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Y a la noche la ganó la magia

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David Byrne

Crítica

David Byrne brindó uno de los grandes shows en muchísimo tiempo

David Byrne
Una fiesta de música y baile. Foto: Gerardo Pérez

El concepto “concierto de rock” —que se ha vuelto una fórmula previsible, demagógica y mentirosa—, le queda cinco talles más chico a lo que mostró David Byrne, el martes a la noche en el Teatro de Verano. De la misma manera que llamar músico o compositor a Byrne es limitar (y por qué no menoscabar) la ambición de una obra artística que no se ha visto nunca encorsetada en una sola disciplina: Byrne es un artista que, en su faceta más conocida, se expresa a través de la música.

Descartado, entonces, eso de concierto de rock y por buscar definiciones, lo que trajo Byrne en su tercera visita a Uruguay, fue una experiencia performática que incluyó coreografías y puestas en escena originales. Byrne ha referido a esta gira como la más importante desde Stop Making Sense de su banda Talking Heads en 1984, que se hizo película dirigida por Jonathan Demme y es uno de los mejores documentos cinematográficos de una banda en vivo.

Lo performático le viene de siempre a Byrne y, por ejemplo,su gira mundial de 2010, Everything That Happens Will Happen on This Tour, y que quedó documentada en el DVD, Rise Ride Roar, tenía la misma estructura que American Utopia. Ambos espectáculos comparten coreógrafa, Annie B. Parson.

Acompañado por 11 músicos en un escenario que no incluía cables, ni micrófonos, ni equipos, Byrne repasó varios hitos de su carrera (aunque no incluyó su canción más popular, “Psycho Killer” o algo de su disco más pop, Little Creatures), y varios momentos de American Utopia, su excelente nuevo disco. Cada canción estaba presentada con una coreografía y una puesta en escena en la que participaban todos los músicos. Nadie en ese escenario se quedó quieto un minuto y Byrne se mostró simpático aunque concentrado: hay mucho trabajo en lo que trajeron a Montevideo.

El espectáculo se abrió con “Here”, una descripción fisiológica de un cerebro y siguió con “Lazy”, una canción de X-press 2, en la que Byrne era apenas un invitado. Sirvió para poner a la platea en el estado ideal para un show lleno de alegría, optimismo y un montonazo de buenas ideas. No faltó casi ninguna de sus canciones conocidas.

Así y en tan austero planteo escenográfico, Byrne hizo su baile con torpeza gringa y desarrolló un concepto más cercano a la performance de danza que a los rituales rockeros. Se lo permitió un uso notable de las luces que jugó con los claroscuros y las sombras. La percusión por ejemplo, estaba dividida en siete músicos que colgaban sus instrumentos con arneses.

Cuando en 1986 le dedicó su portada a Byrne, la revista Time lo llamó el renacentista del rock. En el Teatro de Verano demostró que lo sigue siendo. Viene Roger Waters, cierto, pero para muchos, el de Byrne ya es el recital del año. Y de los que vienen y de todos los anteriores.

El público lo despidió con una ovación que salió de la sorpresa y el regocijo. No era para menos: habíamos compartido una experiencia única. Excelente.

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