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"Me sigue entusiasmando el hacer"

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Pablo Atchugarry. Foto: Ricardo Figueredo

Reconoce que la Fundación Pablo Atchugarry en Manantiales es quizás su obra más grande: una conjunción de arquitectura, urbanismo y paisajismo que aloja esculturas, propias y ajenas, y su enorme taller.

Allí, cualquier visitante lo puede ver moldeando esos enormes mármoles que terminarán siendo una de esas obras que, dice, le reclaman los coleccionistas de todo el mundo. Ahora, como acompañando los 10 años de este emprendimiento, Atchugarry anuncia que inaugurará una sede de la fundación en Miami, una ciudad que se ha convertido, Art Basel mediante, en uno de los hubs de arte del mundo y desde donde difundirá el arte uruguayo. Es por eso que el fin de semana que atiende a El País vía telefónica, acaba de recibir al alcalde de Miami, Tomás Regalado, para que conozca de primera mano la experiencia que espera trasladar a su ciudad. A mitad de camino entre Uruguay e Italia, donde tiene otro taller, Atchugarry es uno de los artistas uruguayos más reconocidos en el mundo. Sus esculturas en mármol, igual de imponentes en tamaño como en belleza, son una marca registrada del arte nacional. Sobre los proyectos para celebrar los 10 años de su obra más grande y sobre el momento que vive en su carrera, Atchugarry charló con El País.

Cómo pasa el tiempo. Ya hace 10 años que la Fundación Pablo Atchugarry está allí en Manantiales. ¿No se pellizca para comprobar que no se trata de un sueño?

—Es una especie de milagro constante. Son 10 años y vamos a tener la alegría y el honor de recibir a Julio Bocca y el Ballet Nacional del Sodre el 29 de diciembre aquí, en el anfiteatro, y hasta va a haber un libro que cuenta estos 10 años. Son muchas cosas que van a pasar para despedir el año (ver recuadro).

—¿Cómo ha sido esta década?

—Me propuse desde un principio —ya que con 10 años menos tenía mucha energía y con el apoyo de mi esposa, Silvana, y de mi hijo, Piero— acelerar un poco los tiempos e ir realizando el contenedor para luego llenarlo con contenido. Y el contenido más importante era el encuentro entre arte y naturaleza para el espectador no necesariamente especializado en arte, pero que como toda persona sensible está atraído por las artes todas. Ese fue el plan maestro.

—¿Con el lugar fue un amor a primera vista?

—En realidad el lugar lo eligieron mis dos hermanos, Alejandro y Marcos, estando yo en Italia. Quería un sitio alejado para poder trabajar y hacer ruido y polvo sin molestar a nadie. Ellos encontraron este lugar, me mostraron fotos, me gustó y ahí arrancamos.

—¿Tenía un plan claro de cómo iba a ser?

—Al principio fue el taller y después la habitación y luego el lugar de exposiciones. Se fue dando así, paso a paso sin un plan completamente definido. Es como hacer una escultura: nunca se sabe cuándo está terminada una obra.

—En ese sentido, ¿incluiría la fundación en un catálogo con sus obras?

—La verdad que sí porque para mí es mi obra más completa: hay una parte de paisajismo, una parte urbanística, otra de arquitectura y de distribución de creación en un parque internacional de esculturas. Por muchas de las obras hemos dialogado con los artistas, incluso a distancia. Y otras son de artistas desaparecidos y uno se tomó la libertad de irlas incluyendo en algún lugar y tratando de relacionarlas en armonía con las otras. Todo eso es parte de esta obra tan variada y tan completa en sus diferentes aspectos.

—Y como queda claro en sus esculturas, es una obra a lo grande.

—Y sí, es el formato mío.

—Y que aún es un work in progress.

—Aún lo es. Ahora estamos haciendo una capilla que va recibir una Piedad que hice en la década de 1980, y que ahora va a quedar definitivamente aquí. Trato de ir anclando ciertas obras para dejar un legado, un patrimonio artístico de lo que es mi recorrido.

—¿Cómo es eso que va a abrir la Fundación en Miami?

—Salvando las grandísimas distancias pienso en los Guggenheim, el Centro Pompidou, el Louvre en Abu Dabi y veo que hay en el mundo la tendencia a que ciertas experiencias se puedan encaminar en otros países. Y en este caso, la idea es —ya que el Uruguay tiene artistas de gran nivel y que muchas veces no se conoce su trabajo— hacer el esfuerzo que hay que hacer para que el arte uruguayo se conozca a nivel mundial. La calidad está pero le falta la comunicación con el mundo.

—Y ese papel lo va a hacer la Fundación en Miami. ¿Por qué allí?

—Es un lugar de encuentro de culturas y eso lo hace estratégico. Y Art Basel Miami ha cambiado lo que es el arte como lugar de encuentro. A esa semana va un público de todo el mundo. Por eso hay ahí un terreno fértil como para sembrar una pequeña plantita.

—¿Va a ser un lugar al aire libre como la sede en Manantiales?

—No, va a ser urbano. Está en Little Haiti, en la 54 y Biscayne, en una vieja fábrica que se está reestructurando. Ahí van a funcionar la Fundación y la galería de Piero.

—¿Cómo piensa que en estos 10 años Manantiales ha influido en su obra?

—Trato de estar todo el tiempo que puedo en el Uruguay. Hoy, por ejemplo, vino una escuelita y con el alcalde de Miami y el intendente Antía fuimos a visitar lo que estaban haciendo y ya uno se incorporó a esa actividad. Uno de los proyectos de estos años fue el Encuentro de Jóvenes Creadores de frecuencias bienal que son los chicos del bachillerato artístico. He venido especialmente de Europa para esos encuentros. Todo eso va dejando una huella en quien viene y una huella en quien recibe: hay una correspondencia.

—Pero yendo en concreto a su obra y pensándola hace 10 años. ¿Cree que ese paisaje y esas estadías en Uruguay han marcado sus esculturas?

—Es difícil separarlo porque tengo mucha permanencia en Italia y no sé qué parte de los cambios de mi obra están influenciados por Uruguay o Italia. Lo cierto es que disfruto mucho estos grandes espacios que tenemos nosotros, esta luz, el océano, estas playas de arena, el viento, el canto de los pájaros. Y todo eso de alguna manera están influyendo el vivir y por lo tanto el hacer.

—Usted ha sido siempre generoso y ha abierto las puertas de la Fundación. En todos estos años, ¿ha tenido dificultades para financiarla?

—Todo esto tiene un costo muy alto, pero trabajo todos los días del año de sol a sol y trato de sostenerla con todos mis recursos.

—¿No se cansa de trabajar tanto?

—Sí, pero a veces los sueños son los que hacen que uno se olvide del cansancio y todos los sacrificios.

—¿En qué momento de su carrera se siente?

—A mí me sigue entusiasmando el hacer y eso es una linda cosa porque el trabajo de escultor en talla de mármol directa (lo que significa ruido, polvo, usar lentes y máscaras) es un trabajo muy duro. O sea que tener tras 40 años de estar trabajando el mármol, entusiasmo y vitalidad, lo veo como una gracia, un premio que me han dado. En ese sentido me siento que estoy no diría al final ni tampoco diría al principio, pero que sí voy en el camino.

—¿Y está satisfecho con ese camino?

—Sí, porque mi arte y esta expresión es cada vez más aceptada, más buscada y hay coleccionistas que buscan mi obra continuamente. Es una especie de boletín de notas como cuando uno iba a la escuela: si llevaba buena nota se quedaba más contento. Pero en el fondo, el trabajo del día a día es en soledad, cuando uno se enfrenta al bloque de mármol. Ahí en ese momento está la materia, el artista y la soledad en el medio.

—Y en esa relación cada bloque de mármol le habla distinto.

—Sí, por suerte hay cosas distintas, hay venas diferentes, hay rajaduras en el mármol que hacen que uno tome obligatorimente por otro camino. Es como una ayuda de la naturaleza para que uno, con esos obstáculos, tenga que dejar lo mejor de uno mismo.

—Recién hablaba de su obra de la década del 80 y me preguntaba en qué cambió lo que quiere decir con su obra de aquellos tiempos a este hoy?

—En los años 70, sobre todo en la pintura y las primeras esculturas en cemento, arena y pórtland que eran los materiales que encontraba en Uruguay, al centro de todo estaba el ser humano. Era la figura que estaba sintetizada pero presente. A partir de finales de los 80, la figura empezó a desaparecer y fue quedando como una síntesis y una tensión vertical. Y así, las obras son como plantas, están buscando la luz y el espacio y, tal vez, hablarle a las estrellas y descubrir cuál es el destino de ellas mismas. Eso es un poco el cambio: primero esas formas estaban "vestidas" de una figuración y ahora están despojadas. Quizás por eso sean más esenciales como en un diálogo de energía que se va liberando.

Montón de cosas en Manantiales y en Miami.

El sábado 12 al mediodía, el alcalde de Miami, Tomás Regalado, visitó por primera vez la Fundación Pablo Atchugarry, donde manifestó su admiración por el escultor uruguayo, lo felicitó por las iniciativas de fuerte contenido social que permiten que miles de niños del interior de Uruguay visiten la fundación para formarse, y lo animó a continuar su trabajo en el Atchugarry Art Center de Miami que abrirá a fines de 2018. Será un complejo de 2500 metros cuadrados —1200 ya estarán edificados— que contendrá la Fundación Pablo Atchugarry y la Galería Piero Atchugarry, que tendrá una zona especial de exposición al aire libre.

Unas 10.000 personas por año visitan la Fundación Pablo Atchugarry de Manantiales, que muy pronto festejará a lo grande sus 10 años. Aunque entre noviembre y diciembre habrá dos muestras relevantes (una de la fundación junto a la Universidad Federal de Pelotas y otra doble de las uruguayas Verónica Artagaveytia y Lisetta Ferrari Bruni), el comienzo de la temporada alta será el 29 de diciembre con la presencia, con entrada libre y gratuita, del Ballet Nacional del Sodre y con la inauguración de Presencias y ausencias, una retrospectiva de Atchugarry de 30 piezas en mármol estatuario de Carrara, mármol rosado de Portugal, acero y bronce, nunca antes presentadas en Uruguay.

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Pablo Atchugarry. Foto: Ricardo Figueredo

PABLO ATCHUGARRYFERNÁN CISNERO

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