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Charly y una torre musical que no para de crecer

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Charly en el Gran Rex

Ahí Estuve

Los comentarios de un show que muestran la vuelta paulatina, pero firme, del ídolo del rock argentino.

Hace 17 minutos que el telón se cerró, y en el Gran Rex las luces están a medio prender. Algunos se pararon rápido para evitar el atasco de la salida. El resto, la mayoría, esperamos. Hace calor; la combinación de los focos, la concentración de gente y la energía contenida -qué difícil es bailar y saltar en una sala con butacas- hacen lo suyo, y afuera, una noche demasiado veraniega espera a la multitud, entre gritos incesantes que ofrecen remeras varias y cerveza fría.

En esos 17 minutos, el público alardea de ser u201cla banda de Say No Moreu201d, y después de aplaudir algunas veces, en un in crescendo que solo refleja ansiedad, empieza a aprovechar el tiempo, el espacio y la compañía para hacer catarsis política y descargar bronca contra el presidente Macri y su familia. Y eso que era martes de noche y el dólar todavía no se había ido a las nubes.

En la platea, alguno se para y mira hacia arriba, para darle indicaciones a los que están en los sectores más altos del Rex, cual director de orquesta o mejor, jefe de barrabrava. Alguien arranca una versión a capella de u201cInconsciente colectivou201d y después de recordar que te pueden corromper, te puedes olvidar, pero la libertad siempre está, nos aplaudimos todos. Los pañuelos verdes y los brazaletes de Say No More están por todos lados entre un público que, salvo algunos chicos muy chicos, está bastante por encima de los 30 años.

Hace 17 minutos que el telón se cerró y cuando empieza otra versión colectiva, esta vez de una desinflada u201cRasguña las piedrasu201d, unos golpes de batería preceden a la voz rasposa de Charly García. Lo que siguen son tres temas a modo de bis, que funcionan cada uno como una cachetada de grandeza, hasta que se para de su sillón, Rosario Ortega lo acompaña y se va, desfachatado, agradecido, tan Charly como siempre.

El sonido es fuerte, tanto que a veces parece romperse, cargado de esa electricidad que nace de la torre que da nombre e imagen a este show. El sonido de la banda es vibrante, se mete por la piel y siempre está al borde de la cornisa, a punto de reventarse. Los teclados y sintetizadores de Carlos Alberto García Moreno -u201c¡Grande Morenito!u201d, le gritará alguien con insistencia- le dan forma a una descarga, un zumbido que nunca más se irá de la cabeza. Sentado en un sillón gigante, vestido de un traje azul brillante y con sombrero de ala, deja que sus dedos huesudos bailen sobre las muchas teclas que lo rodean, ejército y escudería, y que dibujen en el aire figuras, señales, gestos. Sus dedos agitan, esperan, casi nunca fallan.

De frente a Charly, que está de vuelta en el Gran Rex presentando el espectáculo La torre de Tesla, el Zorrito von Quintiero complementa en teclas y con todo el histrionismo físico que Charly ya no da. Al medio, la hipnótica presencia de Rosario Ortega, que parece más estrella de cine que corista, seduce y suma un canto un tanto etéreo y una complicidad letal con el rey de la noche. Atrás, como la defensa de un equipo de fútbol, tres músicos chilenos mantienen el equilibrio con guitarra, bajo y batería. Juntos son potencia.

Charly García en el Gran Rex. Fotos: difusión
Foto: Guido Adler

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En esta vuelta paulatina de Charly -hay rumores de una posible venida a Uruguay, pero según supo El País, son solo rumores-, cada show ha sido mejor que el anterior, y el del Rex es un casi impecable. Está claro que se puede pedir más, pero para todos los que alguna vez pensamos que ver a Charly en tan buen estado sería imposible, las dos horas y la veintena de canciones desfilan como un milagro, a la par de los chistes y comentarios mordaces que arroja sin parar.

Lúcido y gracioso, Charly dispara un u201cVamos, que esto no es cumbiau201d en pleno agite de u201cCerca de la revoluciónu201d; se burla del nombre de los Guns N Roses y avisa que u201chay que parar esta invasión desmesurada, tipo Trump pero al revésu201d; brinda por el Flaco Spinetta, interrumpe el arranque de u201cAsesinameu201d porque los músicos arrancan a tocar sin avisarle o esperar su orden; se divierte cuando David Lebón irrumpe en escena, y luego se cuelga mirando a un doble suyo que está en primera fila, del otro lado del escenario. u201cIgual que Luismiu201d, bromea, atento a uno de los temas de charla del momento.

Pero además de todo eso, Charly canta y toca como si nunca se hubiera ido. La interpretación de u201cLa máquina de ser felizu201d, de su último disco Random, es de las más bonitas de la noche, con su voz buscando los lugares más emotivos, cantando versos agudos, sensibles; y los dos dúos con Lebón, en u201cNo llores por mí, Argentinau201d y u201cPeperinau201d, son momentos de esos que no se pueden contar. Y en un repertorio apabullante, que incluyó un arranque con u201cEl aguanteu201d y un cierre muy sorpresivo con la olvidada u201cShisyastawumanu201d del Cómo conseguir chicas de 1989, hay mucho espacio para que despliegue todo su talento como tecladista y rockero electrónico.

A la salida, después de una ovación larguísima, los integrantes de Turf y actores del momento (el uruguayo Nicolás Furtado, Lorenzo u201cTotou201d Ferro), se amontonan en una puerta pequeña buscando su lugar en el camarín de uno de los grandes rockstars que ha dado Argentina. En Instagram, las fotos de un Charly sonriente, vaso en mano y cuerpo tirado en un sofá, se repiten en las cuentas de varios de los que lo saludaron para llevarse su estampita. Al resto nos quedaron unas dos horas que revalidaron a una figura que ha sido y, por suerte, sigue siendo, puro talento. Un niño que en el fondo, solo quiere jugar.

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