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El nuevo cuadro musical de un artista controvertido

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Uno de sus triunfos: cuando cerró el festival Glastonbury. Foto: Getty Images
Recording artist Kanye West performs onstage at the 2015 iHeartRadio Music Festival at MGM Grand Garden Arena on September 18, 2015 in Las Vegas, Nevada. (Photo by Christopher Polk/Getty Images for iHeartMedia) cjp40959.jpg
Christopher Polk/

Kanye West vuelve con su séptimo álbum, titulado The life of Pablo.

Extraño al viejo Kanye/ el de Chicago Kanye/ el que alteraba el soul Kanye (...)/ Odio al nuevo Kanye/ el malhumorado Kanye/ el siempre bruto Kanye/ el loco en los medios Kanye". Lo dice el propio Kanye West en uno de los breves interludios de su nuevo disco, The life of Pablo.

¿Cuál era el "viejo" Kanye? Básicamente, el que todavía no se había casado con Kim Kardashian. Si antes de eso era un músico más o menos famoso, a partir del matrimonio con la mediática curvilínea pasó a ser una "celebrity", esa categoría de gente notoria que parece estar siempre en todas partes, y que por esa misma omnipresencia termina agotando la paciencia hasta de un budista zen.

El primer salto a la fama de West fue cuando dejó de ser productor para otros y grabó su ópera prima, The college dropout (2004) (traducción: "El que abandonó la universidad"). En ese debut, West terminó de perfeccionar un estilo musical que se nutría del soul y el funk de los 60 y 70, procesado a través de la tecnología para crear un sonido que se conoció como "chipmunk soul" o "soul de ardilla" (principalmente porque aceleraba algunas voces hasta hacerlas sonar como si estuviera grabando con Alvin y sus amigos).

Ese sería el primer disco de tres que, desde sus títulos, aludían directamente a la educación. Late registration (2005) y Graduation (2007) completaron esa trilogía discográfica fundacional. El impacto fue grande. West sacudió los cimientos del negocio con la música por un lado, y con una imagen y un personaje que cortaba con las poses pandilleras de sus colegas y empezaba a referenciar tópicos que iban más allá de los habituales.

Esos títulos lo confirmaron como uno de los más importantes artistas del rap, aún cuando —como él mismo reconocía en el tema "Everything I am" de Graduation— no fuera particularmente dotado para rapear, ni supiera cantar o tocar un instrumento.

West se las ingenió para hacerse un lugar entre los grandes no sólo por sus rimas, sino principalmente porque era un demonio como productor.

Cada vez que sacaba un disco sorprendía y conquistaba nuevos terrenos sonoros y musicales, reconfigurando las tradiciones del soul —y también el rock y el pop "blanco"— en enormes lienzos melódicos y rítmicos sobre los que esparcía sus rimas, como si fuera un Jackson Pollock con complejo de Muhammed Ali. Merecerían otra nota sus videoclips, donde pueden aparecer las hermosas animaciones de Bill Plympton ("Heardem say") o una mujer que, además de ser decoración como en tantos clips del género, asesinaba a West ("Flashing lights").

Una vez alcanzada la cima, West volvió a patear el tablero. Si con sus primeros discos había puesto la mira en su entorno, con 808s & Heartbreak, la ruptura fue con su propio estilo. En vez de rap, el disco presenta un puñado de canciones tristes y melancólicas cantadas a través del programa Autotune, que afina cualquier voz.

Esto, por supuesto, le valió las objeciones de quienes se apegan más a tradiciones y convenciones, que a ponderar experimentos y juzgar los resultados que salgan de los mismos.

West volvió al rap en My beautiful dark twisted fantasy (2010) y en Watch the throne (2011) —a medias con Jay Z— pero ya no era el mismo. Con una actitud algo más agresiva, esos discos prepararon el terreno para una nueva ruptura: Yeezus (2013), un álbum lleno de sonidos cortantes y un trabajo más cecano al rock industrial que al hip hop.

Un álbum que desde el título (en inglés se pronuncia como "Jesús") indica megalomanía, pero que —en una de las tantas contradicciones típicas de West— no tiene ni diseño de tapa, como si fuera el disco de un grupo punk primerizo, no el de un multimillonario casado con uno de los sex symbols de esta era.

Esas contradicciones —y muchas más— son las que hacen de West un artista tan fascinante como complejo, tan digno de alabanzas como de críticas. Un artista que pasó de ser un agudo intérprete de su entorno, a un verborrágico y agrandado expositor de sus fortalezas y debilidades internas.

El cubismo llega al hip hop con Kanye West

El nuevo disco de West es una majestuosa y caótica demostración de un montón de las facetas de su creador. A diferencia del antecesor Yeezus, donde West y Rick Rubin crearon un trabajo estilísticamente acotado y definido, The life... salta de un estilo a otro, mezclando canciones y locuciones, coros gospel y rap minimalista, soul, pop y música electrónica. Aunque hay varios invitados (Rihanna, Chris Brown, etc.), West nunca deja de estar en el centro de todo, y hasta se da el lujo de dejar afuera del álbum los dos temas que grabó junto a Paul McCartney.

Una vez más, West decide dar un golpe de timón respecto a su trabajo anterior. La constancia (o comodidad) musical no es lo suyo. West ya no marca el paso del hip hop (eso lo está haciendo Kendrick Lamar), pero sigue ofreciendo música y letras que no se agotan en una única lectura.

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Uno de sus triunfos: cuando cerró el festival Glastonbury. Foto: Getty Images

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