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50 años de "L.A. Woman", el disco de The Doors con el que se despidió Jim Morrison

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The Doors en la portada de "L.A. Woman". Foto: Difusión.

HISTORIA DE UN DISCO

El 19 de abril se cumplen 50 años de "L.A. Woman", el disco de The Doors que se publicó tres meses antes de la muerte de Jim Morrison. Esta es su historia.

La portada de L.A. Woman, el disco de The Doors que este lunes cumple 50 años, carga con un aura de presagio. Como si se tratara de una foto familiar, bajo un filtro amarillento están inmortalizados los cuatro miembros de uno de los grupos más legendarios de la historia del rock. Pero no hay sonrisas. El tecladista Ray Manzarek, con su expresión más seria, mira fijo a la cámara. Los ojos del baterista John Densmore tienen un dejo de inocencia, mientras que los del guitarrista Robby Krieger parecen invitar a sumergirse en el disco. Sobre el extremo derecho, un Jim Morrison irreconocible pasa casi desapercibido.

Quienes vean por primera vez la portada del último disco de The Doors se van a llevar una sorpresa. Atrás quedó la histórica imagen en blanco y negro —esa que habita en miles de remeras y graffitis en todo el mundo—, que muestra al cantante escuálido con los brazos abiertos y con una mirada rebelde, sensual y misteriosa. La tapa de L.A. Woman es todo lo contrario. Morrison, que sin saberlo estaba a punto de entrar al trágico “Club de los 27”, lo muestra con la barba larga y con unos cuantos kilos extra. No quedan rastros de rebeldía en su rostro; se lo ve cansado.

Apenas suena el grito inicial de “The Changeling”, la canción inaugural de una de las piezas más valiosas de la discografía del grupo, uno lo confirma. Atrás quedó la delicadeza con la que Morrison registró las bellísimas “The Crystal Ship”, “Alabama Song (Whisky Bar)” y “My Eyes Have Seen You”; ahora canta con furia y con la voz afectada por cientos de cajas de cigarrillos y unas cuantas botellas de Jack Daniel’s. Interpreta cada frase con más compromiso y honestidad que nunca. “Tuve dinero, y no tuve nada, / Pero nunca estuve tan quebrado como para no poder irme de la ciudad”, asegura. Mastica y escupe cada palabra con furia, como solo lo sabían hacer aquellas leyendas bluseras que tanto admiró.

Y L.A. Woman está repleto de blues crudo y visceral. Aparece en la agresiva “Been Down So Long”, un pedido desesperado de libertad; está en la lenta y contemplativa “Car Hiss By My Window”, que termina con la voz de Morrison emulando un solo de guitarra; y brilla en la versión de “Crawling King Snake” —popularizada por John Lee Hooker—, construida sobre el hipnótico piano eléctrico Wurlitzer de Manzarek.

El regreso a sus raíces musicales era justo lo que necesitaban en ese momento. Para ellos, era como volver a sus épocas en el Whisky A Go-Go, el célebre club de Los Ángeles donde saltaron a la fama en 1966. Querían grabar un disco bien directo, que no requiriera tanto trabajo como The Soft Parade (1969), que se grabó en nueve meses e incluyó numerosos arreglos de vientos y cuerdas. Por eso, se hicieron construir un estudio en su histórica sala de ensayo, decidieron registrar pocas tomas de cada canción y apostaron por el sentimiento antes que la perfección. Necesitaban sentirse relajados, como en la primera época.

Hubo dos cambios esenciales. El primero fue la renuncia de su histórico productor, Paul Rothchild, que dejó las grabaciones tras tildar a “Riders On the Storm” —uno de los puntos más altos del álbum— de “música ambiental”;el segundo fue el aporte del bajista Jerry Scheff —conocido por su trabajo con Elvis— y del guitarrista Marc Benno. Fue la revitalización del sonido de The Doors.

Y eso queda claro en la canción que da nombre al disco. Creada directamente en el estudio, carga con un ambiente de jam session. Construida sobre las sombrías líneas de bajo de Scheff y uno de los mejores trabajos de Densmore en la batería, Morrison le canta a su relación de amor/odio a la ciudad donde se radicó en 1964. “L.A. Woman”, que roza los ocho minutos, está repleta de cambios de tempo y climas explosivos. Sobre el final, el frontman dispara la frase “Mr. Mojo Risin’” —un anagrama de su nombre y un término blusero para referirse al sexo— y la repite hasta el hartazgo mientras el ritmo se acelera para que Morrison alcance un orgasmo musical.

El otro gran momento llega al final, con “Riders On the Storm”. Al igual que “L.A. Woman”, la canción carga con el ambiente de la creación colectiva y presenta el capítulo más oscuro del disco. Inspirados en el clásico country “(Ghost) Riders On the Sky”, la guitarra de Krieger se tiñe de elementos western, mientras el piano Rhodes de Manzarek aporta un sonido tan jazzero como melancólico.

El clima se completa con el efecto sonoro de una tormenta y con un coro susurrado que parece estar a cargo de un espíritu que ese día anduvo rondando por el estudio. Morrison evoca la soledad y la violencia de la época en una de las mejores canciones del grupo. Es un clásico instantáneo.

Pero el verdadero éxito de L.A. Woman fue “Love Her Madly”, el primer sencillo del disco, que llegó al puesto 11 de Billboard. Compuesta por Krieger en su guitarra de 12 cuerdas, es la que más se acerca al sonido de The Doors, el álbum de 1967 que los hizo famosos. Acompañado por la guitarra rítmica de Benno, Krieger le dedicó la letra a su pareja. “¿No la amás locamente?, / ¿No la necesitás desesperadamente? (...), / ¿No la amás mientras se va de casa, como ya lo hizo miles de veces?”, insiste el cantante.

Antes de que se terminara la mezcla del disco, un Morrison cansado de todo —como se lo ve en la portada de L.A. Woman— sorprendió a sus compañeros al informarles que se mudaba a París con su pareja. Dejó todo para empezar una nueva vida, pero a los tres meses murió de una sobredosis de heroína. Fue un final trágico para un artista que se volvió leyenda, pero su último trabajo presentó una de las mejores despedidas involuntarias de la historia del rock. Y, afortunadamente, los discos nunca mueren.

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