La propia discoteca
Reseña del disco Zurcidor de Eduardo Danauchans
Una forma de volver a escuchar Zurcidor de Eduardo Darnauchans, es tratar de escucharlo con oídos nuevos, olvidándose del afecto que uno tiene por un disco así. La otra, que es la inevitable, es escucharlo desde el afecto de aquel que fuimos cuando lo descubrimos. Cualquiera de las dos opciones llegan al mismo destino: es uno de los grandes discos de la música popular uruguaya.
“Ya no soy del norte, ¿de dónde seré?”, dice en “Resumen”, la confesional canción que abre el disco. Ese tono personal estaría presente en todo Zurcidor, publicado en 1981 por Sondor. Se lo percibe en la relectura dylaniana de “Balada para un mujer flaca”, en “Pago” (una de las grandes canciones dedicadas a un padre). Como era costumbre en Darnauchans, además, se incluye un par de musicalizaciones de poemas (“La muerte de la muñeca pintada” y “La última orquesta de señoritas” de Raúl González Tuñon), una canción anónima (las “Endechas para la muerte de Guillén Peraza”) y una colaboración con un poeta amigo, “No existe”, a medias con Víctor Cunha.
Todo eso sobre una plataforma que, como también era costumbre, sintetizaba un montón de influencias de Darnauchans. Hay folk, rock, folklore, algo de la tradición trovadoresca combinado en un tono que se atreve a lo experimental.
Así, aquel que fuimos y aquel que somos, tienen una de sus pocas coincidencias: Zurcidor está buenísimo.