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Robot bueno, humanos malos

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La película Chappie consigue retratar a un robot de manera entrañable.
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Courtesy of Columbia Pictures

¡Qué bien que actúa el robot! El articulado armatoste de titanio se lleva casi todas las palmas en esta película sobre una máquina que adquiere consciencia de sí misma y se convierte en un Homo machina, con sentimientos, identidad e instintos, entre ellos el de supervivencia.

Que Chappie sea una presencia magnética en la pantalla,no quiere decir que lo que lo rodea sea enteramente dispensable. Más allá de algunos caricaturescos decorativos personajes de segunda o tercera línea, la pelícua se sostiene más allá de su protagonista, una suerte de Wall-E recargado y aumentado.

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La historia sobre la máquina que desarrolla sentimientos se ha contado muchas veces ya, pero el director y co-guionista Neill Blomkamp consigue darle un aire de juvenil (a veces, hasta infantil) frescura a la trama. Probablemente, Blomkamp se siente más cómodo filmando en su país natal que en Hollywood, de ahí los aciertos. Su anterior película, Elysium, no tiene la gracia de Chappie, que se desarrolla en una Johanesburgo asediada por una situación de delito rampante.

Una empresa aprovecha la ola delictiva para venderle a la Policía de Sudáfrica una fuerza de policías robotizados. De esa fuerza policial es que el proviene el protagonista: descartado para reciclaje luego de haber sido derribado en una redada, el policía artificial es rescatado de la máquina destructora de chatarra por un ingeniero y programador (Dev Patel), que le transfiere inteligencia artificial.

Blomkamp arranca con el acelerador contra el piso. En pocos minutos plantea la premisa, la situación de los personajes y empieza la acción. Y vaya si le gusta la acción a Blomkamp, que hasta ahora simpre incluye abundantes explosiones, persecuciones y estruendos en sus películas, preferentemente hacia el final.

Con todo, lo medular está en el desarrollo de Chappie, un robot mucho más sensible y vulnerable que sus contrapartes humanas, un montón de metal y circuitos que lleva el corazón expuesto. El protagonista -cuya voz la hace el actor fetiche del director, Sharlto Copley- aterriza en un ambiente deprimente y violento, un aguantadero para una pandilla con pocas luces y muchas deudas, lo cual siempre es una receta para situaciones desesperantes.

En ese tramo están algunos de los más interesantes temas de Chappie. ¿Cuánto importa el contexto y la influencia de los demás, y cuánto la voluntad propia? No es estirar demasiado las cosas si se extrapola la situación de Chappie a la de miles que crecen en los ambientes menos privilegiados. ¿Es inexorable la transición hacia una vida corta y bruta, o hay espacio para algún tipo de realización personal que apunte a algo más gratificante que la lucha por la supervivencia? Chappie se adentra en esa dialéctica, pero nunca de manera demasiado densa.

En esa lucha por sobrevivir, Chappie y sus amigos -tres tontos violentos que aún así guardan algo de humanidad y compasión tras sus tatuajes y armas- no solo deben protegerse de las amenazas propias de cualquier ciudad moderna. También deben cuidarse de un villano con una gigantesca máquina asesina a su disposición, la parte más convencional y menos desafiante de la película. Blomkamp sabe filmar acción a lo John McTiernan, pero cada vez que las explosiones le quitan pantalla a los cándidos diálogos de Chappie, la película pierde atracción.

Con todo, Chappie demuestra que Blomkamp y su equipo son dotados narradores, con potencial para entregar vistosas y entretenidas historias que mezclan acción y reflexión, y que en este caso consigue darle un broche final tan edulcorado como inquietante.

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La película Chappie consigue retratar a un robot de manera entrañable.

cine - la crítica de fabián muroFABIÁN MURO

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