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¿Cómo se grabó "Mateo solo bien se lame", el mejor disco uruguayo de la historia?

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Eduardo Mateo. Foto: Archivo El País.

ESPECIAL | EL PAÍS

Las canciones del mejor disco uruguayo estuvieron a punto de perderse. Detrás del álbum, se esconde una serie de tensiones y la mano salvadora de Carlos Píriz

"Si hubiese sido por Mateo, presumo, seguramente el disco nunca se hubiera terminado, ni hecho, ni nada por el estilo”, le dijo el técnico y productor Carlos Píriz a Guliherme De Alencar Pinto en el libro Razones locas. Detrás de la calidez y del ambiente íntimo que transmiten las 13 canciones de Mateo solo bien se lame (1972), el mejor disco uruguayo de la historia según la encuesta realizada por El País, se esconde una conducta autodestructiva y una serie de inconvenientes que casi deja trunca la grabación del primer disco solista de Eduardo Mateo.

Antes de la grabación de Mateo solo bien se lame, Mateo era considerado uno de los músicos con mayor reputación en Uruguay. Junto a Ruben Rada había estado al frente de El Kinto, el grupo que sentó las bases del candombe-beat; había participado de los históricos espectáculos de las Musicasiones; grabó el clásico “Príncipe Azul”, con letra de Horacio Buscaglia; y se encargó de los arreglos de varias de las canciones de Nuestra soledad, de Vera Sienra.

Mientras que Rada estaba consolidando su carrera gracias a un disco solista y a su actividad con Totem, Mateo todavía no había podido exponer todas sus ideas musicales en un disco solista. Lo más cercano fue el álbum colectivo Musicasión 4 y ½ (1971), donde se encargó de una gran parte de los arreglos y, además de ponerle voz “Príncipe Azul”, pudo experimentar la influencia hindú en “Hombre” y “Margaritas rojas”.

Pero si bien Mateo vivía un gran momento creativo, en el ámbito personal la situación era muy diferente. Su profundización en el consumo de drogas y una serie de actitudes conflictivas -en varios recitales tocaba tres canciones y se retiraba abruptamente- se hacían cada vez más comunes. Nancy Charquero, su novia de ese momento, no soportó la situación y se separaron durante un tiempo.

El músico viajó a Buenos Aires para grabar en varias canciones del disco homónimo de la cantante Diane Denoir (de 1971), y allí es donde Píriz -co-fundador del sello De La Planta- lo convenció para grabar su primer álbum solista. Así, comenzaron las sesiones en el estudio ION, pero el trabajo que había sido planificado para extenderse por una semana -no era fácil pagar las horas de estudio-, se transformó en un proceso estresante que duró meses.

“No tenía claro ni qué temas iba a hacer, ni cómo eran los arreglos, ni nada por el estilo”, asegura Píriz en Razones locas. “La técnica era esta: él tenía un cuaderno y en cada página tenía una servilletita de un bar u otro papelito equivalente donde tenía la letra. A partir de la letra, él recordaba la melodía”. El músico argentino Eduardo Rozas, que ayudó al técnico durante la grabación, agregó: “A veces se iba al bar de la esquina, y en la servilletita escribía un tema. Escribía y lo venía a grabar”.

Ese método de composición, basado en la casi improvisación, terminó complicando el proceso. Pero eso no es todo: durante las sesiones, Mateo grababa unas cuantas tomas y al día siguiente -no satisfecho con el resultado- obligaba a Píriz a eliminarlas. A medida que la situación se repetía, llegó un momento en que el técnico decidió tomar el control y, al igual que hizo con Circa 1968 y Musicasión 4 y ½, guardó las cintas para construir el resultado final.

La situación llegó a su límite cuando Mateo comenzó a faltar a las sesiones de grabación. La gente del sello, con Coyo Abuchalja (músico y co-fundador de De La Planta) incluido, le pagó un pasaje a la pareja del artista para tratar de motivarlo y controlar sus presencias al estudio ION. En Razones locas incluso se menciona que Rozas debía esperar a Mateo a la salida del hotel donde se hospedaba para asegurarse de que no se iba a escapar de las sesiones. La calma duró poco. Un día Mateo anunció: “Voy y vengo”, y se terminó volviendo a Montevideo.

Sin Mateo, pero con unas cuantas tomas registradas, Píriz y Rozas ensamblaron el material que se escucha durante los casi 40 minutos de Mateo solo bien se lame. Con ese antecedente conflictivo, sorprende escuchar al músico en una serie de canciones calmas e íntimas.

el disco

Mateo solo bien se lame

La serie de diálogos con Píriz antes de las canciones (“Bo, Píriz, cualquier cosa, ¿me entendés? Dejala ir, igual”, propone antes de “Uh, qué macana”) y el abordaje acústico de las canciones transmite un ambiente de entrecasa encantador durante la escucha. A eso se le suma que -como delata el título del álbum- Mateo se encargó de las voces, las guitarras, la percusión y las letras. Con un método similar al que Paul McCartney había usado en McCartney I (1970), Mateo fue registrando su disco en un grabador de cuatro pistas, donde iba completando las canciones al añadir instrumentos y voces.

Mateo solo bien se lame está atravesado por una serie de aires melancólicos, presentes en “Niña”, “Uh, qué macana” y “¿Por qué?”, inspirados en su relación con Charquero. Vestido de arreglos acústicos, donde destaca el uso de una guitarra de doce cuerdas y de un set de percusión realizado con dos bombos, el álbum presenta una serie de ambientes íntimos y bien minimalistas. Por encima de todo, brilla la voz de Mateo, que adorna las canciones con una expresividad que entrelaza tristeza e inocencia.

El músico aborda la influencia del candombe en las bellas “Yulelé” y “La mama vieja”, se pasea por la bossa nova minimalista a lo João Gilberto en “Jacinta”, bucea en el sonido del toco en “De nosotros dos” e incluye elementos de la milonga en “Quien te viera”. Además de estos sonidos, los arreglos vocales de las canciones están entre lo más fino de su obra. La cúspide llega en “Tras de ti”, que cuenta con la participación del grupo argentino Quinto de Cantares en el coro. Lo mismo sucede en “Niña”, donde al quinteto se le suma la voz de Horacio Molina para agregarle todavía más melancolía a la letra.

El álbum se lanzó tras el arduo trabajo de edición de Píriz y Rozas, y Mateo se enteró del resultado luego de su publicación, en 1972. “Estaba contentísimo. Cuando él se encontró con el disco en Montevideo, le impresionó como trabajo terminado”, asegura Píriz en Razones locas.

Mateo solo bien se lame se terminó convirtiendo en un pequeño éxito en Uruguay -De Alencar Pinto asegura que se pudieron haber vendido entre 2000 y 4000 discos, lo que hoy equivale a un disco de oro y platino- y se transformó en una influencia para una generación de músicos.

Esto se termina de confirmar con la encuesta a 120 músicos y periodistas realizada por El País: Mateo solo bien se lame es el mejor disco uruguayo de la historia y allí se resume el maravilloso universo creativo de uno de los artistas fundamentales de la música local.

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