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Persiguiendo los sonidos de hoy

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Paul Simon. Foto: difusión
Kevin Mazur

“Stranger To Stranger”, el nuevo álbum del cantante y emblemático autor neoyorquino.

Descansando en el alféizar detrás del escritorio de Paul Simon en su oficina de Manhattan hay un instrumento en forma de lágrima: un "gopichand" de la India, con una cuerda que recorre el centro y dos lados flexibles de bambú. Simon demostró cómo rasgar la cuerda y apretar los costados para producir el peculiar sonido de rebote, que es el primero que se escucha en Stranger to Stranger," su 12° disco de estudio lanzado el pasado viernes, el primero desde 2011.

Stranger to Stranger plantea preguntas sobre el amor, la muerte, la espiritualidad, el béisbol, la desigualdad económica, la química del cerebro y la música.

Es la entrega más reciente, llena de ambición y melodía, de una carrera que tiene mucho más que ver con la curiosidad que con darle gusto a la gente. Simon vendió millones de discos, en dúo con Art Garfunkel y como solista. Pero algunos de sus trabajos han tenido una recepción mordaz, como su musical de Broadway The Capeman (de 1998).

"Soy un trotamundos," dice Simon. "Buena parte de este disco, y de la forma en que lo grabé, fue cosa simplemente de ir a ver: ¿Qué es eso? ¿Qué se puede aprender?"

A los 74 años, Simon podría estar jubilado cómodamente, disfrutando la popularidad inagotable de sus canciones viejas, como "America", la que donó para anuncios de la campaña de Bernie Sanders, y "The Sound of Silence", que el año pasado fue un gran éxito hecho por la banda de rock pesado Disturbed. También podría salir de gira para interpretar sus éxitos, tal como los recuerdan sus fans originales, la generación de la posguerra (aunque en una entrevista reciente afirmó que está "totalmente descartada" la idea de volver con Garfunkel).

Pero los discos recientes de Simon son tan experimentales como siempre. "Confía en sí mismo y se impulsa a sí mismo. Esa es una combinación muy buena," comentó el compositor Philip Glass, amigo de toda la vida de Simon. "Cuando está ausente una parte de la ecuación, surgen los problemas."

Simon tiene un imperativo claro: "Al hacer un disco pop, si no se hace realmente interesante, nadie va a escucharlo".

En Stranger to Stranger Simon, más que nada, está tocando de oído. "El sonido es lo que me conduce a todo", señala. "El tema de este álbum no es un tema de letras. Es de sonido. Este es el tiempo en el que estamos viviendo y esto es como me suena a mí, por las fuentes que me parecen interesantes. En cierto modo, no es diferente a lo de tipos de hip hop que están interesados en el sonido, como Kanye West y Kendrick Lamar".

Stranger to Stranger se inicia con "The Werewolf," jovial tonada que se mofa de los que se enriquecen en medio de "la ignorancia y la arrogancia, el debate nacional": Simon la escribió mucho antes de la actual campaña presidencial. "Cool Papa Bell" es el corredor más rápido de las Ligas Negras de béisbol y "The Riverbank" habla del funeral de un veterano que se suicidó. La canción que da nombre al álbum reflexiona sobre la composición y el romance: "El amor resiste todas las carnicerías y las inútiles desviaciones", canta.

La música de Stranger to Stranger rebosa de percusiones: en cuatro de las primeras seis pistas no hay nada de guitarra. Las canciones se extienden más allá de los cuatro minutos clásicos del pop y dan giros sorprendentes (pero lógicos, a fin de cuentas). Tienen una coherencia sutil y algunas canciones comparten ciertos elementos rítmicos. Y también expanden el vocabulario sonoro de Simon con instrumentos únicos, así como con electrónica.

A Simon se le suele llamar perfeccionista, pero Mark Stewart, guitarrista de la banda de Simon desde 1998, afirma que esa es una etiqueta muy "bidimensional."

"Es más bien un safari sonoro", precisa Stewart. "Sale en busca de un ave rara, y él está muy dedicado a encontrarla. Y, por supuesto, todos estamos ensamblados para ayudar. Pero uno no le puede terminar una frase musical al tipo. Él se queda en el camino hasta que la encuentra por sí mismo".

La canción más enérgica, "Wristband", empieza como una anécdota ficticia y se va convirtiendo en una metáfora más grande del privilegio. Su narrador es un cantante que sale a fumar, después escucha que la puerta del foro se cerró detrás de él y se da cuenta de que no lleva la pulsera que le da derecho a entrar a los camerinos cuando se topa con el cadenero, que es "un gigante bien trajeado". Y estalla un disturbio entre "chicos que no pueden permitirse la marca de moda".

Uno de los sonidos es de instrumentos inventados por el compositor Harry Partch —entre ellos el cromelódico y los cuencos de cámaras de nubes— que dividen las octavas en 43 pasos, que sirvieron para doblar el ambiente armónico de "Insomniacs Lullaby". Y también están las voces góspel del Golden Gate Quartet, grabadas en 1939, mejoradas en tono y reproducidas hacia adelante y hacia atrás. Al escuchar las voces del grupo en reversa, Simon escuchó las palabras "ángel de la calle", lo que le dio el título de una canción y un personaje mencionado en dos de las canciones del disco: un esquizofrénico desamparado que escupe poesía y termina en el hospital.

Simon está bien consciente de que ha tenido una carrera excepcionalmente larga.

"A veces pienso que no tengo que hacer esto. Estoy haciendo lo que pensé hacer a los 13 años", afirma. "Sesenta años después, es la idea de un chico de 13 años. ¿Quiere seguir haciéndolo? Esa es una buena pregunta. Generalmente me la planteo cuando empiezo un álbum nuevo. Después echo a andar, refunfuño y refunfuño y por fin se me ocurre alguna idea. Y después de cada disco siempre digo que no sé si querré hacerlo de nuevo. Pero esta vez, realmente lo dije en serio".

Se encoge de hombros.

"Pero siempre lo digo en serio", dice.

Un camino musical que casi siempre estuvo signado por las búsquedas y las exploraciones

Cuando Paul Simon habla de Kanye West o Kendrick Lamar en entrevistas con motivos de este disco, algunos todavía se sorprenden. No deberían, tal vez, estar tan sorprendidos. Simon, como bien dice uno de los músicos que toca con él, es un tipo que siempre parece andar "de safari musical". Posiblemente, la imagen no es la más políticamente correcta, al remitir a incursiones del hombre blanco en el continente africano. Incursiones que, como sabemos, a menudo perseguían fines colonialistas e imperialistas. Pero lleva tiempo sacarse de encima algunas costumbres y maneras de interpretar al mundo.

Pero volviendo al tema: en Simon siempre pareció latir un espíritu sumamente curioso e indagador. Cuando decidió ponerle fin a su sociedad con Art Garfunkel lo primero que hizo fue un disco que, sin romper con su propio pasado (siempre fue un dedicado y delicado melodista), sí representó un desvío bastante radical de las composiciones pastorales por las que el dúo sigue siendo un clásico de la música popular a nivel internacional (aunque también haí Simon probó con distintos elementos ajenos a las tradiciones baladistas que caracterizaron buena parte de Simon & Garfunkel).

Un tema como "Mother And Child Reunion" de ese primer disco post Simon & Garfunkel es difícil de imaginar en un álbum del dúo.

Probar y experimentar, arriesgarse a salir de lo cómodo y conocido no es, en sí mismo, garantía de logros artísticos. Y Simon sabe de esto. Algunas de las etapas por las que atravesó no arrojaron música al nivel que él demostró en sus momentos más inspirados. En ese sentido, el musical The capeman es paradigmático. Pero también un disco como Youre The One (2000) pasó sin mucha gloria.

Con todo, y gracias a esa insistencia por encontrar una manera propia de asimilar y luego expresar lo que le llega del mundo, Simon sale casi siempre bien parado de los exámenes que se impone a sí mismo. En discos comparativamente recientes, como el electrónico Surprise (2006) o el existencial So Beautiful Or So What (2011), hay temas que están entre lo mejor que ha grabado a lo largo de su fecunda historia.

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Paul Simon. Foto: difusión

PAUL SIMON

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