Reseña

El martes, el cantautor presentó su disco 432 en el Auditorio del Sodre

De Fernando Cabrera se ha escrito mucho, casi siempre bajo el criterio unánime de la calidad de su obra, referencia artística a nivel regional de generaciones de músicos y cantautores. Sin embargo, es su grandeza la que hace que el foco casi nunca se ponga en su banda, que hace un aporte fundamental para sus canciones.

El martes, en el Auditorio Nacional del Sodre, ante una audiencia amplia en generaciones (prueba de cómo la figura de Cabrera ha mutado y crecido a lo largo de los años), lo que se vio fue una muestra enorme de generosidad. Porque sus músicos son instrumentistas de primera línea, y sin embargo, se corren con facilidad del lugar cómodo del virtuosismo, para hacer su aporte casi que desde la otra vereda: la del minimalismo. Uno puede quedarse rato mirando a Federico Righi, y aunque la gravedad de su bajo se sienta, sus movimientos son tan medidos que no se perciben. Pasa lo mismo con Herman Klang en los teclados, un poco menos con Ricardo Gómez por lo que implica la batería, y con Juan Pablo Chapital y su guitarra.

Al centro de la figura que formaron en el escenario, Cabrera también fue minimalista, con una guitarra que dibujó el suave colchón donde se apoyó su voz, que es hoy su instrumento clave. Cabrera está cantando mucho mejor, está llenando cada vez más espacios con su timbre y caudal, y eso se notó en las tres versiones que mostró el martes: con la banda, junto a Martín Buscaglia (presentaron un tema de los dos, “Ballenas”, muy Buscaglia) y solo. En esta última versión llegó uno de los mejores momentos, la interpretación de “Te abracé en la noche”, capaz de cortar el aire en la sala por un par de minutos.