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Pink Floyd: de la experimentación al concepto

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Aunque no haya una fecha exacta, en 2015 se celebran los cincuenta años del nacimiento de la que se transformó en una de las bandas más importantes de la historia y, por sobre todas las cosas, en un emblema de la música psicodélica y el rock progresivo: Pink Floyd.

"The Dark Side of The Moon" es el mejor trabajo discográfico de Pink Floyd

Por eso, un remozado edificio de Londres recibió en estos días a dos de sus miembros fundadores, Roger Waters y Nick Mason, para homenajear el medio siglo de vida de una de las agrupaciones que pone a prueba las leyes del tiempo. En ese lugar, que hoy funciona como la Universidad de Westminster, se colocó una placa que indica: "Entre 1962 y 1966 Nick Mason, Roger Waters y Richard Wright estudiaron en el Regent Street Polytechnic, donde se formó la banda".

Desde aquellos comienzos titubeantes hasta ahora, mucha agua corrió bajo el puente. Muchos miembros fueron parte de Pink Floyd, que quiso disolverse en 1985 por injerencia de Waters y terminó sobreviviendo u2014juicio medianteu2014 hasta el presente. Evolucionó y se transformó, logrando una consistencia tal que le permitió trascender el espacio. Y lo hizo con liderazgos alternativos que construyeron un camino musical marcado por la palabra "ambición" y reflejado en cada uno de sus discos de estudio.

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El sello de Syd Barrett, un hombre visiblemente afectado por el consumo de drogas alucinógenas en la turbulenta década de 1960, es el que marca The piper at the gates of dawn (Columbia, 1967), el disco debut de Pink Floyd. Sonoramente emparentado con el Sgt. Peppers Lonely Hearts Club Band de The Beatles y el presente que por esa época vivía The Who, es probablemente el mejor álbum de rock psicodélico alguna vez editado. Con la voz como protagonista absoluta por momentos, con sonidos variados y muy espaciales, con volúmenes que van y vienen, las infaltables campanas, guitarras simples y enternecedoras y los efectos mágicos de los teclados de Richard Wright, el trance y el caos se dan la mano.

Barrett concibió a Pink Floyd y le mostró por dónde tenía que caminar. Su presencia ya no fue protagóncia en A saucerful of secrets (1968), el segundo álbum, del que sus propios compañeros se vieron obligados a relegarlo y a incorporar a Gilmour. Su amigo Gilmour, quien tiró de la soga hasta lo que puede considerarse como final, pues Pink Floyd desafía los límites del tiempo, fue el encargado de acentuar la tendencia musical hacia la experimentación ilógica y de consolidar a la banda como representante del rock progresivo. Las guitarras se volvieron más rockeras y se fusionaron con instrumentos de música clásica.

Para Music from the film More (Columbia, 1969), Barrett ya estuvo ausente y apareció por primera vez en la era floydiana la idea bien definida de álbum conceptual. Ummagumma (Harvest, 1969) profundizó en eso hasta convertirse en una pieza solo comprensible si se escucha de manera íntegra, y Atom heart mother (1970) terminó de romper con los límites del delirio. Dio a luz "Atom heart mother suite", una composición instrumental de 23.41 minutos de duración que no fue tolerada por el público. Esta apuesta ambiciosa se asfixió a sí misma y le indicó a Pink Floyd que en su mundo sin estructuras, también había límites.

Tantos climas espesos impulsaron a Floyd a la realización de Meddle (1971), que se solventa por la presencia de "Echoes", otra pieza de más de 20 minutos que llegó a buen puerto con largos y desgarradores solos de guitarra. Osbcured by clouds (1972) fue el cierre de una etapa que definitivamente dejó atrás a Syd Barrett y la insistente búsqueda de identidad.

Lo que vendría sería la obra cumbre de Floyd: The dark side of the moon (1973), posiblemente uno de los mejores discos de rock de todos los tiempos. Es, por un lado, el trabajo que mayor popularidad le dio a Floyd, convirtiéndose en el segundo más vendido en toda la historia por detrás de Thriller de Michael Jackson. Por otro, es una obra perfecta, sin fallas y difícil de describir técnicamente por su complejidad. Los sonidos, a base de sintetizadores, se infiltran en la mente y seducen a la locura, llevando a estados de éxtasis o suma angustia. Los efectos de las guitarras, la sutileza de los teclados y la inclusión de coros femeninos hacen un equipo infalible que logra la meta final del artista: emocionar hasta las lágrimas. Pink Floyd nunca se despegó del Dark side of the moon, aunque con Wish you were here (1975) mantuvo en alto el listón. Un conmovedor tributo a Syd Barrett que incluye la eterna "Shine on your crazy diamond" consolida la era Waters, quien compuso las letras de éste y el anterior.

La era Waters fue la que definió la esencia climática de Pink Floyd, la banda más compleja que existió. En Animals (1977) ya no figura como compositor musical Richard Wright, sino que todo gira en torno a Waters. Él se adjudicó todos los méritos, cantó los cinco largos temas y dejó su rubrica marcada con tinta indeleble, devolviéndole el papel preponderante a las cuerdas y limpiando el panorama de sintetizadores. En 1979 llegó su obra cumbre: The wall. Conceptualmente fue la mayor apuesta que realizó Pink Floyd, un disco doble que cuenta la historia de un frustrado personaje llamado Pink y que se sumerge en las mayores oscuridades de la raza humana.

Con The final cut (1983) Waters dio un paso al costado de la banda, y lo que vino luego fue una continuación a medias con David Gilmour a la cabeza. Gilmour, con todo su talento, no logró concebir la música de la manera que Waters lo hizo. Ni A momentary lapse of reason (1987) ni The Division Bell (1994) le hicieron justicia a la historia de Pink Floyd, perdiendo las formas logradas y marcando una diferencia abismal.

A modo de resarcimiento, 20 años después apareció The endless river (2014), un conjunto climático y casi instrumental de grabaciones realizadas en la época del Division Bell, en las que Gilmour y Wright reviven el espíritu de Pink Floyd, una banda que rompió con todos los estándares del rock y demostró, que en el arte, no hay límites.

Los shows como pilar de la magia de Floyd.

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Más allá de lo musical, Pink Floyd consolidó su fama gracias al montaje de sus shows, que marcaron un antes y un después en las presentaciones de estadio. Fueron capaces de levantar un muro en plena función para luego desarmarlo, de hacer volar un avión sobre la audiencia y de un cerdo inflable flotando en el aire. Fueron capaces, además, de generar climas delirantes solo con las luces y las proyecciones en las pantallas gigantes. Para los fanáticos, la presentación del Pulse, al margen de la ausencia de Roger Waters, es la mejor de todas las que hicieron.

Si Queen es una de las bandas teatrales por excelencia, lo de Floyd puede calificarse de cinematográfico y surreal. Salvedades musicales aparte, U2 se convirtió en su mejor alumno en cuanto a las puestas en escena, adquiriendo una buena enseñanza y potenciándola a medida que la tecnología se lo permitió. También AC/DC con una locomotora gigante o los Rolling Stones han desarrollado buenas producciones, pero no comparables. En la actualidad, una de las mejores giras es la de la joven Miley Cyrus, considerando estrictamente las estructuras y la parafernalia.

SABER MÁS

Un nombre improvisado que cambió la historia.

Fue algún día de 1965 que un grupo de amigos que venía a los tumbos en esto de la música se presentó en un recital y se enteró que otra banda que participaría tenía el mismo nombre que ellos habían elegido: Tea set. Vaya poca originalidad escoger, siendo británicos, algo relacionado al té. De una improvisación surgió Pink Floyd.

Nada rebuscado; a Syd Barrett se le ocurrió combinar el nombre y el apellido de dos músicos de blues y bautizar al grupo como The Pink Floyd Sound, que fue perdiendo palabras por el camino. Pink Floyd, que goza de vida eterna, celebra los 50 años de su fundación, motivo por el que Roger Waters y Nick Mason descubrieron una placa en el Regent Street Polytechnic de Londres, el lugar donde todo comenzó hace medio siglo.

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