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Rock clásico que huele a espíritu adolescente

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Mandrake y Los Druidas. Foto: Difusión

Sonidos que andan en la vuelta

Mandrake y Los Druidas y su disco debut

Mandrake y Los Druidas. Foto: Difusión
Mandrake y Los Druidas. Foto: Difusión

Hay urgencia en Mandrake Wolf y eso es, quizás, lo que de una u otra manera hace de su primer disco con Los Druidas tan buen trabajo. Y hay una urgencia que parece ir contra todo, o mejor dicho a pesar de todo, porque no es que este músico estuviera desconforme con los candombes que grabó para su último disco, o con Los Terapeutas, esa maquinita sonora que lo acompañó durante 30 años de su carrera (y no es un capítulo cerrado, pero sí uno que ahora está abandonado). Es sencillamente que necesitaba un nuevo sonido.

De ahí que la ópera prima de Los Druidas, una banda de músicos que tienen un par de décadas menos que él, empiece despotricando contra los comienzos cuando, justamente, este es un nuevo comienzo y tal vez, el mejor comienzo posible para una nueva etapa.

Porque este disco -homónimo o sin nombre- es tremendo disco de rock bien hecho, bien planteado pero sobre todo, bien sentido. Es un rock puro y crudo que sale de las profundidades y emerge denso pero capaz de pasarle por arriba al que escucha.

Y en eso hay un montón de mérito de Mandrake, cabeza creativa de este proyecto, pero también del trío que lo acompaña: el guitarrista de Croupier Funk Ignacio Iturria, el bajista de Buenos Muchachos Ignacio Echeverría, y el baterista de Oro Federico Anastasiadis en batería y armónica. Los tres, además, aportan con sus voces a crear una atmósfera de show en vivo, de calor constante.

Y el enamoramiento musical que hay entre los cuatro, que parecen haberse estado esperando toda la vida, se traduce en el sonido de una pareja adolescente que lo necesita todo ya: el sexo, la noche, la aventura, el drama. De nuevo, en estas 11 canciones se respira urgencia aún cuando hay referencias de sobra a tiempos pasados, y lo único que evidencia que no son novatos de garage es el trabajo artesanal de las canciones (la tan wolfiana “Un techo de estrellas”, “El camino de la babosa”), la capacidad de plasmar con trazo grueso imágenes precisas (“leías la Biblia comiendo cucumelos”, “en el medio hay un camino de algas venenosas, son foforescentes y brillan como focos”), y la ejecución instrumental.

Entre los ribetes de la distorsión y de una voz que en el contexto y en el tratamiento también se siente diferente, novedosa, Mandrake deja registradas un puñado de buenas canciones, redondeando un trabajo que bien podría haber estado en la lista de los discos del año de este diario (va el mea culpa) porque lo merece. Y qué bueno sería que Jaime Roos saliera de su sabatismo para repetir la historia de “Amor profundo” y grabar su versión de “Cómo brilla el sol”, gran tema de este disco. ¿Será mucho pedir?

Ficha
Mandrake y los druidas
Disco: 
Mandrake y Los Druidas
Duración: 
38 minutos
¿Está online?
No, pero está en disquerías editado por Bizarro

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