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Valiosa película de origen israelí

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Episodio policial como eje del comentario social. Foto: Archivo El País

Hay dos líneas anecdóticas paralelas que recién se cruzan en el dramático final de esta película israelí. 

Una de ellas consiste en el día a día de su protagonista, un integrante de las fuerzas especiales de seguridad en el combate contra el terrorismo cuyo grupo está enfrentando una investigación por la muerte innecesaria de civiles ocurrida durante un operativo contra un sospechoso de jihadismo. El hombre se ve escindido entre el espíritu de cuerpo, la necesidad de zafar de la situación dejando que un colega enfermo cargue con la responsabilidad por lo que sucedió, y las complicaciones más privadas de tener a una esposa embarazada.

Hay dos líneas anecdóticas paralelas que recién se cruzan en el dramático final de esta película israelí. Una de ellas consiste en el día a día de su protagonista, un integrante de las fuerzas especiales de seguridad en el combate contra el terrorismo cuyo grupo está enfrentando una investigación por la muerte innecesaria de civiles ocurrida durante un operativo contra un sospechoso de jihadismo. El hombre se ve escindido entre el espíritu de cuerpo, la necesidad de zafar de la situación dejando que un colega enfermo cargue con la responsabilidad por lo que sucedió, y las complicaciones más privadas de tener a una esposa embarazada.

En el otro extremo de la historia hay un grupo radical (no palestino sino israelí) dispuesto a emprender la lucha armada contra un gobierno al que consideran opresor e injusto. Es interesante que el argumento no implique a palestinos: el propósito del director y guionista Nadav Lapid apunta más bien a objetar aspectos que le parecen cuestionables de la sociedad en que vive, sin entrar a opinar sobre el conflicto mayor que, según lo sabe cualquiera que lea los diarios o vea algún noticiero en la televisión, sacude a su país y a la región.

Habría que vivir en Israel para saber hasta qué punto el panorama que presenta el film posee alguna representatividad, o sus radicales son en realidad una minoría que verdaderamente no importa. A los efectos del film el dato es secundario, sin embargo. La película utiliza a sus radicales (que como los radicales de casi todos lados, tienen muy claro lo que no les gusta en este mundo pero no se les cae una idea a la hora de proponer una solución auténtica) para poner en sus labios denuncias fuertes y probablemente compartibles con respecto a desigualdades y corrupciones. Cabe sospechar que Lapid está de acuerdo con algunas de las opiniones emitidas por esos personajes, pero seguramente no comparte sus métodos: su visión es más bien la de un reformista que desconfía con buen criterio de los entusiasmos revolucionarios.

De ahí que el film proponga más preguntas que respuestas. No hay que contar el final, claro, pero lo que el relato hace ahí es más bien cuestionar al espectador, y hacerlo preguntarse cómo se llegó hasta lo que ha sucedido. No lo sermonea con propuestas de solución ni mensaje alguno.

Si una definición cabe a esta interesante película israelí es la de "física". Se habla bastante en ella, pero se dice más con la gestualidad y el movimiento corporal de los actores, con la ubicación de los personajes en un marco mayor, con las pausas y los silencios. ¿Gran cine? No necesariamente. ¿Cine respetable? Sin duda. Los premios recibidos en Locarno y el Bafici no son inmerecidos.

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Episodio policial como eje del comentario social. Foto: Archivo El País

CRÍTICA | EL POLICÍA

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