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Una semana antes de la entrega

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Oscar

El próximo domingo se entregan los Oscar. Salvo un par de rubros, todo el mundo sabe quiénes van a ganar y quiénes a perder, con lo que la expectativa es mínima.

Hay un decente promedio de calidad en las candidaturas (ninguna obra maestra), y hay más independencia que industria, lo cual puede ser un síntoma de cómo está la industria: no en vano una de las películas más taquilleras del año, la cuarta entrega de la saga Transformers, no figura entre los Oscar pero en cambio es candidata a unos cuantos Razzies. A nivel estrictamente creativo, lo que ha salido en 2014 de los grandes estudios es lo peor en cuarenta y cinco años, y hasta los integrantes de la Academia, que no son especialmente listos, parecen haberse dado cuenta.

Hay cosas que se repiten todos los años pero que resulta inevitable reiterar. Una de ellas es un elogio al Oscar: debe ser el premio más honesto del planeta. El jurado de un festival de cine está integrado por tres, cinco o siete personas que se ven obligadas a negociar. El Oscar lo otorgan unas seis mil personas que eligen por voto secreto, y los controles de esa votación son bastante rigurosos. Básicamente, esa gente vota lo que quiere, y no hay forma de saber cómo lo hizo.

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Criterios.

No quiere decir, por supuesto, que no sea influenciable. Las grandes empresas organizan verdaderas campañas publicitarias (como si se tratara de una elección presidencial), y seis mil personas, aunque pertenezcan a la industria y presuntamente sepan de cine más que otros, lo que además no siempre es cierto, no son realmente un jurado sino público cinematográfico, que responde a los mismos estímulos que mucho otro público. El ruido en torno a una película, la simpatía o antipatía que despiertan un actor o un director, en alguna medida no demasiado importante la opinión crítica, son todos elementos que influyen en cada voto individual.

Las transformaciones de la tecnología y las variantes en la forma de difusión del cine son empero elementos a tener en cuenta. En los años cuarenta o cincuenta había que apostar noventa a diez a favor de películas de gran público: eran las que todo el mundo había visto, y por lo tanto las que contaban con más posibilidades de que más académicos las incluyeran en las boletas de votación. Eso no ocurre hoy, cuando la difusión de los multiplex y de las tecnologías de consumo hogareño ha permitido que, junto con el estreno masivo, haya películas con un perfil más elitista o independiente que llegan a ser vistas y apreciadas por más académicos.

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Esta larga introducción sirve para entender lo que es candidato y lo que no este año. El elemento más obvio es que la "gran industria" ha quedado fuera de las candidaturas. Los "blockbusters" taquilleros como Interestelar o El Hobbit (mejor no hablemos de Transformers 4, que es especialmente horrible) fueron totalmente ignorados en las nominaciones principales, debiendo conformarse con menciones en los rubros técnicos. Casi todas las películas que figuran en el listado de los ocho títulos a mejor film caben en lo que podría denominarse "cine semiindependiente", no necesariamente el cine arte de alta gama que los intelectuales aman y el público detesta, pero sí el equivalente a lo que en literatura sería el "best seller de calidad" (El nombre de la rosa de Umberto Eco, no El código Da Vinci de Dan Brown), o lo que el viejo anarco Dwight McDonald definía como "arte midcult", algo así como "arte de clase media", a mitad de camino entre lo estrictamente elitista y el producto de gran público promovido por los mass media.

El caso parece bastante claro en las dos películas que se perfilan como las más probables ganadoras del Oscar, Boyhood de Richard Linklater y Birdman del mexicano Alejandro González Iñárritu. En un caso, un retrato familiar e intimista que se filmó a lo largo de doce años, acompañando el envejecimiento de sus personajes. En el otro, el drama de un actor que tuvo sus quince minutos de fama, ha sido casi olvidado después, e intenta regresar por la puerta grande, con un toque de realismo mágico (y una formidable labor de Michael Keaton). Y hay por lo menos dos historias de superación, enfermedad, o tragedia atribuible a la orientación sexual (La teoría del todo, donde Eddie Redmayne interpreta muy bien al científico Stephen Hawking; El código Enigma, sobre el matemático, genio de las computadoras y gay Alan Turing), una dramatización de la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos emprendida por Martin Luther King Jr. (Selma), una película de perfil chico como el drama musical Whiplash, y especialmente el reconocimiento a otro "semiindependiente" con personalidad (a quien, admitamos, se lo ama o se lo odia) como Wes Anderson por El gran hotel Budapest.

Discusiones.

Nunca faltan, y por lo menos este año ha habido dos. George Lucas se enojó con la Academia porque no le concedió más espacio a Selma (coló dos candidaturas: mejor película y mejor canción), acusando a la Academia de "racismo" o algo por el estilo (al parecer los premios del año pasado a 12 años de esclavitud los otorgaron los marcianos). También se ha castigado a El francotirador, o mejor dicho a Clint Eastwood por su "incorrección política". La película es candidata pero Clint no, reemplazado en la lista de nominados a mejor dirección por el Bennett Miller de Foxcatcher, que en cambio no figura entre las ocho aspirantes a mejor película. Todo resulta bastante raro.

El nuevo maestro de la ceremonia

Neil Patrick Harris sucederá este año a Ellen DeGeneres en la conducción de la ceremonia de los Oscar. Los organizadores del evento se han esforzado en evitar la reiteración de un Seth Mc-Farlane, que hace dos años ocupó el papel y se destacó por su mezcla de grosería y estupidez (el chiste sobre el asesinato de Lincoln). Con DeGeneres y con Harris, respectivamente lesbiana y gay, además, la Academia se asegura que no habrá chistes homófobos, otras de sus preocupaciones: como se sabe, solamente los republicanos y la derecha cristiana son blancos legítimos.

"Tengo que admitir que estoy nervioso, pero es mucha menos presión que estar nominado", le ha dicho Harris a The New York Times, añadiendo que considera que presentar los Oscar es "un sueño hecho realidad". Admitamos que sabe cantar y bailar, y que tiene sentido del humor.

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OscarGUILLERMO ZAPIOLA

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