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El antipoeta centenario que hizo de la poesía un juego

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Nicanor Parra
Chilean poet Nicanor Parra pictured in Isla Negra, Chile in July 2004, during a celebration of the birthday of Chilean writer Pablo Neruda. Renowned Chilean writer Nicanor Parra, who invented the "antipoem" and won the Cervantes Prize - Spanish-language literature's highest honor - in 2011, died at the age of 103, Chilean Culture Minister Ernesto Ottone announced Tuesday. / AFP / Víctor ROJAS FILES-CHILE-LITERATURE-PARRA-DEATH
VICTOR ROJAS/AFP

Obituario

A los 103 años murió Nicanor Parra, el más prestigioso escritor chileno

"Yo pertenezco a un mundo que se fue, yo todavía creo en el socialismo, yo todavía creo en Dios y en el Diablo, yo soy uno de esos vejetes malas pulgas que confundieron el ser con el ente”, dijo alguna vez Nicanor Parra prafraseando un discurso pronunciado en la Entrega del Premio Bicentenario en 2001.

El antipoeta, verdadero paladín de las letras chilenas y patriarca de una familia ilustre, murió ayer a los 103 años. Además de poeta, con una obra que revolucionó la literatura en castellano, Parra fue matemático, físico y académico.

Era, como él decía, parte de un mundo que ya fue y que, en las letras chilenas incluía nombres como Pablo Neruda, Vicente Huidobro, Gabriela Mistral y su hermana, la cantora y poeta, Violeta Parra.

Parra había nacido en San Fabián de Alico, el mayor de ocho hermanos. En 1937 se recibió de profesor de matemáticas y en 1943 fue becado a la universidad de Brown, donde además de embarcarse en un posgrado en mecánica, descubrió a poetas estadounidenses, principalmente Walt Whitman. Tras un breve regreso a Chile, una estadía de la universidad de Oxford en 1949 lo familiarizaría con la poesía de Auden y Eliot. Con todos ellos conformó un corpus personalísimo, revolucionario e influyente.

A su regreso a Chile, ejerció de gran poeta, con libros en los que jugaba con las palabras construyendo un universo propio lleno de referencias chilenamente populares.

Su primer poemario, el lorquiano Cancionero sin nombre, lo había publicado en 1937, a los 23 años. “Estamos ante un poeta cuya fama se extenderá internacionalmente”, dijo, profética Mistral cuando fue reconocido con el Premio Municipal en 1938.

Pero fue en su segundo libro, Poemas y antipoemas de 1954 en el que además consolidó el concepto de “antipoesía” con el que desde entonces se vincularía su nombre.

La antipoesía se le apareció a mediados de la década de 1930, “en tiempos en que el modernismo rubendariano estaba de baja y de alta, venían los valores del surrealismo y del creacionismo de Huidobro”, dijo Parra en el documental Cachureos. Eso generó un “entumecimiento” en la poesía para el que Parra encontró remedio en la poesía medieval, “una poesía de feria, popular”.

En librerías uruguayas se pueden encontrar algunos libros de Nicanor Parra. Lumen tiene editado El último apaga la luz Obra selecta ($890) que incluye buena parte de su producción desde Poemas y antipoemas a Discursos de sobremesa de 2006. En la librería Escamaruza tienen, además, Antiprosa ($960) y Chistes para desorientar a la vida ($650).

“Escriban como quieran/ En el estilo que les parezca mejor/ En poesía se permite todo”, escribió en “Cartas de poeta que duerme en una silla” y ese siempre fue su protocolo. Así, Parra llenó su obra de coloquialismo, humor, cotidianeidad; de libertad. Su objetivo, ya anunciado en una especie de advertencia al lector, era facilitar la comunicación entre el lector y el poeta y “modernizar esta ceremonia”.

Ayudó mucho su personaje, una suerte de humildad y pedantería que parecía siempre flotar en su propio mundo entre científico y humanístico, lleno de ingeniería y literatura. Fue un agitador cultural.

Ganó el premio Cervantes en 2011, el Juan Rulfo, en 1991, y el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, en 2001. Entre su obra habría que destacar Versos de salón (1962), Obra gruesa (1969), Artefactos (1972), Poesía política (1983), Obras completas I & algo (2006) y Discursos de sobremesa (2006).

Su influencia se hizo sentir en todo el continente (incluso en la música popular) y en Uruguay, seguramente, su principal divulgador fue Mario Benedetti, a quien Parra consideraba un “amigote”. En 2009, cuando la muerte del escritor uruguayo, el chileno le dedicó uno de sus artefactos “A lo más que se puede aspirar/ Es a dejar dos o tres frases en órbita /Que yo sepa don Mario dejó al menos una:/ La muerte y otras sorpresas/ ­Señor mío, la frasecita!”, recitó Parra.

Los “artefactos poéticos” eran una derivación de la búsqueda antipoética y son una suerte de tarjetas en los que se sintetizaba una idea casi en su mínima expresión.

“Creo firmemente que, si el poeta más poderoso que hasta ahora ha dado el Nuevo Mundo sigue siendo Walt Whitman, Parra se le une como un poeta esencial de las Tierras del Crepúsculo”, escribió Harold Bloom en el prólogo de las obras completas publicadas por Galaxia Guttenberg.

Las reacciones en Chile por la muerte de Parra no se hicieron esperar. La presidenta Michelle Bachelet se declaró “conmovida” por el deceso del poeta, a quien consideró “una voz singular en la cultura occidental”, una opinión que desde siempre ha sido corroborada por académicos de todo el mundo. En septiembre de 2014 Bachelet habia ido a la casa del poeta, en el balneario de Las Cruces, a acompañarlo en su cumpleaños número 100. Fue una de las últimas actividades públicas de Parra.

Y el presidente electo de Chile, Sebastián Piñera, interrumpió un acto oficial para dedicar unas frases al poeta: “Lo ultimo que le faltaba a Nicanor Parra para ser inmortal era precisamente haber dejado este mundo terrenal”.

“La muerte es el mecanismo de retroalimentación o caja negra del organismo global (...) sin ella la cosa se congela o explota. Paciencia”, dijo alguna vez Parra. “Claro que tengo mi proyecto para cuando esté muerto: resucitar, aunque sea en la forma de un sapo”. Será, sin duda, el sapo más poético de la charca.

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