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Un show monumental

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Foto: GDA / La Nación

El periodista Guillermo Lorenzo estuvo en la vuelta de Guns N'Roses al Monumental de Núñez, donde la banda había hecho su último concierto antes de separarse. Este es su relato.

Miles de luces blancas brillan en el Estadio Monumental. Es como si un montón de luciérnagas hubiesen invadido cada tribuna del estadio. Está por empezar un nuevo capítulo en la historia de Guns N’Roses, y los fanáticos se preparan para grabarlo.

Las bandanas, los jeans rotos, las remeras con inscripciones y la ropa oscura decoran todo, como si la década de 1990 hubiese regresado. “¿De ahí como se ve?”, es la pregunta que más se repite en el campo. La gente busca un lugar para ver el escenario y las pantallas gigantes sin que la tape la torre de sonido.

Un señor que está con su esposa y sus dos hijos adolescentes me pregunta si en Rosario la banda fue puntual. “Sí. Hasta ahora, la banda viene cumpliendo”, le digo. Pero pasan 45 minutos de la hora fijada y la banda aún no salió.

Las palmas, acompañadas de cánticos y silbidos, aumentan. “¡Cómo va a estar esto, loco! ¡No aguanto más!”, le dice un amigo a otro. Yo, por mi parte, pienso si estoy a punto de presenciar el mejor recital de mi vida o si voy a volver a Montevideo decepcionado.

La ansiedad es en parte comprensible: es que todo vuelve a empezar en el mismo lugar que una vez terminó. Hace 23 años, Guns N’Roses dio en este estadio su último concierto con Axl Rose, Slash y Duff McKagan juntos.

“Nunca pensé que podía llegar a ver esto”, le dice un hombre a su pareja mientras la rodea con sus brazos como para que no se pierda entre la multitud. En ese momento la banda comienza a salir y con “It´s so easy” se genera el primer pogo de la noche. Algunos se agarran la cabeza, otros miran para atrás asombrados por el show visual que se genera en las tribunas a raíz del flash de los celulares, otros simplemente saltan eufóricos. Luego viene “Welcome to the Jungle” y el pogo es aún más grande.

La noche sigue,, y pasa de la adrenalina a la emoción en cuestión de acordes. Las baladas despiertan lágrimas y recuerdos. “Estranged” suena y las parejas se abrazan, los amigos se miran con ojos vidriosos y hasta el vendedor de refrescos pone su atención en el escenario.
La década de 1990 suena a través de los hits de la banda, uno tras otro. Hay llantos, risas, saltos, abrazos, silencios y gritos.

Tal vez porque ni el fanático más optimista pensó que podía llegar a ver alguna vez a Axl y a Slash juntos. Cuando Axl y sus músicos tocaron en el Centenario, en el 2010, fue totalmente distinto, sirvió para poder cumplir el sueño de por lo menos ver a un integrante de Guns N´Roses. Lo mismo sucedió años más tarde, cuando Slash se presentó en el Teatro de Verano con su banda. Ambos fueron shows buenos, pero esto es distinto.

La dupla Axl- Slash, sumada a Duff, es la fusión que nunca se tendría que haber separado, la que consiguió records de venta de discos y estadios llenos en todo el mundo y la que funciona a la perfección.
Por eso la reacción. La gente coreó cada canción, cada solo de guitarra. Pero el paso de los años no fue en vano. Aquel Axl díscolo y casi antipático es otro líder de banda hoy. Cuando Slash interrumpió “Nightrain” por motivos de seguridad, Axl se dirigó al público de manera empática y sonriente ,pidiendo que retrocedan para evitar lastimados.

A tres horas del comienzo, ese reencuentro empezó a terminar y “Paradise City”, acompañada de pirotecnia y papeles picados, anunciaba la despedida. Ninguno de quienes ahí estuvieron olvidarán que, al menos una vez, pudieron volver a vivir algo de lo que transmitía a aquella icónica banda de rock de los ´90.

El eterno femenino de una imaginativa pintora
Foto: GDA / La Nación

crónica: "ahí estuve"GUILLERMO LORENZO

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