Para dos generaciones (los adultos jóvenes de los 70 y sus hijos) tiene canciones inolvidables como “Rogelio”, “Compañera”, “Una dos y tres”, “Padre”; una combinación muy eficaz de protesta, emoción y tonada pegadiza.

Vino a Uruguay ya en 1970 y después de una visita en 2013 en la que lo trataron “exageradamente bien”, se presenta este sábado y domingo en la Sala Zitarrosa.

—Al comienzo de su carrera, usted estuvo en Montevideo...

—En 1970. De hecho, el primer sitio en que toqué fuera de España fue aquí, en el Río de la Plata.

—Entonces ¿fue ahí que se percató que su música, que parece tan española, llegaba a gente de otros lados?

—Yo no sé si me di cuenta o no. En aquellos momentos no tenía una visión muy profesional, ni de mí, ni de mi música. No tenía idea de que era una profesión y que 45 años después podría estar de gira. Era una cosa que se hacía porque había que hacerla por lo que estaba pasando en España. Si mi carrera no hubiera continuado como lo hizo con 300 canciones grabadas y conciertos en todo el mundo, no me hubiera sorprendido.

—Y hoy, tantos años después, ¿por qué piensa que muchas de esas 300 canciones siguen siendo relevantes para mucha gente?

—Pienso poco en mí porque soy un tipo vulgar. No me intereso mucho como persona, será porque me conozco bien y conozco todas mis artimañas. Pero supongo que seguirán vigentes porque existe la certeza de que lo que había que hacer no se ha terminado. Que hay que seguir porque muchas cosas se han quedado en el camino y no son capaces de ponerse en pie.

—¿Por ejemplo? ¿Qué cosas de las que usted cantaba siguen sin terminarse?

—Yo quería una democracia auténtica, progresista y ejemplar como lo fue la Segunda República española. Y eso no ha sido así.

—Esas demandas, en la década de 1970 tenían un público masivo muy receptivo. ¿Qué pasa con el público de ahora?

—Cuantitativamente ha decrecido y sobre todo hemos pasado a un segundo plano cuando no al borde de un sistema ocupado por manifestaciones culturales que tienen otras características, mucho más inmediatas y un poco más ligeras. Yo lo resumo diciendo que España tiene una democracia pop. En España, los cantautores tenemos poca presencia en los medios. Supongo que es natural que sea así.

—¿A quiénes considera sus compañeros de ruta?

—Me siento cerca de Paco Ibáñez o de Raimon, con quienes hemos intentado mantener una dignidad frente al mercado y los poderes económicos y empresariales.

—Fue toda una movida esa de los cantautores.

—Eso fue porque las discográficas aprovecharon el tirón. De pronto empezamos a aparecer en los márgenes del sistema (en las manifestaciones, en la universidad, en los sindicatos) pero se extendió rápidamente. La compañía en la que empezó a grabar Serrat (Edicsa) llegó a tener en plantilla a 100 cantautores.

—Usted siempre fue un poco contracorriente. Hoy, escuchados sus grandes éxitos, lo muestran como alguien distinto al resto, como que se cruzó con el éxito.

—Es verdad. Puedo decir que fui exitoso muy a mi pesar; no buscaba el éxito. Soy relativamente sencillo: tengo mi sueldo como profesor universitario y no me falta nada. Así que no hago nada que pueda parecer que condicione mi trabajo como músico.

—¿Qué pueden esperar quienes vayan (este sábado y este domingo a las 21:00) a la Sala Zitarrosa?

—Voy a cantar las canciones con las que yo he adquirido una responsabilidad social con alguna gente. "Rogelio", por ejemplo, es una canción que no se puede obviar pero no porque haya sido un éxito, sino porque está relacionada con muchos momentos vitales de mucha gente. También tocaré canciones de mis últimos discos y presentaré alguna canción que voy a grabar en este otoño.

—Le sigue dando placer cantar aquellas canciones.

—Yo me la paso bien. No es que me divierta, pero cuando te sientes apreciado, querido y admirado, es una gozada.

Patxi Andión