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Un hijo que agarró vuelo propio

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Chino Darin

Es un muy buen momento para el Chino Darín. Se luce en Historia de un clan, la miniserie sobre la siniestra familia Puccio dirigida por Luis Ortega que en Uruguay se ve por TNT

Se lo puede ver en El hipnotizador, serie que HBO puso al aire hace unas semanas, y es el protagonista de Uno mismo, una película de Gabriel Arregui que se estrenará esta semana en Argentina.

—El de Alejandro Puccio en Historia de un clan fue un rol difícil, exigente, además.

—Sí, completamente. Fue un trabajo intenso. Es un personaje importante por lo que representó y por su rol dentro de esa familia. Era el más expuesto, el que ponía la cara con la gente que iba a terminar secuestrada. Y también era el que más sufría la situación, el personaje que convive con la contradicción. Internamente, él sabía que estaba haciendo cagadas. El resto estaba más jugado al negocio familiar, cueste lo que cueste. Alejandro era consciente de todo lo que estaba perdiendo por sumarse a eso y conocía la factura interna que suponía. Creo que es un personaje que puede funcionar como vehículo para establecer un vínculo con el espectador porque es el más humano de todos. Tuvo cuatro intentos de suicidio, eso refleja su sentimiento de culpa, de responsabilidad y deuda con la vida.

—¿Tuvieron más tiempo para trabajar que en un programa convencional o una tira?

—Sí, hubo más tiempo, por suerte. El caso de las tiras es complicado porque el tiempo es particularmente tirano. Acá, salvo pocas excepciones, teníamos los libros mucho antes y podíamos laburar bien el material. Luis trabajó mucho, además se quedaba modificando los guiones toda la noche y en el rodaje acomodaba diálogos, situaciones... Nos dio muchas posibilidades de probar, de repetir tomas, hasta que quedaban como todos pretendíamos.

—¿Y sos muy autocrítico?

—Soy de los que suelen castigarse, sí. Pero también he aprendido con el tiempo que castigarse por castigarse no sirve. Es útil tener un ojo crítico, no ser conformista con el trabajo de uno, pero sin exagerar. También es cierto que la televisión suele dar revancha, pero eso pasa en una tira, no en este tipo de proyectos, de apenas once capítulos. Me pasa de ver escenas y que no me guste cómo las resolví, como si recién las entendiera cabalmente cuando las estoy viendo, en lugar de entenderlas antes de hacerlas. Muchas veces un actor entiende el verdadero sentido de una escena o el estado de un personaje cuando ya no puede modificarlo. Por suerte, no me pasa tan seguido. No exageremos (risas).

—Con quiénes hablás siempre de tus trabajos?

—Con mi familia. Lo manejamos con humor, algo que nos permite ser muy ácidos sin lastimar. Son opiniones sobre trabajos que ya están hechos, que no se pueden cambiar, claro. Pero mi viejo, mi madre y mi hermana son buenos termómetros para mí. Mi viejo tiene mucha experiencia, pero poca distancia conmigo; mi vieja habla con mucho conocimiento de causa porque leyó todos los guiones que pasaron por casa, valoramos mucho su opinión, tiene mucha visión de futuro; y mi hermana de algún modo representa a la generación de espectadores que se viene, es super cinéfila, ve muchísimas series, está muy informada. No me molesta una opinión demoledora si es sincera.

—¿Y molesta ser "hijo de"?

—Fue un peso en algún momento, pero ya no. Hoy tampoco me sirve para "abrir puertas" porque ya hice una cantidad de laburos como para mostrarme. Obvio, al principio de mi carrera me benefició. Lo que nunca me gustó es la gente que piensa que valgo la pena para un proyecto porque soy hijo de Ricardo Darín, como si pudiera heredar algo de él en ese sentido, como si el apellido pudiera sí o sí influir en la convocatoria. Traté de eludir todo proyecto que viniera por ahí. Hice muchos castings para ponerme a prueba. Preferí eso que sumarme a proyectos para los que me llamaban sin siquiera haberme escuchado hablar antes.

—¿Tenés actores favoritos?

—Y sí, muchos... Philip Seymour Hoffman, Daniel Day-Lewis, Dustin Hoffman, entre los más experimentados. Y Michael Cera y Paul Dano, entre los más jóvenes. De acá, Alejandro Awada me parece un actor sensacional, fue increíble laburar con él. Y también Rodrigo de la Serna, Julio Chávez, Oscar Martínez, Leonardo Sbaraglia...

—¿Cómo te llevás con la fama, con lo que se dice en las redes sociales?

—Primero, no soy tan famoso. Y después, todo depende de cómo te pares frente al fenómeno. El hecho de que todo el mundo tenga una cámara de fotos en el teléfono y que pueda comentar en vivo lo que está observando en una red social tiene aspectos positivos y negativos. Es lindo el afecto de la gente, pero también puede ser agobiante. Hay gente que se acerca con el comentario justo y otra más invasiva, que quiere sacarse una foto mientras vos estás clavándote una milanesa o, peor, llorando porque te separaste de tu novia. Mi viejo es muy conocido en España, pero allá son más cautos. Lo ven en un restaurante y esperan a que termine de comer para abordarlo. Acá somos más avasallantes. Incluso te encara gente que te das cuenta de que te vio en la tele, pero no sabe ni quién sos. Es raro.

Un actor con Mucho trabajo y demasiados cigarrillos

Al Chino Darín se lo nota contento con su presente, pero también algo agotado. "Es que tuve mucho laburo", explica. "Hice tres películas: Angelita, la doctora, de Elena Tritek, con Ana María Picchio; Primavera, de Santiago Giralt, y Era el cielo, dirigida por el brasileño Marco Dutra, con libro de Lucía Puenzo y Leo Sbaraglia como compañero de reparto. ¡Vivo en un departamento chiquito que está hecho un desastre! No tuve tiempo para acomodar nada desde que me mudé. Ahora me voy un tiempito a España, con mi viejo, que estrena allá la obra Escenas de la vida conyugal, y a ver si cierro un trabajo que me ofrecieron. Después paro un poco, quiero descansar."

A pesar de estar feliz, aun así tiene cosas de las que se arrepiente: llega a las oficinas de Underground para hacer la nota con un atado de cigarrillos encima y quiere fumar en la entrevista, pero no se lo permiten. Y entonces dice: "Hacen bien. Fumo hace 11 años, desde los 18, y quiero dejar. Creo que todavía no siento las consecuencias más importantes porque soy joven, pero ya me estoy empezando a cansar cuando juego al fútbol con amigos. Todavía no estoy pagando el precio, pero sé que va a pasar. Fumo un atado por día. Me gusta fumar cuando tomo café, me encanta ese combo. Y uno de los puchos que más disfruto es el que acompaña el café de la mañana, que es el peor de todos. También tomo mucha gaseosa. Son hábitos que debo cambiar", dice.

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