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Una banda amiga que ya maduró

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Foto: Commons

Estábamos con amigas jugando a decir con mímica nombres de bandas, cuando a una se le ocurrió indicarme para la siguiente ronda La Vela Puerca.

Estábamos en cuarto año de escuela y yo pensé que me estaba haciendo trampa con ese invento, así que mi amiga fue con su hermana mayor y volvió con un disco en la mano, el Deskarado, blandiéndolo como si fuera la prueba no sólo de su honor, sino de su conocimiento.

¿Qué diablos era La Vela Puerca y a quién se le ocurría ponerle ese nombre a una banda? No lo sé todavía, pero aquel descubrimiento fue un quiebre para mí: aquello era divertido y daba ganas de bailar, pero también tenía un costado "peligroso" y, sobre todo, letras que hablaban de cosas que recién empezaría a entender. La dictadura, la resistencia, la marihuana eran algunos conceptos que desde aquel Deskarado le fueron llegando a mi generación.

Lo curioso fue que La Vela le gustó también a mi abuela, generando una cuestión medio familiar que parecía no tener mucho que ver con el rock.

Lo de después ya se sabe: "El viejo" se volvió omnipresente y esta banda cruzó fronteras para convertirse en una de las históricas del país.

La Vela cumplió veinte años y fue mutando de aquel primer rock rebelde al de ahora, más calmo y maduro, pero siguió arrastrando nuevas generaciones con alguna magia de esas difíciles de explicar: el fin de semana pasado llenaron un estadio en Buenos Aires y este sábado festejarán con entradas agotadas en el Velódromo.

Hubo altos y bajos, enormes discos como el A contraluz y momentos de menos inspiración, cambios grandes en la industria y en el rock. Y La Vela se mantuvo con esa cosa familiar, de banda amiga, de mostrador, explicando su vigencia quizás en un afán constante y valorable sobre todo en tiempos turbulentos: esa fantasía de festejar para sobrevivir.

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