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Un músico autodidacta que debuta en el Solís

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Mateo Mera
Nicolás Kmaid

Mateo Mera agotó entradas para la presentación de su álbum folk rock Sobre los puentes y las alturas (Independiente, 2014) de esta noche en la Sala Zavala Muniz a una semana del show, sin haber pegado los afiches en la calle. Su trabajo "ambicioso" que duró tres años dio resultados.

"Fue súper ambicioso, pero no desde el lado de los instrumentos, porque yo ya los dominaba y son parte de mi sistema. Quizás lo ambicioso fue hacerlo todo solo. Obviamente mucha gente me ayudó, y el proyecto no hubiese crecido sin ellos", reconoció el cantante y multiinstrumentista en entrevista con El País.

Con 25 años, Mera tiene "miles" de instrumentos, entre los que destacan un sitar, un bandolín y una valija-bombo que construyó por sí mismo. Para Sobre los puentes y las alturas cantó y grabó todos los instrumentos, pero hoy en la Zavala Muniz lo acompañará su banda, La máquina de Malasia 97.

Si no puede escuchar el disco, haga click aquí.

El cantante que ganó popularidad por montar una luna inflable gigante en algunos puntos de la ciudad, y que hizo un solo de guitarra que fue analizado en Los Angeles, ya piensa en un futuro álbum. Pero también disfruta su presente: "presentar un primer disco en el Solís es debutar en Primera en el Centenario en un clásico".

—¿Cuántos instrumentos tenés?
—Tengo miles de instrumentos. Tengo muchas guitarras, todo tipo de cosas buenas y mucha porquería en la vuelta. Igual tengo un fetiche con dos o tres, que son los que uso siempre y son irremplazables. No es un tema de plata, es otra cosa. Los instrumentos envejecen, y cuando envejecen, en determinados casos, suenan mejor.

—¿Lo primero que tocaste fue una guitarra?
—Lo primero que toqué fue una guitarra. La tengo hecha bola, era de muy mala calidad. La que sí tengo es mi primera guitarra eléctrica, que debe tener más de 10 años, y sigue estando perfecta.

—¿La valija bombo la habías visto en algún lado?
—Se usa mucho en el folk americano. La valija fue toda una transa, además yo no soy bueno manualmente. Me llevó mucho trabajo, y como la ajusté tanto por lo menos no se va a salir el tambor cuando le pegue.

—¿Te interesa la lutería?
—Pensé lo de hacer lutier, pero no lo vi viable. Te rompés todos los dedos, te machucás todo. Además viste que yo tengo la mano larga para poder tocar, y para eso es imposible.

—En una de tus canciones decís: “Si ya dejé que creas/ Que soy hijo del folk”.
—Vengo de ese palo, aunque no haga música rocanrol ahora. Siempre toqué folk porque siempre toqué violas acústicas.

—¿Pero te encasillás en un lugar musical?
—Ni loco. En el próximo disco voy a poner las canciones que están saliendo ahora. Le voy a dar más rienda suelta a eso. Las canciones son así. Serán folk, serán cumbia… No sé. No voy a hacer ningún ajuste estético para alinearme a algo. Tengo algunas canciones que son mega folk, pero no voy a hacer nada por cambiarlas. Ya quiero empezar a grabar el siguiente disco.

—¿Te preocupa cansarte de las canciones?
—Es que creo que me voy a cansar, si ya no estoy cansado. Recién salió (el disco) y tengo un rato más, y lo hago con gusto. Pero tengo otras inquietudes que me gustaría plasmarlas y que la gente las escuche. En el primer disco te sacás capas, peso. Son canciones que querés poner y tenés que sacarte de encima para empezar a pensar en otras. Fue re importante el disco en ese sentido, y el próximo también lo va a ser. Ojalá que quede lindo. En mi cabeza suena bárbaro.

—¿Cómo llegó tu solo de guitarra a Los Angeles?
—Cuando estábamos grabando “Tuturututu” había un espacio para un solo de guitarra, y hay un tipo de solo que está súper escuchado. Y, honestamente, para escuchar un solo de guitarra escuchás a Eric Clapton y no me escuchás a mí. Y quería hacer algo experimental. Lo que hicimos fue conectar la guitarra a un pedal, ese pedal a un modular, el modular a un pad analógico, y lo que hacía era tocar, y después con el dedo rompía la frecuencia. Cuando vos escuchás parece una sierra eléctrica. A mí me encantó, dije: para mí es esto. Dio la casualidad de que el que masterizó el disco en Buenos Aires es Andrés Mayo, un loco súper pesado, que dio una conferencia en Los Angeles e invitó a mi productor y exhibieron esa pieza. Había ingenieros súper pesados; el ingeniero de The Beatles, Geoff Emerick, estaba en la conferencia.

—Es curioso, sobre todo porque el rock uruguayo no se caracteriza por solos de guitarra.
—Yo tampoco. En el disco no hay muchos solos, está ese y algunos fraseitos con tintes de solo en “Nos vemos en Tokio” y “Destrucción china”. Pero nunca es el papel del solo, el guitarrista en un pedestal. Es siempre más pegado a cosas de la canción.

—Una pieza tuya fue exhibida en Estados Unidos, quisiste una luna gigante y la conseguiste, te presentás en el Solís… Parece que podés lograr cualquier cosa que te propongas.
—El convencimiento siempre empieza por uno mismo. Hoy en día capaz es un poquito más fácil convencer a alguien de que el proyecto va a andar, pero hace dos años era yo diciéndote: esto va a estar buenísimo. Por eso también estoy muy contento de que esa gente que confió en este proyecto cuando esto era un pozo —hoy no hay un edificio pero hay un primer piso, por lo menos— haya confiado y haya ido para adelante, haya puesto energía. No me puedo olvidar de toda esa gente. No debería haber un techo para nada. En este país se hace más cuesta arriba, pero hay que laburar más.

—¿Considerás irte a vivir a otro país?
—Obviamente me gustaría vivir de la música, que es hacia donde voy. Aspiro a eso y voy a hacer todo lo posible para llegar ahí. Pero también quiero disfrutar. Si no estoy todo el tiempo pensando en un futuro que… yo que sé, hoy estoy acá. Estoy acá, y tengo que hacerlo bien acá.

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