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Crítica: a un año de su visita a Uruguay, Nick Cave lanza "Ghosteen", un disco enorme

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Nick Cave en el Teatro de Verano. Foto: Nicolás Pereyra

CRÍTICA

Nick Cave & The Bad Seeds lanzaron un disco que habla del renacimiento, la belleza y la ausencia, y que está muy pero muy bien

Parece mentira pero mañana de noche se cumplirá un año exacto de aquella lluvia épica que nos bañó a todos en el Teatro de Verano, mientras Nick Cave, cual mesías lánguido y vestido de negro, atravesaba la platea y terminaba cantando ahí, entre una multitud que en ese momento fue solamente suya. Parece mentira, porque aquella noche fue tan épica que queda guardada en esos lugares que no conocen mucho del paso del tiempo: nadie sabía, hasta entonces, que una comunión así era posible en Montevideo.

Un año después, para mitigar su ausencia, Nick Cave regala Ghosteen, un disco que resume muy bien aquella experiencia extraordinaria, por el clima y la emocionalidad que genera. Es un disco doble pero tramposo, con una primera mitad de ocho canciones de duración medianamente convencional (la más larga dura 6:46 minutos), y una segunda de tres piezas, dos de ellas por encima de los 10 minutos (“Ghosteen” dura 12:11; “Hollywood”, 14:12). La primera mitad representa a los hijos, ha explicado el propio Cave, y la segunda a los padres. Y hay diferencias evidentes.

Pero para trazar las generalidades, este Ghosteen está en esa línea espiritualmente trascendental del Push The Sky Away y del último Skeleton Tree, con un cuerpo musical que suena al mismo tiempo que se eleva. El rock and roll enchufado y frenético de los Bad Seeds sigue en el pasado, porque el presente es oscuro y lleno de terrores humanos, y Nick Cave ha sabido resignificar eso en puro arte.

Está en esa línea, pero con una instrumentación mucho más despojada. Lo central es la voz y más que la voz, la interpretación; lo demás son acompañamientos en segundo plano, son la masa que secunda, pasos más atrás, al que va adelante en esta suerte de paseo celestial, poniendo cada cosa en su lugar después de haber aceptado y abrazado la ausencia.

Ghosteen es más un disco de amor que de dolor, la elegía del Nick Cave más maduro.

“Estoy hablando de amor ahora, y de cómo se apagan las luces del amor”, canta en la canción que da nombre al disco, en dos versos que funcionan como síntesis de un álbum que es la expresión individual de un sentir colectivo. El relato acá es tan confesional como ficcionado, es un relato de ascenso espiritual, de renacimiento, y gira en los círculos de una sociedad rota que hacia adentro, tiene personas que sólo necesitan a alguien que les diga, como en “Ghosteen Speaks”: “Estoy a tu lado. Mirame”.

En Ghosteen, Cave dice su poesía y las melodías, pequeñas ambientales, se construyen alrededor con coros celestiales, con graves que quedan reverberando, notas que se dejan caer en esa densidad desde un piano o un sinte, para darle cuerpo a la experiencia. Warren Ellis, Thomas Wylder, Martyn Casey, Jim Sclavunosy George Vjestica figuran en los créditos, pero no es fácil saber qué aportó quién. Jugaron para el equipo, eso sí.

Porque “no hay nada más valioso que la belleza”, dice Cave en “Sun Forest”, y este disco es belleza pura.

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