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El Uruguay que vio V.S. Naipaul

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V. S. Naipaul

De libros viejos

El recientemente fallecido premio Nobel estuvo en Montevideo en 1973 y lo convirtió en una crónica

V. S. Naipaul
VS Naipaul, anduvo por Uruguay

En algunas de sus partes, Montevideo es una ciudad fantasma, nuevo todavía su esplendor de nuevos ricos. Es una ciudad llena de estatuas: copias del David, la estatua de Colleoni que hay en Venecia, recargados cuadros históricos de bronce. Pero han caído letras de las inscripciones y nadie las ha reemplazado; y por doquier los relojes públicos de las esquinas están parados. Los plátanos del centro no son viejos; altas puertas de madera labrada siguen abriéndose para dar paso a vestíbulos de mármol con techos elegantísimos que todavía parecen nuevos. Pero los comercios tienen poco que ofrecer; las aceras están llenas de baches; en las calles hay demasiada gente que vende chocolate y dulce y otras cositas. Los tres o cuatro restaurantes que sobreviven -en una ciudad de más de un millón de habitantes- no siempre tienen carne; y el pan se hace en parte con sorgo”. Así vio Uruguay, V. S. Naipaul, el premio Nobel de Literatura que falleció el sábado.

Ese panorama es de octubre y noviembre de 1973 y como “Kamikaze en Montevideo” intregró una larga crónica rioplatense, “El regreso de Eva Perón”, publicada en el New York Review of Books. Una versión en español la editó Seix Barral en 1983 como El regreso de Eva Perón y otras crónicas y más recientemente se incluyó en El escritor y su mundo, una recopilación de ensayos de este novelista que supo ser un gran cronista.

El Uruguay que vio Naipaul no fue el más auspicioso: eran los comienzos de la dictadura (hay una lista de las pintadas en las calles, por ejemplo) y la mirada seca del Nobel (que por entonces tenía 40 años) no da una panorama demasiado alentador.

Los ojos extranjeros alcanzan para trazar un panorama del desastre. Así habla de la presión de los créditos hipotecarios, la burocracia (“Pluna, las líneas aéreas uruguayas tenía mil empleados y un sólo avión”, escribe. “La gente de Ancap procuraba llegar a la oficina antes de la hora de abrir: había más empleados que sillas”), Punta del Este, la clase media nacional y su casita en el balneario, y José Batlle y Ordoñez sobre quien encontró un rechazo unánime.

Es la fotografía de un escritor único, de un país único.

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