MÚSICA

Crítica de Música ligera, que se realizó el 26 de febrero en Club Uruguay

JULIO CESAR HUERTAS

Parafraseando al escritor Felisberto Hernández, el concierto de la Banda Sinfónica de Montevideo, en los salones del Club Uruguay, podría haberse llamado: “Por los tiempos de Benone Calcavecchia”. Es indudable que el actual director de la Banda, Martín Jorge, viene siguiendo las huellas que dejó el compositor siciliano cuando estuvo como director en esta institución.

El programa elegido se asemejaba mucho a los de Calcavecchia en la época en que los conciertos se realizaban en el Pabellón de la Música del Parque Rodó. Jorge incluyó a dos autores de los que este año se celebran los 200 años de su nacimiento, Franz von Suppé y Jacques Offenbach. Del primero se interpretaron las oberturas de las operetas Caballería Ligera y Poeta y Aldeano, y del segundo se escuchó Orfeo en los infiernos. Las tres oberturas fueron interpretadas brillantemente, logrando que el público ovacionara y acompañara con palmas el ritmo contagioso del célebre “Can-Can”.

Una obra que hacía mucho no se escuchaba en las salas es el intermezzo “En un mercado persa”, del compositor inglés Albert Ketelbey. El director explicó previamente a la ejecución los diferentes motivos que componen esta pieza descriptiva. De la ópera La Gioconda del compositor italiano Amilcare Ponchielli, se escuchó la hermosa “Danza de las horas”. La Banda se lució mostrando un impecable fraseo y calidad de matices.

Broche de oro fueron dos piezas de envergadura: la famosa “Rapsodia Húngara nº 2” de Franz Liszt, y la “Bacanal” de la ópera Sansón y Dalila, de Camille Saint-Säens. Ante las enormes exigencias que presentan, la Banda respondió con solvencia, musicalidad, rica matización y precisión rítmica. Merecen un especial reconocimiento maderas y metales, ya que estos instrumentistas demostraron una destreza respiratoria fuera de lo común.

La identificación de Jorge con los músicos se refleja en los excelentes resultados desde que asumió la conducción de la Banda. Ojalá este año se pueda finalmente incorporar a un arpista estable, como en los tiempos de Calcavecchia, para que las obras que requieren de este instrumento -varias de las que se escucharon- se puedan realizar como fueron concebidas, y no interpretadas en un piano digital, que jamás podrá conseguir la belleza del timbre del arpa.