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¿Cómo se vivió el show de Roger Waters ayer en el Centenario?

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La magia de Roger Waters en el Estadio Centenario. Foto: Leonardo Mainé

Ahí estuve

Ante 40.000 personas, el exlíder de Pink Floyd dejó claro su discurso disidente en un espectáculo de una calidad de sonido y una presencia visual nunca vista en Uruguay

VEA LA FOTOGALERÍA. Foto: Leonardo Mainé
Foto: Leonardo Mainé
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Foto: Lucía Baldomir
Foto: Mariana Malek
Foto: Déborah Friedman
Foto: Déborah Friedman

Los 40.000 espectadores que repletaron anoche el aforo del Estadio Centenario presenciaron el espectáculo más poderoso —con su combinación de mensaje, tecnología, ejecución musical y puesta en escena— que se ha visto por estos lados. Cierra un año que no habrá tenido McCartney o Stones pero tuvo en David Byrne, Phil Collins, Nick Cave y ahora Waters, una buena prueba de cómo es el estándar más alto en el rubro shows internacionales. 

Roger Waters viene alertando con su música sobre los males modernos desde hace por lo menos 50 años en los que sus canciones han estado señalando a la alienación, el consumismo y el juego perverso de los poderosos como algunos de los daños colaterales de la sociedad en que vivimos. El show de ayer trazó, de una manera visual y sonoramente asombrosa, un panorama desolador del estado del mundo, en el que, sin embargo, aún quedan vestigios de esperanza.

Ante el hecho consumado, plantea Waters en esta Us+Them Tour, lo que queda es resistir. Durante el intermedio que separó las dos partes del show, por ejemplo, desde la gigantesca pantalla se enumeraron algunos de los blancos de esa resistencia en una lista que encabezó Mark Zuckerberg y en la que también estuvieron el antisemitismo, el trato de Israel hacia los palestinos (un tema que volvería a mencionar), la política exterior estadounidense, la discriminación y el uso de los océanos como basurero, entre otros asuntos urgentes.

A las 21.00 en punto, el Centenario fue poniéndose en sintonía con una larga introducción de una mujer en una playa, en una escena que pasó de bucólica a apocalíptica y que recibió a los músicos que arrancaron con “Breathe”, una canción de 1974. Tal como era la premisa de la convocatoria, Waters repasó buena parte del legado de Pink Floyd, la banda que fundó a mediados de la década de 1960, concentrado en alguna de sus obras cumbres, Dark Side of the Moon, Animals, Wish You Were Here y The Wall.

Además incluyó cuatro canciones de su último disco, Is This the Life We Really Want?, del que seleccionó manifiestos como “Deja vu” sobre el uso de drones, “The Last Refugee”, sobre la crisis de refugiados y “Picture This”, probablemente uno de los más negros panoramas del mundo de hoy.

La magia de Roger Waters en el Estadio Centenario. Foto: Leonardo Mainé
Foto: Leonardo Mainé

Enmarcado por una pantalla de exagerado Cinemascope, Waters y su grupo (integrado, en buena parte, por sesionistas jóvenes, entre los que destacaba Jonathan Wilson como guitarra y contrapartida vocal) aportaron, principalmente, la banda de sonido a imágenes que reafirmaban algunas ideas de sus canciones: es más que nada un espectáculo audiovisual. En la segunda parte, por ejemplo, se dejó bien clara la lista de enemigos en canciones como “Pigs” (que terminó con un directo “Trump es un cerdo”, después de reproducir algunas de las frases más polémicas del presidente estadounidense) y en “Money”, una canción sobre la avaricia en la que dio protagonismo a Trump; el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan; el ruso, Vladimir Putin, y el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y un papel secundario a todo el plantel del G7.

Waters se mostró ofuscado por el surgimiento del neofascismo y criticó al electo presidente de Brasil, Jair Bolsonaro y a los magnates de internet. Llamó a resistirlos.

Es un espectáculo fundamentalmente político en el que Waters, que tiene 75 años, se paseó de un lado al otro del escenario con su bajo a cuestas, arengando a las masas. Las canciones están al servicio del mensaje.

Con un sonido envolvente y un despliegue lumínico que generaba disintos ambientes y hasta reconstruyó tridimensionalmente la portada de Dark Side of the Moon, el show de Waters fue, ante todo una experiencia deslumbrante. Su millonario despliegue (la gira costó cuatro millones de dólares y lleva recaudados 90 millones) se hace notar todo el tiempo.

Uruguay estuvo presente en dos ocasiones en el escenario.

Al cierre de la primera parte, integrantes del coro infantil Giraluna, de Nuevo París, aparecieron en escena vestidos con el mono naranja y la capucha con la que se asocian a los detenidos en Guantánamo, un efecto tajante. Los niños entonaron, y bailaron, el estribillo de “Another Brick in The Wall” (ese que va de “We don’t need no education/ We dont need no thought control”) y terminaron celebrando su presencia en el evento con camisetas donde se leía la consigna “Resist”. Se los veía supercontentos y fueron saludados con una de las tantas ovaciones de la noche.

El mundo que plantea Waters parece salido de la peor pesadilla de George Orwell, el autor de la premonitoria "1984"

Cerca del final, en tanto, Waters comenzó a hablar de su encuentro con una activista por los derechos de los charrúas en la charla que dio el viernes en el PIT-CNT y de ahí habló de los derechos de los pueblos originarios. Lo hizo mientras se ponía una camiseta de “Todos somos familiares”, en referencia a los desaparecidos durante la dictadura, una situación sobre la que no hizo ninguna mención específica.

Todo quedó, así, pronto para la despedida con una versión fenomenal de “Confortably Numb”, una canción que cierra de manera fuerte y popular mucho de lo que había planteado en las dos horas de show. Waters, quedó claro, tiene, como desde hace 50 años, mucho para decir. Y los recursos para mostrar esas ideas de una manera así de contundente.

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