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"Ahora las cosas van más rápido"

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Ruben Rada. Foto: Difusión

Dos días quedan para disfrutar de Somos una banda, el nuevo show de Rada para niños, que se está haciendo en El Galpón, hoy y mañana.

Con dirección musical de Andrés Arnicho, el show pone un colectivo de artistas en escena, donde también están las voces de "Pinocho" y Lucila Rada, la actriz Virginia Rodríguez Cartagena, y un grupo de bailarinas, Las Radettes, que trabajan con coreografías de Rafael Valeire.

"Lo que más caracteriza a este espectáculo es que verdaderamente somos una banda. Más que nada los espectáculos para niños se basan en los textos, en las historias, y nosotros somos una banda de música con canciones para niños. Trato de cantar canciones que los diviertan, que los padres también se diviertan, y que a los chicos les enseñe algo, como el tema La Globalización", cuenta Rada sobre este éxito que, con distintos nombres, ha venido desarrollando desde 1999.

Somos una banda desarrolla historias cotidianas de un grupo de amigos músicos cuando va a ensayar. Allí harán las canciones de siempre y las nuevas (escritas por Omar Varela), en un formato para niños que rompe los códigos tradicionales y alienta a mirar el mundo desde un lugar distinto, lejos de las convenciones. Con Federico Navarro en guitarra, Nacho Mateu en bajo, Nelson Cedrez en batería, Lobo Núñez en percusión, Noé Núñez en tambor repique y Bocha Martínez en tambor chico, la banda invita a los chicos a sumarse al asunto: de hecho, se pide que los niños que quieran vayan con algún instrumento, para poder armar algo más grande. Va hoy a las 15:30 y a las 17:30, y mañana a las 15:30. Entradas: Tickantel y sala, de $ 900 a $ 400.

—Hoy los niños están más formados musicalmente.

—Sí, si tienen la posibilidad de manejar un celular, o tienen un hermano piola, o un viejo piola, escuchan lo que quieren. Lo que se pone de moda ya lo tienen en el celular o la computadora. Antes la formación de un chico demoraba mucho más. Yo me acuerdo cuando fui a ver a los Globetrotters: quedaba uno de los Globetrotters. Todo demoraba en llegar. Los chicos usábamos pantalón corto hasta que teníamos pelos en las piernas. Ahora las cosas van más rápido.

—Asombra que al final de tus shows la gente suba al escenario a hacer fila para sacarse una selfie contigo.

—Sí, me da una alegría enorme. ¿Cómo decirlo con algo poético? Tengo el perfume que atrae a los niños. Son como los perros: huelen a ver si la persona tiene buena onda, y es buena. O como hacen los brasileros: vas a entrar al camarín a saludar a Gal Costa, y hay una mãe que se fija si tenés buena onda o no. Y si tenés mala onda no te dejan entrar. Y los niños tienen esa cosa, que adivinan: sienten que hablar conmigo es como hablar con uno de ellos.

—¿Te cansa más hacer un show para niños?

—Mucho más. Porque no podés caer nunca. Tenés que meterle con todo. Una vez en El Galpón toqué una canción lenta, y cuando estaba terminando pregunté qué canciones les habían gustado más. Y vino un niño corriendo desde el fondo y gritó: Rada, no nos gustan las lentas. La tuve que sacar. Me cansa, pero se viven cosas fantásticas con los niños.

—¿Cómo cambió el lugar que ocupa la música en tu vida, desde que empezaste a hoy?

—Sigue siendo el mismo: con la diferencia que antes la música era todo. Y ahora es la música y el dinero. Porque tengo tres hijos, un presupuesto familiar, una oficina trabajando, un montón de cosas que pagar: sala de ensayo, instrumentos, arreglar instrumentos, pagarle bien a los músicos. Antes, con el Totem y El Kinto, la diversión era subirse a tocar: sabíamos que no íbamos a ganar un mango, pero íbamos a gozar. Pero eso le puede pasar a todo el mundo, a un jugador de fútbol. Yo lo que trato es de ser lo más puro posible con el asunto del dinero. Y no volverme loco con el dinero, sino con la música.

—¿Cómo ves el circuito de salas acá en Montevideo?

—Sí, hay algunas salas grandes, muchos boliches chiquitos, pero sí, faltan lugares para tocar. Y los grupos grandotes tienen que ir al exterior a tocar, o al Teatro de Verano, o a otro lado al aire libre. Porque meten mucha gente, y la sala no les alcanza. Al cerrar por ejemplo el Cine Plaza, ahora no hay salas de esas. Y el Teatro de Verano, con todo el respeto que me merece el "Cachete" Espert, mi gran amigo, pasó a ser el teatro del Carnaval, porque ya en diciembre arranca la murga joven. Antes era el Teatro de Verano: ahora es el teatro del Carnaval.

—Cuando tú empezaste la vida nocturna tenía otra bohemia…

—Sí, tocábamos en hoteles, en bares, en casamientos. O en bailes, donde estaba la típica, la jazz y la variedad. Lo lindo de los bailes de antes era que eran con orquestas. En el Platense, en el Rowing, había tres orquestas. Cuando empezó a venir la discoteca, la música en vivo empezó a caer. Hasta que vino el rock, que es el que mete más gente en todos lados. Y por otro lado, hoy están los boliches chicos, que existen para los pibes que pueden tocar y llevarse 1000 pesos. No tienen lugares de 200 personas donde puedan mostrar su música. Está muy dispar: lo más grande y lo más chico.

—De los comienzos de tu carrera, ¿cuáles boliches recordás más?

—Muchos, toqué en Orfeo Negro, en Carrasco, con Hugo Fattoruso, con Mateo. Toqué mucho en lugares chiquitos, aquí y en Argentina, en boliches de 60 personas. Toqué en el Club Uruguay; en millones de lugares. Un lugar chiquito, donde me divertí mucho, fue en el Hotel Lancaster, donde estaba La Vela. Se llenaba de gente (cabían 30 personas nomás). La gente salía de la oficina, y a las ocho de la noche tocábamos con Manolo Guardia y otros músicos. Y yo cantaba Guantanamera en broma, Las manzanas. O canciones en inglés, Georgia on my Mind, o Garota de Ipanema. Hacíamos unos shows increíbles. Después vino la época del bolero, la época de Ho capito che ti amo, de Luigi Tenco, y toda esa onda. Siempre canté de todo.

—Argentina abrió tu música al mundo, ¿verdad?

—Como Jaime Roos y como otros, cruzamos a Buenos Aires, nos fue bien ahí, y luego a Bolivia, Perú. El mundo arranca de Argentina para adelante. El que no pueda cruzar para Buenos Aires, se queda. Si me hubiera quedado toda la vida acá, estaría con un tambor en la feria cantando Si te gusta comer manzanas...

PARA QUE LOS PADRES SE TAPEN LOS OÍDOS

Rada para niños nació junto a Horacio Buscaglia, y las ediciones se fueron sucediendo, hasta que Omar Varela se hizo cargo del libreto. "Hay años que paré: cuando falleció el Corto Buscaglia estuve como dos años sin hacerlo. Otros años, cuando tengo giras y viajes por el mundo, tampoco lo hice. Pero es un clásico, y hay que hacerlo. Y hay canciones que quedan siempre, como Al chancho le gusta la gallina, o Rubenrá tira cuetes. O Verdad, mentira, en la que yo voy diciendo cosas y los niños dicen si es verdad o mentira. En Caca, pichí, culo, yo le pido a los padres que se tapen los oídos, porque la canción es para los niños. Y una vez, cuando terminó la canción, vino un niño a decirme que su padre no se había tapado los oídos", recuerda el genial músico.

"EL URUGUAYO PIENSA QUE ESTÁ MOLESTANDO"


—¿Hubo artistas como el "Corto" Buscaglia, o Lazaroff, que no llegaron a la fama?

—Sí, ellos perdieron esa batalla. También Darnauchans, Galemire, o El Príncipe. No llegaron. No llegaron. Hoy la música uruguaya está en todo el mundo, por Internet.

—¿También el uruguayo es más parco para expresar su admiración?

—Sí, es más tranquilo. El uruguayo siempre piensa que está molestando. Vas por la calle y los uruguayos te saludan de lejos, Adiós Rada, ¿cómo le va?. Basta que uno te pida una foto, para que todos se tiran a hacer fotos. El argentino es más efusivo. ¿Qué hacés Negro? ¡Vení!. Y llama a la vieja para que la saludes. No le importa si vos estás apurado o algo. Son mucho más efusivos. Cuando se calientan con un artista, van con banderas.

El eterno femenino de una imaginativa pintora
Ruben Rada. Foto: Difusión

RUBEN RADA

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