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The Flaming Lips tienen nuevo disco en el que su psicodelia se vuelve melancólica

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The Flaming Lips

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La banda liderada por Wayne Coyne editó "American Head" un disco conceptual sobre un encuentro con Tom Petty en la década de 1970; es lo mejor que han hecho en una década

The Flaming Lips
Wayne Coyne de The Flaming Lips, elegancia rockera

Parece mentira que Flaming Lips ya esté por cumplir 40 años. Parace mentira que sigan juntos y vivos. Surgidos en 1983 en Oklahoma City y siempre con Wayne Coyne al frente han mantenido una carrera de una independencia artística pertinaz que les ha permitido hacer cualquier locura y que alguien se la banque. Sus propias ambiciones, los mantuvieron en ese estatus pero, quizás le impidieron crecer. Son, en sus mejores momentos, una gran banda.

American Head, su nuevo disco (y que incluye algunos de esos buenos momentos), es más reposado que algunas cosas que han entregado recientemente y eso lo ubica en la línea de sus dos discos más accesibles, The Soft Bulletin y Yoshimi Battles the Pink Robots que ya tienen 20 años. Fueron los discos que los convirtieron en los preferidos de cierto circuito rockero y ellos mismos han mencionado su vínculo con este nuevo trabajo.

Al igual que otros de su extensa discografía, American Head es un album conceptual: está centrado en los recuerdos adolescentes de Coyne en la Oklahoma de la década de 1970 y una nueva fascinación por Mudcrutch, la banda que tenía Tom Petty antes de los Heartbreakers y con los que había sacado un disco poco antes de morir. La historia que se cuenta es una combinación de ambos universos con los Flaming Lips como una banda drogona de Oklahoma que sale de parranda con aquel Petty. Han tenido conceptos muchos más locos que este.

Esa idea de un tiempo perdido o encantadoramente imaginario quizás explique cierto aire melancólico de algunas canciones y la locura de otras.

Y ese concepto que atraviesa el disco, permite, además, que haya dos temas, por ejemplo, dedicados al LSD (“Mother, I’ve Taken LSD”, “Flowers of Neptune 6”) y otro que se titula “At the Movies on Quaaludes”, lo que debe ser todo un experiencia. Estuvo claro desde siempre que los Flaming Lips nunca pasarían un control antidoping, y aquí dejan más que explícitos algunos de sus recursos creativos.

Eso está clara en los sonidos que parecen de un Pink Floyd americano, repleto de paisajes sonoros que, de primera, suenan psicodélicos. Por momentos se parecen a los My Morning Jacket.

Al igual que ellos, acá hay capas de sonido, que van sumando densidad, lo que disimula cierta monotonía pero los que conocen el juego de los Flaming Lips va a encontrarse con disco más amable en mucho tiempo. Y eso quiere decir su mejor disco en una década.

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