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Jaime Clara: "Con la pandemia lo que más perdimos son los vínculos"

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Jaime Clara

Entrevista

El periodista muestra su nueva faceta de caricaturista en un libro y una exposición que se inaugura esta semana en el Teatro Solis

Jaime Clara
Jaime Clara, caricaturista con libro y exposición. Foto: Leo  Mainé

A Jaime Clara se lo conoce por ser como él dice “un bicho de radio”: desde hace más de 20 años conduce Sábado Sarandí y también coconduce con Sergio Puglia, Al pan pan en las tardes de Sarandí. También se lo conoce por sus apariciones televisivas (estuvo en Desayunos informales, por ejemplo) y por sus libros de cuentos y poesía. Pero, quienes lo siguen en las redes saben que es un caricaturista dedicado. Para confirmarlo, esta semana, en la sala de exposiciones Estela Medina del Teatro Solís inaugura su exposición Clara a la vista que acompaña la edición de su reciente libro de caricaturas No todo está dicho (Planeta, 950 pesos) donde muestra una faceta que, también, le va muy bien.

—Pandemia, un libro y una exposición. ¡Qué 2020!

—Sí. La editorial quería sacar el libro hace como tres años y yo no lo veía, no quería: mi autoestima con las caricaturas es baja porque siento que todavía estoy buscando. Cuando (la directora del Solís) Daniela Bouret me ofreció esto para recordar a gente de la cultura, ahí le digo a Planeta que aprovechemos y saquemos las dos cosas juntas. Así que sí, todo es muy fuerte. Jamás hubiera pensado estar acá, es muy importante para un teatrero como yo. Nunca lo pensé y menos con la caricatura.

—¿Y eso no te sube la autoestima sobre tus caricaturas?

—Sí pero siento que se ven de otra manera. Soy muy crítico conmigo mismo pero como mi única difusión ha sido a través de las redes siento, por los comentarios, que la gente es muy generosa y le llega cuando, por ejemplo, dibujo a Enrique Guarnero (de quien ya nadie parece acordarse) y me dicen que era así o que logré captarlo. Igual lo que más me importa a mi es reivindicar el género de la caricatura.

—Sos un viejo consumidor de caricaturas.

—Arotxa me decía que yo era un gran consumidor de caricaturas y cuando consumís mucho ves a los tipos que tienen un estilo que les lleva toda la vida. Una caricatura de Sabat es de Sabat, por ejemplo. Yo siento que no he logrado un estilo propio y eso me pesa aunque no lo estoy buscando porque no es lo mío. A mi me cambió esto de las redes y una autoimposición tonta de publicar una caricatura por día y eso me dio mucha producción. Y como las haga en tablet las hago en cualquier momento y lugar; las mejores las he hecho en salas de espera. Tengo como mil.

—¿Cuál es la primera caricatura que recordás haber visto?

—Siendo niño, en un semanario que se llamaba Todo Fútbol, en el que estaba Antonio Pippo, que es primo de mi padre. Me acuerdo de estar viendo la caricatura de Atilio García de De Rosa y con ocho años queriendo calcarla. Y a partir de ahí, empezar a recortar caricaturas, pegarlas en un cuaderno.

—¿Y cuándo empezaste a dibujar?

—Al principio me dividía entre trabajar en la radio San José y dibujar sin mucha regularidad. Cuando en 1979 me vine a Montevideo, empecé a sistematizarme, a conversar con caricaturistas, porque ya trabajaba, primero en Centenario y después en Sarandí. Tenía una cantidad de dibujos horribles en hojas feas y Walter Aiello, el artista plástico, me dijo que tenía que ir a un taller y ahí conocí a Guillermo Fernández. Estuve 10 años con él hasta su muerte en 2007. Y cuando falleció pasé cinco años sin poder dibujar nada hasta que me invitaron para una muestra de Onetti en la Feria del Libro de San José y empecé de nuevo.

—Para un tipo tan ocupado como vos, supongo que será un remanso, ¿pero qué sentís que te aporta dibujar?

—Me ayuda a concentrarme, a desestresarme. Y también lo tomo como una forma de seguir haciendo periodismo porque la caricatura es un género periodístico más y siempre trato de reivindicarlo así.

—¿Cómo te ha tratado la pandemia como voraz consumidor cultural que sos?

—Extraño horrible. Mucho.

—¿Y cómo va a quedar la cultura después de todo esto?

— No sé si decir dañada, ni tampoco quiero ir por la necesidad de reinventarse porque todo el mundo lo está diciendo. Lo que más perdimos son los vínculos: se han profundizado las diferencias de la gente. No puede ser que un tema sanitario como el de abrir o no las salas se haya transformado en un tema político. Es terrible. Y después de esas diferencias tan marcadas, temo que queden cicatrices de las que pueden ser difícil de sanar. En la parte artística ya se están escribiendo obras y películas con distanciamiento, historias de la pandemia. Los creadores son maravillosos y salen de estas cosas. Pero me gustaría que el movimiento cultural aprenda que de las crisis salimos todos juntos. Como pasó en la dictadura que todos nos juntamos detrás de un objetivo común. La pandemia es un objetivo común y sin embargo ves las críticas de por qué no abrían los teatros buscando intencionalidades, adjudicando maldades. Gente de la cultura que te decía que no abrían los teatros para que la gente no pensara.

—He escuchado mucho la palabra grieta. ¿Hablás de eso?

—Desearía que de esto no salgamos con esa sociedad partida más profundizada. Depende de nosotros: el sentido común no se compra en una farmacia.

—¿Y se está perdiendo?

—Me parece que si. Por actitudes mezquinas que he visto. Y de todos lados, eso sí.

—La radio ha cambiado mucho. ¿Cómo la ves?

—Ahora te encontrás con programas de radio que no sabés si son de televisión. Los entrevistados van a una entrevista en una radio pero la charla con cámara cambia totalmente y se pierde la magia de la radio. Eso de poner vivos de Instagram de un programa o trasmisitir por YouTube es la antiradio. Lo multimedia será muy moderno pero no es radio. Sí, lo sé, soy un ortodoxo.

—¿Extrañás la televisión?

—No. Yo soy un bicho de radio.

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