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Andrea Camilleri, la lección del maestro

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Andrea Camilleri en el 2010. Foto: EFE

Semblanza

El escritor Renzo Rossello recuerda la figura y la influencia del creador del comisario Montalbano

Era empecinado y fumaba sesenta cigarrillos diarios. Soñaba con colores y con volver a respirar el aire de Porto Empedocle, en su Sicilia natal. Ya era un hombre de vuelta de todo cuando imaginó al comisario Salvo Montalbano, bautizado así en homenaje al catalán que había refundado la novela negra, Manuel Vázquez Montalbán con quien había trabado una profunda amistad.

Y llenó sus historias de arancinis y spaghetti con almejas regados de vino. Creó Vigàta como un Macondo o una Santa María siciliana donde pasan todos los crímenes del mundo. Y dejó un legado enorme que puede visitarse en cualquier moemento, El ladrón de meriendas, El perro canelo, La paciencia de la araña, por citar algunos. O fuera de la saga de Montalbano, pequeñas obras maestras como Un sábado con los amigos, o esa fábula sobre el misterioso Caravaggio que fue El color del sol. Camilleri desarrolló una técnica narrativa de relojería, con un lenguaje sencillo y conciso hizo ver, oler, oír y tocar la ardiente Sicilia a quienes nunca pisamos su suelo. Pero sobre todo puso un ojo implacable sobre los rincones más oscuros y cerrados de la condición humana.

Dio una lección de ética como artista, aún ciego continuó escribiendo al dictado. Y se fue persiguiendo historias.

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