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"La poesía no es una profesión"

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Circe Maia

Entrevista a la poeta circe maia

La notable escritora recibió un reconocimiento en la Feria Internacional del Libro

Ocho días atrás, el sábado 30, la reconocida poeta uruguaya Circe Maia se vino desde Tacuarembó hasta Montevideo, concretamente hasta la Feria Internacional del Libro, para recibir el premio al Mejor libro uruguayo publicado entre los 1978 y 2017, por su libro “Obra Poética” (Rebeca Linke Editoras).

El trayecto Montevideo Tacuarembó ha marcado de vida de esta artista del verso, que nació en la Capital, vivió hasta los seis años en Tacuarembó, luego se formó en su ciudad natal, para volver a su otra ciudad a los 30 años. Entre esas idas y venidas, la gran escritora construyó una de las sólidas obras poéticas de este país.

-¿Qué significa para usted que la hayan considerado la autora del mejor libro uruguayo de los últimos 40 años en los Premios Bartolomé Hidalgo?

-Bueno, eso de elegir entre libros, cuál es mejor, cuál menos, todo eso es muy relativo. Yo ya no viajo de Tacuarembó a Montevideo, estoy muy vieja ya. Pero me hice un viaje relámpago para recibir el premio. Fue una sorpresa: bueno, en realidad no fue una sorpresa porque ya me habían avisado. Y cuando me pusieron el mircófono delante, dije que era un día triste, porque esa mañana, en un acto muy emotivo, habíamos esparcido las cenizas del Bocha Benavides en el Iporá, ese lago con mucho bosque que hay cerca de la ciudad de Tacuarembó. Y al recibir el premio, cuando mencioné al Bocha, todo el mundo aplaudió de pie, espontáneamente. O sea que el acto de recibir el premio se transformó en un homenaje a Benavides.

-Qué grupo literario tan unido esa generación de Tacuarembó...

-Sí, el Bocha fue compañero de banco de mi esposo, hasta sexto año de escuela. Y su hijo Pablo, de niño, jugaba con mis hijos. Así que era una amistad de toda la vida en Tacuarembó. El Bocha me llevaba un par de años, ya estamos muy… él decía que era el más joven de los poetas ancianos.

-Usted fue muchos años docente. ¿Entre sus alumnos tuvo algunos que luego fueron artistas destacados.

-Eduardo Darnauchans fue alumno mío, en Preparatorios. Yo era profesora de filosofía: todavía me parece que lo veo sentadito ahí al Darnauchans. Y sus canciones son poemas, pero también reflexiones, ¿verdad?

-¿Cómo ve hoy su propia obra literaria?

-Uno trata de no ver su obra demasiado. Aunque este libro por el que ahora fui reconocida, lo agradezco mucho a las editoras, porque recoge una obra que estaba dispersa. No es una antología, son varios libros de poesía reunidos. No está lo que es en prosa.

-¿Siente que al escribir poesía siempre hay una tensión entre tema y forma?

-Eso puse en el prólogo de En el tiempo, que fue el único prólogo que hice, porque no soy muy amiga de los prólogos. Hay una extraordinaria felicidad cuando te das cuenta que hay una armonía, que la forma era la única en la que se podía expresar el contenido. Porque el poema no es un escrito sobre un tema. Se va creando a medida que se hace: el tema es el propio poema, en su unidad de forma y contenido.

-¿Enseñar filosofía también la enriqueció como poeta?

-Sí, yo he encontrado poesía en muchos filósofos. Yo creo al final de cuentas que la poesía se pasea por distintos géneros. La poesía no es un género en especial. En Shakespeare, cuando el personaje monologa, aparecen verdaderos poemas. Y el filosofía también ocurre, como que en ciertos momentos el lenguaje adquiere tanta intensidad que cobra una dimensión poética. Los presocráticos, por ejemplo, son verdaderos poetas, por más que nos quedaron restos de sus obras. Es un placer leerlos, esa profundidad es una cosa extraordinaria.

-Traducir también debe de ser un modo de aprender a trabajar la poesía...

-La traducción tiene sus momentos muy seguidos de frustración, y otros momentos grandes de felicidad. Me preguntan por qué razón traduzco. Por ninguna razón. Siempre contesto que traduzco por una esperanza, por la esperanza que ese poema aparezca en nuestra lengua. Es absurdo creer que sea lo mismo que el poema original. Como me decía una vez un traductor brasileño: sería lo mismo que pretender que el traductor tenga la misma cara que el poeta, y la misma esposa, y el mismo perro. El otro idioma lógicamente que toma otras resonancias. Borges decía que la traducción era una irradiación del original.

-¿Y la docencia, qué le enseñó?

-Eso sí, mucho más. Porque la poesía no es una profesión. La profesión que te da muchísima satisfacción es el momento de la clase, sobre todo cuando los alumnos intervienen. Y te dejan flotando alguna pregunta. Eso es fantástico: uno sale contento de la clase. Sobre todo al final de mi carrera docente, mis clases eran con muchachos grandes, de preparatorios, y algunos que eran ya casi maestros. La enseñanza es una extraordinaria actividad.

-¿Hoy usted cómo ve el mundo de las humanidades?

-No sé, es un tema difícil para mí. Todas esas teorías generales, sobre el valor de las humanidades, sobre el valor de la cultura, sobre la narrativa, no me preguntes porque no tengo ideas muy claras. Yo soy de las ideas en puntos muy concretos. Me entusiasmo con cosas que a veces puede parecer que no son ideas globales. Tampoco me preguntes sobre qué autor prefiero, y menos juicios sobre calidades. Eso no es mi fuerte.

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