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Gustavo Aguilera: "Antes, los vientos en el rock eran una mala palabra"

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Gustavo Aguilera. Foto: Darwin Borrelli.

ENTREVISTA

En "Mal de la cabeza vol.1", Gustavo Aguilera analiza el rock nacional de los noventa; sobre el primer tomo de esta historia, habló con El País

Tras la publicación de Errantes, el libro que retrataba varias historias del rock nacional entre 1977 y 1989, el escritor y periodista Gustavo Aguilera sigue abordando la historia musical uruguaya. Con Mal de la cabeza vol.1 (Ediciones de la Plaza), el autor presenta la primera parte de la historia del rock de los noventa a través de entrevistas con su protagonistas. Sobre su nuevo libro, Aguilera habló con El País.

—Mal de la cabeza vol.1 abre con la separación de Los Estómagos en 1989. ¿Cómo surgió la idea de contar la historia del rock de los noventa?

—Ese fue el punto final de la generación del rock posdictadura, y de eso hablo en Errantes. Mucha gente me fue diciendo que tenía que seguir contando la historia, y seguí con la década del noventa. Vi que había mucho material y mucha música. Así quedaron dos tomos; lo corté en el ‘95, y tomé como referencia el cambio de tecnología. El paso del cassette al CD permitió que fuera más fácil grabar.

—En los noventa hay un cambio en las letras. Por ejemplo, en La bruja, el segundo disco de Buitres, el foco pasa a estar en las historias de desamor y de bebidas.

—Sí. Uno de los cambios más grandes fue el acercamiento, a nivel de letras, a la idosincrasia del tango: hablar del boliche y las mujeres. “La plegaria del cuchillo es clave” para entender el cambio de Los Buitres. Los temas de amor también porque era algo que estaba muy poco en las canciones de rock.

—En el rock posdictadura se hacía foco en la disconformidad social, algo que también pasaba con el canto popular.

—Sí, era muy centrado en la defensa de ciertas cosas. En los noventa hay una búsqueda, por ejemplo, Los Chicos Eléctricos ven que la música pasa más por la fuerza que por el mensaje.

—¿Sentís que hubo más apertura musical, respecto a mezclar sonidos?

—Sí. La llegada de Mano Negra a Montevideo en el ‘92 fue muy importante. Antes, que hubiera vientos en el rock era una mala palabra. También hubo espacios más grandes para el metal, que se genera algo más fuerte. Además se da el regreso de los exiliados al país, que genera una música particular, muy personal. Mezcla algo de cultura española y mexicana. En el segundo tomo se va a desarrollar la historia del Peyote Asesino, que fue muy importante.

—También los músicos se reencuentran con las raíces de los sesenta. La Trampa versionó a Dino, y Trotsky Vengarán a Kano y Los Bulldogs.

—Sí, la generación del ‘85 no tuvo posibilidad de escuchar lo anterior, pero la siguiente ya estaba enganchada con la de los 80 y podía conectar con la música de antes. Ese es un gran cambio. Después podrían subirse a sus hombros o decir no era lo que querían. El primero en hacerlo fue Tabaré Rivero, que había podido conocer el rock de los setenta.

—¿Qué esperás que el lector que descubra con el libro?

—Busco que presente una pantallazo equilibrado de cómo se vivió el rock en los noventa. Lo hago de forma equilibrada porque no lo vivieron igual los Chicos Eléctricos que Níquel. Entonces busco darle un panorama al lector para que arme todas las piezas de la década. No me gusta direccionar al lector, sino darle información. Hay un dicho que dice que en los noventa no pasó nada, pero lo importante es que se sepa que fue todo lo contrario. Pasaron muchas cosas, pero no se conocían o no perduraron en la historia.

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