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La música, un derecho y un deber

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El público y su entusiasmo

Sobre el consumo de música en Uruguay y el precio de las entradas.

No deja de sorprender la cantidad de conciertos que hay semana a semana en Montevideo. Hay una prolífica actividad de artistas locales (además de las visitas), capaces de reinventarse para mantener entretenido a su público, con la única intención de vivir de la música, por más utópico que siga pareciendo.

"La única manera de moverse en este medio es ser como un tiburón, no parar nunca", decía Mandrake Wolf hace algunos días, a punto de estrenar su nueva banda y de empezar así con otra opción a la hora de salir a tocar. Lo que hace Mandrake es lo que hacen todos, desde los Buenos Muchachos que tienen varios formatos y subproyectos, hasta los que dan clases, inventan talleres y tratan de asegurarse un ingreso que les permita hacer de su oficio artístico un trabajo. Es un dilema al que se enfrentan actores, escritores, dibujantes y artistas plásticos por igual en Uruguay, pero en este caso el asunto es la música. Porque la tarea a nivel nacional es cada vez más librada al azar. Se venden pocos discos, el consumo vía streaming no se traduce en ingresos, el circuito para tocar es reducido y a eso se le suma que cualquier entrada parece ser desmedida para un público que, en líneas generales, se siente con el derecho a consumir pero no en la obligación de retribuir.

El sábado pasado, el festival Yolanda reunió cinco bandas alternativas —una de Canadá, dos de Argentina y dos de acá— en una buena locación como Plaza Mateo, y hubo quejas por el precio de las entradas. ¿Cuánto salían? Trescientos pesos. 300 pesos para ver a cinco bandas (o sea, 60 pesos por banda), y eso se entendió como caro en una época en la que Lali Espósito agota todos los años el Teatro de Verano con entradas "baratas" a más de 1.000 pesos.

Es cierto que la cultura sigue siendo un lujo para una clase media con un costo de vida alto, pero si nos parece mal pagar 60 pesos —parece chiste— por una banda que nos gusta, después corremos para financiar en cuotas unos miles de pesos para ver al que viene de afuera y se supone vale más, y nos quejamos en las redes sociales de que todo está contaminado por el reggaetón y que el Estado apoya poco, algo estamos haciendo muy mal. La responsabilidad es de todos.

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ACÁ Y ALLÁBELÉN FOURMENT

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