido explayarse mucho más. Un detalle interesante es que en esta temporada, por primera vez, aparece la discusión sobre el uso de datos personales en Internet para estudiar al electorado. Y manipularlo. Quienes hayan leído algo sobre metadatos y no entiendan bien de qué se trata, van a tener idea de por qué esta información es tan cotizada por corporaciones y gobiernos.

Se podría decir que hay giros y reacciones un poco inverosímiles, y que algunas traiciones se olvidan rápidamente. Pero es un poco el juego de House of Cards. Y de la política en general. Otra crítica es que hacia la mitad de la temporada, la serie se hace un poco lenta y abusa del recurso onírico, pero levanta rápido. Una última manchita: uno se queda con ganas de que Underwood rompa la cuarta pared y hable más seguido a la cámara. Ese recurso que identifica a la serie aparece menos en esta temporada.

Pero vale la pena verla. Al igual que ocurría con Walter White en Breaking Bad, todos estamos esperando que Frank caiga, pero no podemos dejar de sentirnos fascinados por él. Y eso es lo que hace a una buena tragedia.

House of cards [****]

Dirección: Tucker Gates, Robin Wright, Tom Shankland. Productores: Beau Willimon, David Fincher, Robin Wright. Elenco: Kevin Spacey, Robin Wright, Michael Kelly, Neve Campbell, Joel Kinnaman. Dónde: Netflix.

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