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Abel Pintos habla del dolor, el amor y los sueños que rodean a su nuevo disco

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Abel Pintos. Foto: Guido Adler

ENTREVISTA

El popular cantante argentino lanzó "El amor en mi vida", un disco lleno de colaboraciones y marcado por la paternidad y un proceso personal

Abel Pintos tiene nuevo disco que celebrar, con todo lo que eso implica y más. El camino hasta El amor en mi vida, lanzado el 28 de mayo, fue largo e incluyó un proceso personal profundo y doloroso, el ensamble de una familia ahora consolidada con el nacimiento de su hijo Agustín, y el intercambio constante con compositores, músicos y productores para llegar a un sonido y unas letras que marcan una diferencia en su discografía.

Este es el disco más interior y el más exterior de uno de los cantantes argentinos más populares de los últimos tiempos. Con 25 años de carrera, aquel joven folclorista que cautivaba en los noventa con voz cristalina es la estrella pop que porta un mensaje luminoso y se anima a probar nuevas fórmulas, siempre con el sentimiento por delante.

En El amor en mi vida está el Abel más conocido, el de las baladas con el corazón en la mano, pero también hay otros personajes y, como le gusta decir a Pintos, otros acentos. Por más diferencias que haya, todo es parte de lo mismo: de una etapa transformadora, del tiempo presente. Sobre eso conversó con El País.

Un año atrás charlábamos de las expectativas que tenías por el nacimiento de tu hijo Agustín. ¿Cómo ha sido la realidad?

—Se superaron enorme y ampliamente las expectativas; todo lo que uno puede imaginar queda muy pequeño al lado de lo que termina siendo, así como todo lo que uno pueda explicar queda pequeño para todo lo que es. Estoy aprendiendo mucho cada día y disfrutándolo muchísimo. Uno escucha durante muchos años que la paternidad te cambia la vida, y en realidad te cambia el foco de las cosas, la perspectiva. Entonces ante tanta fragilidad y vulnerabilidad, esa vida que va creciendo es mucha potencia energética. Eso te atrae y al mismo tiempo te abstrae de un montón de cosas, y cada vez que necesitás volver a tu eje, antes quizás recurrías a ejercicios y ahora mirás a tu hijo y todo se acomoda al toque (se ríe). Desde ya que es durísimo lo que estamos viviendo, pero ver a tu hijo, a tus hijos —tengo dos, Agustín y Guillermina de 13— te da un shot de vitamina.

—La familia que construiste está presente en El amor en mi vida, un disco que ya desde el título da la pauta de por dónde va y que a la vez tiene sonidos muy variados. ¿El amor en tu vida también se representa con la música?

—Te voy a contar un cuentito un poco largo. Cuando con Mora (Calabrese) pasamos de ser una pareja a invitar a (su hija) Guillermina a hacer un camino de familia, supe que primero yo necesitaba hacer un camino emocional que venía postergando, que no iba a ser sencillo ni inmediato. Necesitaba pararme desde otro lugar en la vida, cambiar el egoísmo propio de muchos años de individualidad. Entonces comencé ese proceso y tuvo momentos muy duros; abrí muchos compartimentos emocionales de donde salieron fantasmas, dragones y miedos a raudales, y eso me llevó a hablar con mucha gente, a reconectar relaciones, limpiar otras, pedir perdón, saber perdonar. Y en ese proceso Mora y Guillermina jugaron un rol fundamental. A raíz de eso empecé a componer las canciones que hoy son gran parte de este disco, pero para un proyecto que tenía otro nombre, Las caras de la buena suerte; esto fue en febrero de 2019. Y sentí que la parte creativa tenía que ser igual. Porque yo ese proceso lo había pasado gracias a mi trabajo introspectivo pero también a lo que pude recibir de parte de quienes me acompañaron y contuvieron, eso de interpretarme a mí mismo a través de los demás. Y por eso decidí de inmediato que el disco tenía que ser compuesto con muchos otros autores y compositores, producido por muchos productores y grabado por muchos músicos. El disco más compartido de mi vida. Entonces cuando vino la pandemia, en ese tiempo de introspección me di cuenta que el amor en mi vida se representaba a diario de muchas formas: a través de mi pareja, de mis hijos, de la fe y de la música. Porque después de 25 años el amor que siento por la música y los motivos por los que la hago se quedaron ahí, intactos.

—Eso explica entonces el contraste de que es tu disco más para afuera y a la vez el más personal.

—Totalmente. Es el disco de mayor exposición emocional, y también tiene que ver con que es el primer disco de mi carrera en el que hablo en tiempo presente. Mis discos anteriores eran el balance de experiencias ya vividas, y en esta oportunidad estoy escribiendo y cantando sobre el presente, porque se refiere al último gran momento emocional que viví que se transformó en etapa y aún la estoy viviendo.

—Tu camino ha sido siempre de movimiento, de transformación. ¿Cuál es el sello que disco a disco te preocupás por mantener?

—Mirá, yo soy un hombre que busca ponerle la razón a todo lo que puede, y lo que más deseo es que a la hora de hacer música nunca se me dé por tratar de ponerle la razón antes que el sentimiento. Porque cuando permito que el sentimiento comande, detrás viene la curiosidad que hace lo suyo, y son esas dos cosas las que me llevan a recorrer todo lo que quiero recorrer. La razón entra a trabajar después, nos vemos en el estudio de grabación. Entonces lo que deseo que no cambie en mi vida es ese orden de proceso.

—¿Qué imaginás de ahora en más con El amor en mi vida?

—Lo que no se puede es hacer conciertos, pero nadie me va a quitar la oportunidad de soñar. Yo siempre trabajé a raíz de mis sueños. Ahora ya salió el disco, estoy haciendo el trabajo promocional que disfruto mucho, empiezo a montar las canciones con mi banda y a pensar el concepto de la gira. Y con mi grupo ejecutivo ya estamos trabajando; la semana pasada ya estuvimos poniendo fechas en Uruguay en nuestra agenda. Estamos trabajando para que, cuando nos lo permitan, sea una realidad de inmediato. Eso nos mantiene. Soñar nos mantiene vivos, y a nosotros nos gusta estar vivos. Entonces le metemos a los sueños con todo.

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Un par de canciones distintas en el álbum

Si bien El amor en mi vida amplía la paleta sonora de Abel Pintos y se abre a nuevos horizontes más internacionales, hay dos canciones que marcan una gran diferencia. Una es “De ida y vuelta”, en la que el argentino se calza un traje español inusual en su repertorio, que no le queda nada mal. La explicación tras esta rareza es la presencia de Vanesa Martín, española, con quien compuso el tema.

“Viajamos con (su hermano) Ariel (Pintos) hasta Málaga, fuimos cuatro días con la intención de hacer una o dos canciones, y al final hicimos una canción en una hora y el resto de los días paseamos. Fue una conexión espectacular”, asegura el cantante.

La canción fue producida por el cubano Yotuel Romero de la banda Orishas, con quien Pintos hizo la otra rareza del disco, “Camina (Suave y elegante)” en la que se pone en personaje de seductor que se anima a bailar.

Según cuenta, la idea nació porque todos en la familia de Yotuel, en pareja con la española Beatriz Luengo que también figura en este álbum (“El hechizo”) tienen mucho groove, mientras que él no tiene precisamente dotes para la danza, salvo cuando se baila “como antes, chiquitito y manteniendo la suavidad y la elegancia”. Ahí, dice, “nadie baila mal”, y de eso va el tema de aires urbanos.

“Componer con alguien más es un proceso humano más que artístico, porque te abrís mucho a la otra persona”, expresa Pintos. “Tenés que vencer el ego, las vanidades, las inseguridades para que alguien con tus herramientas construya lo que se le ocurra. Es fuerte y conmovedor, pero cuando se da, entabla lazos muy fuertes”.

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