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A toda velocidad hacia la taquilla

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Rápidos y Furiosos 8. Foto: Difusión

Llega la octava parte de la saga de aventuras en vehículos tuneados y muy veloces.

Esto no es una película, como podría decir René Magritte si viviera. O lo es también. En cualquier caso, no es solo una película. Es una marca que demuestra de lo que es capaz el marketing cultural, un catálogo de ventas de autos carisímos y un fenómeno que —como lo fueron Las Tortugas Ninja o los Power Rangers en sus momentos— excede la pantalla en la cual nació, sea esta grande o chica.

Lo llamativo es que esta marca, en vez de irse agotando con el paso de los años, es cada vez más exitosa. Y todo eso logrado con actores más bien limitados, historias que mezclan las inverosimilitudes más extremas —¿una picada en el centro de La Habana y una persecusión en las calles de Nueva York, esta última con una lluvia de autos? ¿En serio?— con la telenovela latinoamericana y el cine de espionaje. Y el de artes marciales. Y el bélico. Y…

Rápidos y furiosos 8 descarga una tonelada de "contenidos" sobre el espectador. Como una cornucopia desde la cual caen abundantes, relucientes y estruendosas golosinas visuales llenas de colores y tomas extravagantes.

La película se podría resumir así: Una pandilla. Varias misiones imposibles. Una traición (otra más). Un complot para tomar al mundo de rehén.

Como si fuera la locución de un teaser, esos adelantos que son aún más cortos y básicos que los tráilers, a todo volumen, con una voz gutural y musculosa, envuelta en las frecuencias más graves.

La aventura pasada recaudó tanto dinero que se colocó como la sexta más vista en la historia del cine, y fue la que más rápido superó la barrera de los mil millones de dólares: 17 días le llevó llegar a esa cifra luego del estreno.

Y estamos hablando de películas que tienen a Vin Diesel, no precisamente el más carismático o talentoso de los actores, como una de las principales estrellas.

Pero tal vez no haya que ser demasiado exigente con Diesel. Tampoco es que esté rodeado de egresados de la Academia Real de Arte Dramático. Es curioso cómo una franquicia cinematográfica tiene el poder de hacer creer que Tyrese Gibson, o Ludacris, son "graciosos". Y Diesel será poco dúctil como actor, pero es astuto y acá figura como uno de los dos responsables de esta superproducción.

Está Charlize Theron, claro. Su personaje de villana será caricatura pura, pero cuando aparece al menos se sabe que alguien está actuando. Y Kurt Russell se divierte de lo lindo junto al hijo de Clint Eastwood, Scott. Parece que Russell hubiese pasado a saludar a algún amigo en el rodaje y, ya que estaba, aprovechó para hacer un papel secundario. Las pocas veces que aparece se roba todas las escenas.

Pero más allá de eventuales carencias actorales, acá estamos, ante la octava maravilla del Hollywood de hoy, un producto que extiende sus brillantes tentáculos por el mundo entero.

Todo arranca en Cuba y solo esa primera secuencia de la película vale el precio de la entrada. No solo para ver cómo está filmada esa picada en La Habana entre un auto todo tuneado y uno todo destartalado, una carrera que solo puede tener un resultado cuando uno de los conductores es el personaje interpretado por Diesel.

También vale la pena para poder apreciar cuánto poder de seducción es capaz de desplegar Hollywood cuando todo se cacula, se mide y se estudia para luego aplicarlo en la pantalla: la música incidental (guiñada al mercado chino), la canción elegida (reggaetón, guiñada al mercado "latino"), los diálogos de los personajes (guiñadas a la cultura rapera, a su vez influida en parte por películas de gánsteres), las tomas aéreas (guiñadas a la industria turística), las marcas de autos y bebidas, las chicas que muestran sus jóvenes y firmes glúteos…

Todo está amplificado y pulido como para estimularnos. Este cine no exige. Más bien le dice al público que sea éste el que exija "valor" por el precio de la entrada y el pop dulce o salado.

En ese sentido, la película está confiada de poder cumplir. Rápidos y furiosos ha ido afinando la puntería y refinando sus trucos y recursos para construir una "experiencia matiné". Hace mucho tiempo, uno iba al cine y veía una cómica, una de acción, una dramática y otra de algún subgénero específico (western, por ejemplo). El blockbuster actual —hijo de Jerry Bruckheimer y Michael Bay— ofrece todo eso junto en una sola película.

Esta vez, la premisa es que Dominic Toretto (Vin Diesel) se pasa para el bando de los malos. La "familia" (más bien, la pandilla), entonces, tiene por un lado que luchar contra la villana y, por el otro, enfrentarse a Toretto que, como todos saben, es un "grosso".

Es probable que la nueva entrega vuelva a recaudar chiquicientos millones de dólares, yuanes, euros y pesos. Tiene con qué. Acá están todas las explosiones y secuencias de acción estrafalarias que uno pueda y quiera pedirle a una película de estas características. Y todo está presentado con brillo y aptitud porque el director F. Gary Gray (Letras explícitas), tiene mucho oficio.

Los propietarios de este vehículo, que tiene el motor más potente en la fórmula del entretenimiento masivo, pueden estar tranquilos. Hay para más picadas.

Una historia que requiere de muchos, muchos autos.

La saga cinematográfica que nació en 2001 con la primera película le da mucha importancia a los autos, faltaba más. Y los destruye sin miramientos. La revista Wired había hecho un racconto de todos los vehículos dañados en la saga, en las siete películas. El resultado fue que de la primera a la última, la saga se comió 116 autos (no se incluyeron motocicletas en este cálculo). La octava película, aparentemente, destruye más autos que todas las otras juntas.

Rápidos y furiosos 8 (***)

Estados Unidos 2017. Dirección: F. Gary Gray. Guión: Chris Morgan. Fotografía: Stephen F. Windon. Producción: Vin Diesel, Michael Fottrell. Música: Brian Tyler. Elenco: Vin Diesel, Jason Statham, Dwayne Johnson, Michelle Rodriguez, Tyrese Gibson, Charlize Theron, Kurt Russell, Kristofer Hivju, Scott Eastwood, Luke Evans y Helen Mirren.

CUANDO ERAN UN POCO MENOS RÁPIDOS.

La primera - 2001.

Dirigida por Rob Cohen, costó solo 38 millones de dólares y recaudó más de 200. ¿Cómo no iba a generar secuelas? La película no sólo causó que hubiesen más picadas, sino que también hizo de Vin Diesel una estrella, que de ahí saltaría al personaje de Xander Cage. También puso a Paul Walker en el mapa. Al principio era solo una cara muy bonita, pero Walker demostraría que era algo más que eso en otras películas.

Reto Tokio - 2006.

No sólo no estaba ninguno de los principales actores, sino que además tenía un planteo que complicaba la línea cronológica de la franquicia. Ninguno de los que actuaron en esta película llegaron a algo, y se entiende por qué. Pero, en uno de esos casos inexplicables, la película no solo no hundió a la franquicia sino que la revitalizó, y llevó al guionista Chris Morgan a escribir las que siguieron.

La séptima - 2015.

Dirigida por James Wan era, hasta ahora, la más espectacular de la saga. Wan sabe, además, sacarle jugo a una piedra. El salto de un auto de un edificio a otro hace que soportemos prácticamente todo lo demás. Hay una desvergonzada subida al carro de lo que hizo Tom Cruise en Misión Imposible 4, pero no importa. Al menos no le importó a los millones que fueron a verla.

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