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Western: la periódica vuelta de un género

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Quentin Tarantino. Foto: Archivo El País

Un par de veces cada dos o tres años, alguien decide hacer un "western" y aquí escribimos que el género está de vuelta.

Después la película pasa, unos meses después nadie se acuerda de ella, y el "western" se fue de nuevo. Un tiempo después regresa, y terminamos escribiendo la misma nota o una más o menos parecida.

Hoy, el regreso del género consiste en Slow West, primer largo del británico John McLean, rodado en Nueva Zelanda y protagonizado por el excelente Michael Fassbender, que se exhibió a principios de año en el Festival de Sundance y ha tenido después una circulación relativa en el circuito de festivales, las pantallas comerciales y hasta internet.

Para fines de año, Quentin Tarantino, quien ya incursionara en el género con Django sin cadenas, estaría estrenando The Hateful Eight, una historia de cazadores de recompensas, traición y venganza en la que actúan Channing Tatum, Samuel L. Jackson y Kurt Russell. Y en estas páginas se ha informado ya acerca de The Revenant, la nueva película de Alejandro González Iñárritu protagonizada por Leo DiCaprio, la historia de un explorador abandonado al borde de la muerte en territorio salvaje. Es técnicamente (por su ubicación temporal) un "pre western", si se acepta la convención generalmente divulgada que los "westerns verdaderos" transcurren durante la época de los grandes arreos de ganado desde los ranchos del Suroeste hasta las terminales ferrocarrileras tras el fin de la Guerra de Secesión. Esa fue la Era de Oro del Cowboy, aunque rara vez los cowboys han sido protagonistas de un género que generalmente ha concedido más espacio a los hombres de armas que a los peones rurales.

Apogeos.

Ya ha sido dicho que es muy probable que el "western" se haya terminado el 13 de abril de 1962. Ese día se produjo en Los Angeles el estreno mundial de Un tiro en la noche de John Ford, que no es solo una de las (¿veinte, veinticinco?) obras maestras de su director, sino también el mejor "western" de la historia.

En esa película, James Stewart y Vera Miles asistían al funeral del personaje interpretado por John Wayne, y una de sus últimas imágenes era la de una flor de cactus, símbolo de rudeza y vida silvestre depositada sobre el ataúd.

Se trataba, claramente, del fin de una época. Lo que vino después podría denominarse "post western". Ford realizó una última incursión en el género (el alegato pro indígena de El ocaso de los cheyennes, 1964), y los itlianos inventaron el "spaghetti" (Por un puñado de dólares de Leone, que lanzó al estrellato a Clint Eastwood, es también de 1964), con elementos de ambigüedad, violencia explícita y hasta un toque de picaresca que los clásicos estadounidenses del género difícilmente se hubieran permitido.

Se siguieron haciendo "westerns" en Estados Unidos, pero su número descendió año tras año, y los mejores proporcionaron por lo general una visión desencantada y revisionista de un pasado que antes (no es siempre el caso de Ford, Wyler, Anthony Mann o el mejor Delmer Daves) el cine había mitificado.

Es un dato que los mejores films de Sam Peckinpah (Pistoleros del atardecer, 1962; La pandilla salvaje, 1969; La balada del desierto, 1969) ya no transcurran hacia 1870 o 1880 sino más acá, entrando incluso en el siglo XX y sugiriendo que sus personajes eran sobrevivientes, individuos que pertenecían realmente de otra época (simbólicamente, en La balada del desierto el protagonista moría atropellado por el primer automóvil llegado al Oeste). El tirador (1976) de Donald Siegel, que fue la despedida del cine de John Wayne, transcurre en 1901. En dos de los cuatro westerns que Clint Eastwood dirigió, La venganza del muerto (1973) y El jinete pálido (1985), su personaje puede ser un fantasma.

Motivos.

Hay que entender que existen razones sociológicas para esos cambios. Jorge Luis Borges señaló alguna vez, agudamemte, que el "western" era el último avatar de la epopeya, y ésta es típicamente el producto (literario o cinematográfico) de una sociedad joven, que necesita inventarse un pasado para alimentar su presente. El mejor "westen" es leyenda, como lo denunciaba Un tiro en la noche, y la gente empieza a desconfiar de las leyendas cuando el presente se vuelve problemático.

Hoy, un género antes popular se ha vuelto realmente un producto de minorías, cultivado por cinéfilos y especialistas: en el listado caben desde la reivindicación india de Danza con lobos (1990) y la superior aunque menos vista Pacto de justicia (2003) de Kevin Costner, el clasicismo de Entre la vida y la muerte (2008) de Ed Harris o las "remakes" de El tren de las 3:10 a Yuma (2007) y Temple de acero (2010) a cargo, respectivamente, de James Mangold y los hermanos Coen.

Buenas películas todas ellas, pero, en el caso de las dos últimas por lo menos, ¿alguien realmente las necesitaba?. Aunque algunos sigamos pensando que el "western" es, realmente, el cine mismo.

Los extraños criterios del querido tío Oscar

La Academia de Hollywood ha ignorado sistemáticamente al western. Solo tres ejemplares del géneero han obtenido la preciada estatuilla, y en la lista no figura ninguno realmente grande (de La diligencia a Un tiro en la noche, de Pasión de los fuertes a Río Bravo, de Más corazón que odio a Horizontes de grandeza, o si se quiere, incluso A la hora señalada o El desconocido.

En 1931el premio a mejor película fue para Cimarrón de Wesley Ruggles, sobre la novela de Edna Ferber, un film menor con un compartible alegato antirracista. En 1990 otro film pro indio y políticamente correcto (Danza con lobos) se alzó con el premio, y lo mismo ocurrió en 1992 con Los imperdonables, que sería una película "desmitificadora" si el género no hubiera sido desmitificado por Ford 30 años antes.

El regreso de la música del gran Ennio Morricone

Quentin Tarantino había anunciado que abandonaba el proyecto de filmar The Hateful Eight cuando el guión se filtró por internet, pero después cambió de opinión y puso manos a la obra. Otro que varió su postura con respecto a esa película fue el músico italiano Ennio Morricone, quien decidió finalmente hacerse cargo de la partitura luego de haber dicho que no.

Tarantino ya había empleado música de Morricone en su díptico de Kill Bil (2003-2004), en Death Proof (2007), Bastardos sin Gloria (2009 )y Django sin cadenas (2012). Sin embargo, en 2013 Morricone había declarado que Tarantino usaba la música "sin coherencia", y que no quería volver a trabajar con él nunca más. Después matizó esos dichos, y afirmó que sentía un gran respeto por el director y que se sentía "alegre" de que eligiera su música.

El hecho es que Morricone volverá a juntar fuerzas con Tarantino en The Hateful Eight. Conociendo al director, no es difícil entender por qué le importaba tanto lapartricipación del músico. Morricone ha compuesta partituras memorables de todo tipo, pero es imposible no identificarlo, sobre todo, con los grandes "spaghetti" de Sergio Leone.

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Quentin Tarantino. Foto: Archivo El País

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